domingo, 1 de febrero de 2009

Deja Vú

Mateo volvió a sentarse a escribir con otra cerveza, a probar suerte. Llevaba varios días sin acercarse a las teclas. Tenía buenas ideas en la cabeza pero había tenido otras cosas que hacer. Por suerte las palabras eran para él como montar en bici.

Un buen comienzo en seco, me gusta cuando empiezan así. Por ejemplo:

... Aquella mañana me desperté desnudo boca arriba con la Flaca encima mía, con sus bragas azules puestas y con un cuchillo de cocina en mi cuello. Esperó a que abriera los ojos lentamente y entonces presionó con la hoja del cuchillo en mi garganta y mirándome a los ojos desde arriba me dijo: “Te voy a matar. Te lo juro." Y no lo decía en broma. Solo que su forma de matarme sería en realidad mucho más lenta y dolorosa. Una buena tajada y todo se hubiera acabado con un rojo muy intenso de fondo. No recuerdo que fue lo que le dije exactamente en ese momento, estaba medio dormido todavía, pero al menos conseguí quitármela de encima y poder levantarme de la cama. No creí en ningún momento que fuera capaz de degollarme allí mismo pero tampoco estaba la cosa para andar desayunando tranquilamente. Así que conseguí calmarla un poco y entramos en la cocina. Pero no soltaba el cuchillo. Cada vez que me miraba para decirme algo lo movía ante mis ojos. Me encendí un cigarrillo mientras ella seguía a lo suyo. “A mi no me la das con esa actitud tuya de que todo te la suda y de que vas a tu bola. ¿Sabes? Antes me gustaba mirarte. Esa forma de andar que tenías, de pasearte entre la gente como si fueras el dueño del sitio.” “No sé de que me estás hablando, yo no soy el dueño de nada. Ni de nadie.” La cabeza me daba vueltas, tenía una resaca de mil demonios y me resultaba muy doloroso escucharla atentamente…


Quizás sea mejor que lo mate. Esto así no le interesa a nadie. Joder. Vamos a intentar algo más tranquilo. Desde el principio:


... La Flaca se despertó a las doce de la mañana. Abrió un poco los ojos y escuchó el sonido de la ducha desde su cama mientras se desperezaba lentamente estirando los brazos a los lados al máximo y abriendo la boca en un bostezo muy largo. Luego se estremeció ligeramente al sentir el frío de la mañana y tuvo la tentación de volver a acurrucarse dentro de las sábanas. Lo habría hecho de no haber oído el sonido de la ducha y pensó – Mierda – Así que se incorporó y se sentó en el borde de la cama. El frío del suelo arrugó sus pequeños pies mientras buscaba a tientas sus calcetines de colores debajo de la cama y se los puso. Luego se levantó y recogió sus bragas azules que se habían quedado colgadas del respaldo de la silla de su habitación y se las puso de pie, levantando primero un pie y luego el otro. Se fue hacia el baño. Se paro detrás de la puerta y escuchó el agua de la ducha. No había dejado de oírla desde que se despertó. “Me va a dejar sin agua caliente” Cerró los ojos y rogó en silencio: “Por favor, que se vaya pronto”. Luego fue a la cocina y preparó café y tostadas con la mirada perdida mientras se quitaba las legañas de los ojos con los dedos. Encendió su móvil y recibió dos mensajes de llamadas perdidas y otro más de publicidad. En ese momento entró él en la cocina y le dio los buenos días con una fresca sonrisa. Ella le respondió sin quitar la vista del teléfono simulando estar ocupada. Luego sin apartar la vista le dijo – Tengo que irme pronto a un sitio. Me están esperando – El se sirvió café dándose por enterado. Cogió una rebanada de pan y la metió en el tostador…


Pero que coño, menuda mierda, esto aburre hasta a un koala. Joder. Definitivamente las mañanas no son lo mío.


No podía escribir. Apagó el ordenador, se levantó y cogió el móvil. Marcó, y esperó. Ella estaba en casa. Contestó en voz baja.
—Hey —dijo Mateo— ¿estabas dormida? Déjame acercarme un rato por allí, anda. Estoy que no doy pie con bola. Déjame bajar a descansar un rato.

—¿Quieres decir que pretendes pasar aquí la noche?

—Sí.

—¿Otra vez?

—Sí, otra vez.

—Vale.

Mateo se puso las chanclas y se encendió un cigarrillo para el camino. Ella vivía a cuatro manzanas calle abajo. Llamó a la puerta. Le abrió con las luces apagadas. Sólo llevaba puestas las bragas azules y los calcetines de colores. Lo cogió de la mano y le arrastró a la cama.

—Huala —murmuró él.

—¿Qué pasa?

—Nada, nada. Me ha venido una de esas cosas que tienes la sensación de ya haberlas vivido.

—Un deja vú.

—Sí, uno de esos. Solo que a veces no sé si,… bueno, no exactamente, olvídalo.

—Bésame, Teo. No te quedes ahí parado. –la besó lentamente. Su boca y sus labios estaban ahí, húmedos y calientes, y eran muy reales. Luego se separaron y mirándole a los ojos, ella le dijo:

—Anda, ven a la cama.