jueves, 26 de febrero de 2009

Desde el Campanario

Pasé a recogerla a la hora prevista en el cruce de su calle. Estaba esperándome en la acera con una mochila bastante grande, pensé, para un fin de semana en mi casa del pueblo. Le abrí la puerta y metí la mochila en el maletero. Nos pusimos en marcha. En cuanto salimos de la ciudad cogió su bolso y sacó una posturita de hachís sonriéndome y se hizo un porro. Yo estaba intentando dejarlo, ella lo sabía. Yo había dejado de comprar, para ser más exactos. Era la única manera que encontré para mantener la droga a raya. Así al menos no tenía siempre encima y solo fumaba en ocasiones. En las ocasiones que me invitaban, claro. Subí el volumen de la radio, ella encendió el pitillo y me lo pasó. Pisé el acelerador con la vista en la carretera. Me encanta fumar y conducir.

Cuando llegamos al pueblo hacía una temperatura estupenda. Unos cinco grados menos que en la ciudad debido a la altura de la sierra. Apretaba el sol pero siempre corría una fresca brisa que sentaba de puta madre en pleno verano. Sobretodo a la hora de dormir por las noches. Mi casita estaba casi en la entrada del pueblo. Era de las casas más altas. Por su situación me refiero. Me explico: la casa tiene una planta por la calle de la entrada, planta baja. Pero por la calle de atrás esa misma planta es una tercera debido al desnivel del monte. Entramos y abrí el ventanal de la terraza del corredor. Se podía ver todo el pueblo como si se hubiera dejado caer colina abajo hasta llegar a un pequeño valle. La verdad es que tengo una de las mejores vistas del pueblo. Justo a la misma altura que mi terraza estaba el campanario del pueblo, a unos cien metros justo en frente, para que os hagáis una idea de la pendiente del pueblo. Y en el campanario hay un nido de cigüeñas en el que viven una pareja y su pequeño polluelo. Digo polluelo porque la última vez que había estado allí así era el pequeño, pero ahora se había convertido en un pajarraco torpe, en comparación con la majestuosidad de su elegante padre, y que apenas cabía en el nido.

― ¡Ahí!, ¡Mira las cigüeñas! Oh, es precioso, Al. Que bonito. Me encanta esta casa ― dijo abrazándome y besándome con muchas ganas.

Bueno ella era ornitóloga, todo hay que decirlo. Para los no iniciados: bióloga especialista en aves, migraciones, poblaciones, y un largo etcétera que os ahorraré a vosotros. Así que la carta de las cigüeñas salió de mi manga en el momento preciso y aquella jugada surtió el efecto deseado. Puntazo para mí.

Después de echar un polvo rápido en la cama de matrimonio nos vestimos y fuimos a comer a la majá de arriba. Una especie de restaurante rural para la gente del pueblo con unos precios muy interesantes aunque no tanto como la carta de chacinas y carnes. Íbamos bien de dinero así que pedimos sin miedo. Teníamos un hambre atroz. Solo hacía falta mirarnos así callados y fumando mientras esperábamos la comida. Cuando nos pusieron los primeros filetes de secreto ibérico la saliva ya no me cabía en la boca.

― Espera ― le dije ― vamos a bendecir la mesa ― me miró con la boca abierta y dije reclinando la cabeza ― Por favor, que no llamen al teléfono y que no esté fría la comida.

― Amén ― dijo ella masticando ya el primer bocado en la boca.

Nos pusimos hasta arriba. Literalmente. No nos podíamos mover de la mesa. Así que pedimos dos cafés y luego otros dos. Estuvimos charlando un buen rato con el estómago bien lleno. Ella siempre me había dicho que no era mucho de carne. Yo pensé, espera que pruebes esto y veas como huele y ya me cuentas luego.

Luego dimos un paseo por el pueblo. A ella le hizo mucha gracia eso de saludarse con todo el mundo. Se lo iba explicando mientras bajábamos las calles. Subirlas de vuelta ya sería otra historia.

― Aquí se conoce todo el mundo, quilla. Aquí se le dice hola a todo el mundo. Y si no tienes ganas de hablar pues basta con un “hey”, aunque según lo pronuncian aquí se parece más a un “háay” que otra cosa. Mira, aquí viene un viejo, salúdalo, venga. Salúdalo tú.

― ¡Pero si no lo conozco de nada!

― Da igual, tu dile “háay” y verás como te saluda.

― Jaí ― dijo ella. El viejo levantó la vista mientras subía la calle y le levantó una ceja. No me pude contener de la risa.

― ¿Lo ves? No me ha saludado. ¡Tú!, ¡no te rías! Que cabrón estás hecho ― bajé el resto de la calle partiéndome el culo de risa.

Luego dimos un paseo por el campo. Cogimos uno de los caminos que van a las huertas hasta un manantial al que iba con mis colegas a fumar porros cuando veraneaba en el pueblo. Nos cruzamos con un buen puñado de gente. La mayoría me conocían de vista. Ella ya no quiso saludar más y se limitó a sonreír a los lugareños cuando nos saludaban. Llegamos al manantial y bebimos un poco. El agua estaba muy fresca. Entonces quise dármelas de silvestre y me salté una tapia. Cogí cuatro manzanas verdes y se las tiré por encima de la tapia.

― Como nos cojan robando manzanas nos van a dar de palos aquí, tú.

― Tú tranquila, aquí no pasa ná.

Lavamos las manzanas en el manantial. Estaban verdes y muy frescas. Riquísimas. Tenían un puntito ácido muy jugoso de recién cortadas que se notaba en las encías al morderlas. Nos las comimos mirándonos y riéndonos. Parecíamos dos chavales de ciudad mezclándose en la naturaleza. Justo lo que éramos. Luego nos fumamos otro porrito y nos volvimos al pueblo dando un paseo campestre.

Ya en casa me tiré en el sofá e intenté encender la vieja tele que tenía allí mientras ella se daba una ducha. La tele no funcionaba. Mucho mejor. Cogí el sofá y lo arrastré hasta la terraza del corredor. Era muy espaciosa. Puse los pies en la barandilla y contemplé el paisaje rural. La madre cigüeña estaba enseñándole al pajarraco a volar pero el pequeño no le echaba huevos al tema y no acababa de decidirse a salir del nido. Solo se ponía de pie, daba unos cuantos aleteos seguidos y en cuanto separaba las patas de la cornisa del campanario volvía a bajar cagadito de miedo. Le temblaban las piernas.

― ¡Échale huevos chaval! ― le grité. El padre se giró y me miró allí repatingado en el sofá liándome un pitillo. Entonces ella subió por las escaleras del baño, que estaba en la planta de abajo.

― ¿Con quien hablas? ― venía envuelta en una vieja toalla blanca que había encontrado en el antiguo ropero de mi abuela y que le había gustado mucho. Se puso delante y se subió encima mía a horcajadas abriendo la toalla. Su cuerpo aún estaba húmedo. Por todas partes ― ¿No quieres darte un baño?

― Enseguida me lo voy a dar, en cuanto solucione un asunto que me ha surgido de improvisto.

― ¿Ah, si? ― dijo acomodando su entrepierna sobre mi cintura ― ¿Cuánto crees que tardaras en solucionarlo?

― Creo que cinco minutos. Diez máximo.

― ¿Solo? ― me miró de cerca a los ojos con los suyos bien abiertos. Tenía una forma muy animal de mirarme cuando se sentía salvaje, como ella misma decía. Las cigüeñas tampoco nos quitaron el ojo en ningún momento.

― Nos están mirando.

― Me da mucho morbo que nos miren ― Ella tenía un sexo muy salvaje. Tenía toda la razón.


miércoles, 25 de febrero de 2009

La Prueba de Fuego

“Como un aullido de lobo con la luna llena de fondo. O como Beethoven de perfil sacudiendo su melena al dar el primer acorde. Joder, así me gustaría a mí empezar una historia. Reventando. A tomar por culo todo. Como un halcón que cae en picado sobre una perdiz que no tiene tiempo para darse cuenta de nada. O como una bomba lapa en el bajo de un coche que explota al hacer contacto la llave y levanta el coche hasta un quinto piso dejando en el suelo un socavón de cuatro metros. A chuparla. Es lo único que se puede decir. La historia ya ha comenzado…”

Dos semanas. Llevaba toda la tarde esperándola en el estudio de la Alfalfa. Me había pasado dos semanas sin salir de allí. Por fin abrí el balconcito y salí al mundo exterior. Me miré las palmas de las manos aún manchadas de tinta. Habían pasado dos semanas en las que había subido al olimpo con los dioses y luego tuve tiempo para darme una vuelta por el infierno, donde me encontré que me estaban esperando. Hacía tiempo que no bajaba por allí. No recordaba haber hablado con ningún ser humano de carne y hueso durante aquellas dos semanas.

“… Saliendo de aquella fiesta los dos abrazados y borrachos él se dio cuenta de que nunca sería capaz de olvidarla. No necesitaba más que mirar en sus ojos para saberlo todo. No había secretos. No había tensión, ni gestos fingidos. La felicidad inundaba cada mirada hacia el mundo y hacía que éste brillara como un farol mientras paseaban...”

Aquella misma tarde su avión había llegado a la ciudad. Me llamó en cuanto aterrizó. Colgó justo cuando se montaba en el taxi que la traía hasta mí. La noche anterior de su vuelo, antes de caer dormido durante casi veinte horas, le había mandando por email lo que acababa de escribir. Ella siempre era la primera en leerlo. Era la mente fría que sabía distinguirme entre lo ridículo y lo genial. Era como un pequeño ritual. Lo llamábamos la prueba de fuego. La vi bajar del taxi desde el balcón. Subió corriendo las escaleras. Abrí la puerta en calzoncillos y se tiró encima mía abrazándome entre sus piernas y besándome por toda la cara y el cuello. Llevábamos casi dos meses sin vernos. Nos tiramos a ello toda la tarde. Sabíamos que solo tendríamos dos días antes de que se volviera a marchar por seis meses. O quizás para siempre. Y a mí me parecía un trato justo. Mientras durara.

“…Sonaba una canción de fondo que decía: “Cuando más te quería, me dijiste que no. Hijo de puta, maricón , jódete.” ¿No crees que la gente merece una segunda oportunidad? Si una persona comete un error grave, ¿no crees que merece una segunda oportunidad? O tal vez debe seguir pagando su error por el resto de sus días. Tal vez esté esperando una señal. Un pequeño gesto que le ayude para convertir lo negativo en positivo. Para darle la vuelta a todo. O por lo menos volver a intentarlo. Una segunda oportunidad…”

Después de la lucha libre nos sentamos en la pequeña cama de noventa que teníamos allí y que a mí me gustaba tanto. Cuando dormíamos juntos nos sobraba la mitad de la cama. Nunca pasé frío. Nos sentamos como dos indios y me preparé para el juicio final. Aquello que había escrito iba a ser mi despedida personal de ella. Los dos lo sabíamos. Solo que nos jodía demasiado como para aceptarlo. Perra vida.

humm Espera, debo prepararme. Me cago en la puta, necesito un cigarrillo.

― Dame uno.

― Bien, humm como los viejos tiempos. Sé directa, quiero saberlo todo. Aquí vamos. Dime la brutal verdad. Destrózame. Adelante.

― No puedo…

― ¿O quizá prefieres que me de la vuelta y me ponga en pompa para que así puedas lamer mejor, eh, qué me dices?

― No puedo, Al. Ya estás otra vez, no me estás escuchando... ― dijo bajando la cabeza.

― Venga ya. Te encanta hacerme pedazos ¿Acaso no es divertido cuando te doy permiso? Venga mírame, Clara. Mírame. ― no quería mirarme a los ojos ― Oh, no. Clara… No puede ser. ¿No la leíste? ¿No la leíste, verdad? Mierda, no la leíste. ― dije levantándome de la cama.

― ¡No puedo leerla, Al! No puedo... ― le oí decir mientras yo daba vueltas por el cuarto.

― ¿¿Por qué no??

― ¡Por qué no puedo volver atrás! Esta parte de mi vida termina aquí. Ya se acabó.

― Se me vienen muchas cosas a la mente y que quisiera decirte. Pero ahora mismo solo se me viene una sola cosa y es: ¡Joder, Clara, acabamos de follar! ― le grité.

― ¡Joder, cállate!― dijo tapándose los oídos.

― Callarme no hará que desaparezca.

― ¿Sabes qué? Esto ha sido cosa de una noche. Se terminó. No me arrepiento, pero...

― ¿Pero por qué te ibas a arrepentir? Te has corrido tres veces.

― ¡Cállate!

― Bueno, dos, … ¿dos y media?

― Está bien, ahora si me arrepiento.

― Está bien, ya paro. ― le dije mientras volvía a sentarme en la cama. Me cogió de las manos.

― Al, el hecho de que escribieras esto es increíble. Estoy muy orgullosa de ti. Y estoy contenta de que finalmente tú continúes con tu vida y es maravilloso. Pero tienes que hacerlo solo. ¿Entiendes?

― ¿Y si no quiero, Clara? ¿Y si no quiero hacerlo solo?

― ¡Al! Yo ya no te quiero. Quiero a Carlos. Y me voy a ir con Carlos, y … necesito que lo aceptes. Lo necesito de verdad. Tú mismo fuiste quien me animó a irme, Al. ¡Tú!

― Soy un maldito capullo hijo de puta. ― dije mientras volvía a ponerme de pie ― Clara, ¿eres feliz?

¿Qué?

― Es una pregunta simple. Que si eres feliz.

― Yo ya no sé ni siquiera qué significa eso.

― Muy bien, te lo preguntaré mas directo: ¿Te hace feliz ese Carlos?

― Sí.

― ¡Maldita perra! ¡Mentira cochina!―le grité la sacudiéndola por los hombros.

― Jajaja, ¡En serio! Me hace feliz. De verdad.

― ¿Del modo en que yo te hago feliz?―le dije poniéndome de rodillas en el suelo.

¿Tú? ― me cogió la cara en sus manos dulcemente y me dijo ― Tú me vuelves loca.

― ¿Así que no te hago feliz? ¿Te vuelvo loca?

― Claro que sí. Quiero decir, hubo una época en la que me hiciste feliz. Pero después me volviste loca y eso también estuvo bien, … por un tiempo. Pero después yo… Yo he evolucionado.

― Ah, ya. Has madurado más que yo. Entiendo. ― le dije poniéndome de pie otra vez.

― Sí, sí, precisamente.

― ¿¿Y yo no??

― No. Tú no.

― Pues, ésa es una forma terrible de resumir una relación.

― Bueno, ¿y cómo la resumirías tú?― me preguntó mientras me asomaba al balcón. Me quede un buen rato pensando. Miré una pareja de ancianos que cruzaban la plaza cogidos de la mano. De repente pensé que esta sería probablemente nuestra última discusión. Le contesté con la mirada perdida hacia la plaza.

― Yo diría que nos queríamos demasiado. Y creo que cometimos el error de hacerlo bien a la primera. Nos conocimos y enseguida lo supimos. Solo tuve que mirarte dos veces a los ojos cuando ni siquiera conocía tu nombre. Y eso nos presionó demasiado. Y colapsamos. Plumm Como aquella vez que nos caímos borrachos por las escaleras. ¿te acuerdas?

Jajaja Sí, cuando intentaste subirme en brazos y nos caímos de culo hasta el portal... Y luego lo hicimos en el suelo del rellano. ¿Te acuerdas?

― ¿Lo ves? Si te puedo hacer reír así, ¿por qué no podemos estar juntos? ― le pregunté volviendo a la cama junto a ella.

― Eso es lo que no entiendes. ― me volvió a coger las manos y mirándome a los ojos me dijo ― ¿Sabes por qué? Porque tú no quieres estar conmigo. Crees... Sé que crees que quieres. Pero si me entregara a ti, acabarías decepcionado otra vez, porque tú no estás enamorado de mí, Al. Estás enamorado de la idea. De la idea del amor.

― ¿Y tú, cómo puedes ser tan guapa y estar tan equivocada?

― Todas estas cosas que se supone que no deben pasar, pasan, cariño. Y lo que pase a partir de ahora solo dependerá de ti. ― dijo cogiéndome la mano y besándomela.

"… Aquí estamos otra vez, de nuevo", pensó ella. “Todos estamos tan desesperados por sentir. Vagamos por nuestras vidas buscando esos brazos que nos acojan por fin. Aunque solo sea durante unos instantes. Aunque solo sea una leve caricia que nos de la paz. Lo que sea, que nos haga seguir enamorándonos mutuamente y arruinando nuestro camino hasta el fin de los días. ¿Acaso hay algo mejor?”


domingo, 22 de febrero de 2009

Me hechizó, y ya no supo cómo deshacerlo.

Érase una vez, escribí una historia. La gente parecía entenderla, así que escribí otra y otra más. Así fue cuando internet apareció golpeando en mi puerta. Tan pronto como subí algo mío a la red puse mis labios alrededor de la erección divina que esta industria es y chupé fuerte, tal como una buena puta debería.

― Uau. Escribes fuerte. Mola. No me gustan los libros fríos. Ya sabes que me gusta leer en la cama.

Laura me había invitado a su casa a ver una película en el sofá. Cuando me invitaba en este plan ya sabía lo que podía pasar. Hacía casi tres años que ya no estábamos juntos pero, luego de una pausa de un año sin apenas contacto, seguimos teniendo un sexo increíble, y mucho más relajado. Cuando iba de camino a su casa paré el coche en la puerta de una tienda que había en su calle y compré una botella de rivera y dos paquetes de cigarrillos. Habíamos visto la película mientras nos bebimos el vino y luego quiso que le enseñara lo último que había escrito. Me quedé mirándola todo el tiempo mientras ella leía. Parecía gustarle. Me gustaba mirarla. Nunca pude disimulárselo. Cuando terminó de leer se giró hacia mí con una mirada pícara y me dijo:

― ¿Qué pasa contigo? Pareces un poco...

― ¿Alegre?

― Sí.

― ¿Diabólico?

― Precisamente.

― ¿Feliz?

― Incluso.

― Bueno, tal vez conocí una chica. ― Le dije sonriendo. Me gustaba picarla. Entonces se levantó del sofá y se paró delante mía de pie metida en su albornoz verde marino.

― ¿Quieres hacerme un favor? ― me preguntó.

― Claro que sí. ¿Qué pasa?

― Por favor, dime lo que piensas. ― entonces se desabrochó el albornoz y pude seguirlo con la mirada hasta caer al suelo. Recorrí su cuerpo desnudo delante mía de arriba a abajo sin perder detalle.

― Uau ¿Sinceramente?

― Sí, sinceramente.

― Cuando una mujer te dice eso debes tener mucho cuidado con lo que dices, sabes.

― No tengo tiempo de jugar a juegos, Al. Necesito saber la verdad. Mis pechos, ¿qué te parecen? En serio.

― Me resultan muy morbosos. Prometen una suavidad muy excitante.

― ¿Crees que son demasiado pequeños?

― ¿Demasiado pequeños para qué?

― Quiero que me los agranden.

― No, son absolutamente casi perfectos. Da igual desde donde los mire. Se ven igual de tersos. Me gusta como apuntan hacia arriba cuando estas delante mía así de pie.

― Siempre te gustó hacérmelo de pie ¿Y mis labios, que tal?

― ¿Tus labios? Sumamente besábles.

― No esos labios. Éstos. ― dijo señalándose el sexo.

― ¿Qué pasa con ellos?

― ¿No crees que están demasiado fláccidos?

¿Qué?

―¿Blandos? Estaba pensando en solucionar eso. Rejuvenecimiento vaginal. ¿Oíste hablar de eso? Los recortan un poco. De ese modo no se ven como carne pasada.

― Que extraño… Creo que acabo de perder mi hombría y me está entrando hambre al mismo tiempo. Olvida lo de los labios. Por otra parte, bueno, se nota que tienes abundante vello púbico, aunque lo arregles de esa manera tan sutil, lo cual me parece genial. No me gusta la sensación de tocar a una menor.

― Gracias.

― Es un placer.

― ¿Quieres hacerme otro favor?

― Por supuesto. Ya que estamos.

― ¿Quieres follarme? Mi último ligue hace semanas que no me llama por culpa de una niñata y ahora todo lo que quiero es ser follada por un tío al que realmente le gustan las mujeres. Si te parece bien.

― Eres una titán muy viciosa. ¿Lo sabías? Ven aquí.

Habíamos puesto música y recuerdo que lo hicimos en el sofá con un blues de fondo muy intenso y caliente.


… I put a spell on you
’cause you’re mine

You better stop the things you do
You know I can’t stand it
You’re runnin’ around
I can’t stand it cause you put me down

I love you anyhow
And I don’t care
If you don’t want me
I’m yours right now

You hear me
I put a spell on you
Because you’re mine

And you know it…


― ¿Puedo preguntarte algo?

― Si no hay remedio…

― Cuando estabas conmigo, ¿yo era importante para ti, Laura? Quiero decir, ¿Alguna vez… ¿Alguna vez te hice sentir estúpida?

― No fuiste malo, no. Pero eres duro con la gente, Al. Hay que tener mucha paciencia contigo cariño. Yo ya estoy acostumbrada. Pero vuelves loca a cualquiera con tus rayadas, cielo.

― Desearía ser diferente.

― Yo también. Pero no lo soy. ¿Sabes? A veces me imagino que estás aquí conmigo en la cama.

― ¿Ah, si? ¿Y qué hacemos?

― Nada. Solo me abrazas.

― ¿Por detrás?

― Y por delante.

― ¿Y solo eso? ¿No te toco?

― Casi nunca. Tampoco hablas. Solo suspiras y dices hummm.

― ¿Y como te sientes?

― Muy tranquila y relajada. En paz. También te gusta besarme en la nuca, donde empieza el pelo. Pero muy suavemente. Casi sin rozarme.

― ¿Y luego que pasa?

― Que me duermo enseguida.

― No me necesitas para nada.

― Todo lo contrario. Quédate. Tengo un montón de cosas que quería contarte.

― Genial.


jueves, 19 de febrero de 2009

Terapia Natural

Fue en un bar de copas cerca del barrio. Estaba muy bien montado en una antigua casa aristócrata, con muchos sofás y mesas de café. Abrían por las tardes y solíamos parar por allí después de las comidas en reunión para tomar las primeras copas a modo de digestivo. Yo estaba tan tranquilamente sentado, o más bien casi tumbado, para ser más estrictos, en uno de los sofás con los pies cuidadosamente apoyados en la mesita del café entre las copas, y mirando los video clips que ponían en las pantallas. Entonces llegó María con un amigo suyo del brazo. Venían muy animados, parecían pasarlo muy bien. Me di cuenta de que no me dejarían a hacerlo a mí. Con lo pacífico que soy yo.

― Hey, ¿sabes que? ― dijo María sentándose a mi lado en el sofá ― Julián también escribe.

― ¿En serio? Lo siento por ti, Julián ¡La cuenta por favor! ― dije intentando incorporarme. Tenía que escapar como fuera. Pero ella era una depredadora.

― Hey, ¡quieto ahí! ― María se giró hacia Julián mientras me sujetaba del muslo para no dejar que me escaqueara de la charla literaria ― Es un tonto, no le hagas caso. Julián fue quien escribió el texto para el grupo de teatro que te conté el otro día, ¿recuerdas? No claro, que pregunta. El fue quien nos pasó el guión de Los Artistas Somos Todos. Cuando lo leí, pensé, “vaya esto sí es bueno. Este tío es un genio”. Y ahora está aquí.

― No me lo puedo creer. ― dijo Julián dedicándole una sonrisa interesante.

― ¡Sí!, y todavía lo tengo en mi mesita de noche. De verdad. Me encanta. ― dijo María mirándole a los ojos.

― Vaya, gracias. Es un halago. Viniendo de ti. ― le contestó el.

― Un momento ― tuve que interrumpir antes de que se subieran al sofá a lamerse el culo el uno al otro como dos perros en celo ― Espera un poco, a ver si lo he entendido bien ¿has escrito sobre lo que significa ser un artista?

― No te pongas borde, Al. ― María me vio venir. Instinto de cazadora. Ya os lo dije.

― En realidad, ― dijo Julián ― si tuviera que definirlo de algún modo, escribo sobre acceder al artista que existe en cada uno de nosotros.

― Entonces, ¿de verdad crees que cada persona tiene... un artista dentro? Una especie... de … Picasso interior?

― Exacto.

― Por lo tanto, te consideras a ti mismo un artista.

― Me gusta pensar en mí mismo más como un espíritu creativo.

― Ya bueno. A mí me gusta pensar que me despiertan por la mañana con una buena mamada y eso no hace que sea verdad. Incluso me conformaría con una paja.

― Bueno, yo tengo que irme ya pronto, María. He quedado con un grupo. ― Julián se giró hacia mi ya de pie y me dijo ― Deberías asistir a uno de mis talleres, Al. Es gratis.

― ¿Ah, también haces talleres? Mmm Vaya, no me interesa ― dije sin apartar la vista de la pantalla donde una bailarina con un culo perfecto lo movía arriba y abajo en primer plano delante de la cámara en un video clip latino muy sexy. Mis ojos seguían aquel culo de la pantalla arriba y abajo, arriba y abajo mientras el pelma de los artistas interiores seguía hablándome.

― Pásate cuando quieras para echar un vistazo, Al. Creo que quizás te ayude con tu escritura. Quizás.

― Claro que sí, motherfucker. Sabes, no me sorprendería nada que acabaras vendiendo esa mierda, porque creo que explotas uno de los negocios más grandes que hay. Todo el mundo quiere ser alguien especial. Los hay incluso que se lo creen de verdad.

― Y lo son. Incluso tú, Al.

― ¿Yo? No lo creo. Yo no hago nada especial. Yo solo veo las cosas que pasan. Igual que esta palmera. Si es que ve algo. Hola

― Adiós, Al ― dijeron mientras salían por la puerta. Me dejaron allí hablando solo con la planta. Una palmerita metida en una maceta que había al lado. Cogí la maceta y la subí en el sofá. La abracé. Nos pusimos a ver la tele.

― Estás callada.

― Me gusta el silencio.

― Sí, a mí también. Siempre que estés a gusto.

― Mi corazón duele.

― ¿Tu corazón? Vaya. El mío también ¿Algún palmerito?

― No lo sé. Creo que sí… Sí.

― Yo también. Pero, con una chica. ¿Quieres hablar de eso?

― No. Sólo quiero saber… ¿cuándo deja de doler?

― Bueno. A lo mejor no te gustará oírlo, pero si tienes suerte, supongo que nunca.

― ¿Lo habéis hecho? … Tú y esa chica.

― No. Perdí mi oportunidad.

― Eso no debería ocurrir nunca. Es muy triste.

Seguimos mirando la tele. El video clip de la chica del culo moreno estaba acabando.

― ¿Ves?, al final, tal vez, todo se reduzca a eso. Al sexo. Es lo que decide quien triunfa y quien no. Felicidad o soledad. Y no tiene nada que ver con si es justo, o merecido, o no. Además, es lo único que quiere todo el mundo. Supongo… ― me giré hacia la palmerita, acariciando sus hojas y le dije ― ¿Y a ti, cielo? ¿No te gusta el sexo?

― Seremos amigos.

― Está bien, no he dicho nada. Será mejor. La gente está empezando a mirarnos raro.

― No me importa.

― A mí tampoco, ¿un cigarrito?


miércoles, 18 de febrero de 2009

Cuando es lo que hay


Concha se levantaba cada mañana. A las siete.
No le quedaba más remedio.
Tenía siete bocas que alimentar. Siete.


Concha tenía un marido que la quería.
Un marido que fue barbero. Que se sepa:
Barbero, vigilante nocturno y tornero.


Concha sabía hacer las mejores papas con bacalao.
Sabía sacar diez filetes de un cuarto de carne
Y todavía dejaba algo pal vecinito de al lao, el pobre.


Concha dormía con su marío en su dormitorio.
Con su marío y los dos más pequeños en su mismo cuarto.
Y por si dios quería, todavía guardaba sitio. Por si acaso.


Concha vivió en el monte, en la sierra y en la aldea.
Vivió en los pajaritos, en la calle feria y la macarena.
Pero esta mañana Concha no se levantará a las siete.
Porque esta noche es suya. Esta noche le pertenece.


Concha nunca conoció a su padre.
Cuando esta noche lo encuentre se tirará a sus brazos
Sin importarle nada, ni cuanto, ni ande.


Porque cuando es lo que hay,
… es lo que hay.


domingo, 15 de febrero de 2009

Speed Psicoanálisis

Jan pasó a recoger a su amigo Al una hora más tarde de lo que le había dicho por teléfono. Llegaron a la puerta de la casa donde Isa daba su fiesta y aparcaron el coche de una sola vez dejándolo con las dos ruedas derechas subidas en la acera. Los dos amigos salieron del coche. Venían discutiendo. Al cerró su puerta de un sonoro golpe. ¡Plamm!

― Muy bien, Jan. Ven aquí. Ahora, repite conmigo: Yo nunca.

― Yo nunca…

― Pero nunca jamás.

― Nunca jamás…

― Me follaré a Isa otra vez.

― Me follaré a Isa otra vez.

― Muy bien, te lo agradezco.

― Joder, tío. Solo de decirlo ya me he puesto caliente, jajaja

― ¡Que te jodan, cabrón!

― Hey venga tío, ven aquí. Lo siento, tío. Te aprecio un montón. Venga, tú ya lo sabes. No me hagas tener que decírtelo.

― A veces las cosas se deciden por lo uno dice o deja sin decir, ¿sabes, Jan? No puedo perdonarte siempre todas las putadas que me haces, joder… ― Al se quedó mirando al suelo ― Dios mío, acabo de imaginarme como tiene que ser estar conmigo mismo…

― Hey, hacía mucho que no tenía un amigo como tú, ¿vale? No volverá a ocurrir.

― Está bien para ya. Me vas a hacer vomitar.

― ¿Todavía la quieres, verdad?

― Joder, sí. Vámonos. Tenemos que subir a la fiesta.

Isa los recibió en la puerta y recogió sus abrigos. Había mucho ruido y mucha gente dentro. Se escuchaban las risas desde la calle. Isa cogió del brazo a Al mientras cerraba la puerta y entró con él en el cuarto de la casa que aquella noche funcionaba como guardarropa.

― Vaya. Ha venido mucha gente a tu fiesta. Cada día estás más popular.

― Te lo voy a pedir solo una vez ¿Podrías comportarte esta noche?

― Por favor. Me hablas como a un niño.

Eres un niño.

― ¿Qué es lo que piensas que voy a hacer? ¿Remover el bol del ponche con la polla?

― Bastante probable, sí. Esa es la cosa contigo. Uno nunca sabe lo que esperar de ti… o de tu polla.

― Mmm Golpe bajo. Sabes, cariño, estás preciosa esta noche.

― Bien, eso es... Gracias, Al. Anda, vamos con ellos. Sé bueno, por favor.

Seré bueno. No te preocupes por mí.

― No eres tú quien me preocupa, Al.

La fiesta estaba en su apogeo. La gente iba de un lado para otro bailando y derramando sus bebidas por el suelo. La mayoría de la gente estaba en el salón. Allí estaba siempre Isa, que de vez en cuando volvía a la cocina para asegurarse de que no faltaba de nada. Había además varios grupos en diferentes cuartos con su música particular cada uno. Al se dio una buena vuelta por toda la fiesta hasta que dio con el cuarto donde se encontró más a gusto. Estaban escuchando algo de rap de El Club de los Poetas Violentos y volcando rayas en un pequeño aparador del Ikea. Allí estaban dos o tres chicos con rastas en el pelo y otro más rapado al cero que era el que colocaba las rayas. También había dos chicas más apoyadas en el aparador. Una de ellas se acercó a Al para pedirle fuego.

― Isa me habló de tu blog, sabes. Lo he leído. Está muy entretenido.

― Bueno, eso es lo que hago, básicamente. Entretenerme. Como vosotros.

― ¿Quieres una?

― Claro, ¿por qué no?

― Estoy interesada en ver que es lo que escribes mañana sobre esta fiesta.

― Bueno, solo escribo lo que me sube a la cabeza ― dijo Al mientras se inclinaba sobre el aparador y esnifaba su raya. ― Mmm Soy el chico del caos. Crearé un caos para tí.

― Bien, eso me gusta. Me toca.

Luego se asomaron a un pequeño balcón que había en la habitación para respirar un poco. Se llamaba Bea, y era psiquiatra. Acababa de licenciarse. No sabía muy bien que hacer ahora. Como todos. Allí le contó a Al que acababa de dejarlo con su novio. Al parecer él nunca se había tomado muy en serio lo de estar con ella. Pero ahora ella buscaba algo más comprometido, más serio. Quería hacer planes. Como todas.

― Cuando te pasas cinco años amando a un tío y preguntándote porque él no te ama a ti, tiendes a ser un poco cínica sobre las cosas, sabes.

― Sí. La cuestión supongo que es juntarte con alguien que te recuerde siempre la suerte que tienes de estar a su lado ― Bea le pasó un porro que se había liado mientras charlaban en el balcón.

― Entonces ahora que ya estás licenciada, ¿has tenido algún paciente?

― Profesionalmente, no. No estoy segura de querer ejercer.

― Pues sabes, tal vez te interese estrenarte conmigo. El otro día tuve un sueño muy caliente con una monja.

― ¿En serio? ¿Y qué pasó?

― Soñé que la monja me hacía un mamada.

― ¡Ahí vamos! jajaja, una monja y una mamada. Es buenísimo, sí señor.

― ¿Tu crees? ¿Y cuál es tu opinión como psiquiatra, doctora?

― Bueno, no se necesita a Freud para descifrarlo. ― entonces Bea puso un tono de voz muy gracioso en plan profesional ― Podemos establecer que tienes una predilección por la compañía de mujeres que no están disponibles. Infidelidad fetichista.

― Tiene gracia ¿De verdad lo ves así?

― Supongamos que así fuera, ¿vale? ¿Cual sería el colmo de ese fetiche? Tal vez sea una mamada de una mujer que esta escencialmente casada con Dios.

― Joder, visto así… Oye, ¿y no puede ser solamente un sueño curioso?

― Jejeje, Anda, vamos adentro.

Volvieron a la fiesta. Estuvieron allí bailando y bebiendo hasta que en una de sus visitas a la cocina, Al pudo ver que ya no quedaba whisky. Iba siendo hora de migrar de allí. Encontró a Bea en la puerta de la casa con los tres chicos de antes y su amiga.

― ¿Ya te vas?

― Sí, nos vamos a mí casa, a tomar la última copa, ¿quieres venir?

― ¿Tienes whisky?

― Sí.

― Estupendo. Vamos allá.

Algunas horas más tarde y después de dos o tres copas más Al consiguió quedarse a solas con Bea en su casa. Los chicos se fueron cuando su amiga empezó a decir que tenía sueño y era hora de irse. Al pensó que seguramente Bea ya les hubiera facilitado la información necesaria para dejarlos solos. En cuanto cerraron la puerta se lanzaron el uno sobre el otro en una pelea de besos hasta llegar al dormitorio de ella.

― Ooh, oh dioss… Mmm Uff, era justo lo que necesitaba.

― Bien por ti. Encantado de satisfacerla, doctora.

― Oh…

― Que, ¿vas a tener otro?

― No, no es eso. Creo que… voy a llorar. Oh … snif

― Oh, nena, no hagas eso. ― Bea empezó a sollozar con una sonrisa en la cara. Era una expresión muy extraña. Estaba llorando de verdad pero sin embargo se la veía feliz.

― No, tranquilo, no es malo.. snif Me pasa a veces.. snif Después de correrme me entran ganas de llorar. O sea, no siempre. Algunas veces.. snif Pero a veces me pasa.

― No te preocupes. A mi también me ha pasado alguna vez. Solo que por lo general, después de correrme me entran ganas de echar una siesta.

― ¿Y soñar con monjitas, eh?

― Sí. Anda que tú y yo estamos bien…

― Necesito ir al baño.

― Está bien. Sabes, las chicas con las vejigas pequeñas siempre me han parecido sexys.

― Gracias. Eres un encanto de paciente. Ahora me explicas eso.


jueves, 12 de febrero de 2009

Se busca un corazón

Buenos días. Prometeo os odia a todos.

― Haz lo que quieras. No me importa lo que digas en tu blog ése.

Ya he aprendido algunas cosas sobre la vida:
1º- Una mañana entera metido en un trabajo sin sentido, obedeciendo a un subnormal que se cree mejor que porque se ha levantado una hora antes para afeitarse su redonda cara de cerdo, no tiene precio.
2º- Un funcionario universitario que, protegido tras las trabas burocráticas, te mira a los ojos y acercándose a ti te confiesa que te esta puteando la vida con una sonrisa en la cara, NO lo siente. A pesar de que lo repita tres veces seguidas, y en voz alta.
3º- Las niñas de primero y segundo que pasaban de ti como de las clases, ahora se quedan mirándote cuando vas por los pasillos por los que ya nunca volverás a pasar como una promesa que jamás se cumplirá. (cada vez están más buenas y son más guarras)
y 4º- Cualquiera de estas cosas es mejor que pasar la noche solo deseando tener a alguien al lado en la cama. Sobretodo cuando no sabes muy bien a quién.


En el país del fútbol y los políticos corruptos, el tiempo pasa lento cuando es el tiempo que nos queda. Un día sueñas, el siguiente escribes, y al otro todo lo que has escrito y soñado se transforma en algo real. Y viceversa. Si me hubieran avisado antes…

Errores que se cometen, corazones que se rompen, lecciones duras que se aprenden. Los días llegan y se quedan. Unos encajan bien, y otros mal. Así es como funciona.

Me han dicho que invente una historia sobre la chica que desapareció hace ya casi tres semanas. Lo siento chicos, no me gusta meterme en la mierda hasta el fondo. Aunque siga pisándolas en la calle justo antes de subir a vuestra casa.
Hoy solo me apetece escribir con música de fondo como de cajita de música mientras la noche lo cubre todo de silencio. Ya no puedo vivir de día. Hay demasiado ruido. Y a mí solo me gusta un poco. De vez en cuando, como el amor.
Hay cosas que debo resolver. Al menos por mi propio bien. Están esperándome ahí delante. A veces me miran como preguntándome: “Hey, ¿ya no te acuerdas de mi?” Y yo les digo que sí hombre, que sí. Solo que ahora no puedo. Tengo otras muchas cosas que no hacer.

― Eso se llama falta de ambición.

― Define ambición.

― ¿Estás borracho?

― Define borracho.

Prometeo os desea lo peor de los males a muchos. Al resto os veré por la noche.

Por cierto, mañana es el día de los enamorados. Y ella no va a volver a caer. Dice que no le importa lo que escriba en mi blog.


¿Alguien tiene un corazón para prestarme?


miércoles, 11 de febrero de 2009

Adivina Adivinanza

Me puedes ver en tu piso,

y también en tu nariz,

sin mí no habría ricos

y nadie sería feliz.


¿Quién soy?

domingo, 8 de febrero de 2009

O.V.N.I. (Objeto Volador No Identificado)

Aquel domingo por la tarde estaba sentado en el suelo del baloncito del estudio con las piernas colgando hacia fuera. Tenía unas bonitas vistas de la plaza. Me gustaba sentarme allí a fumar hierba por las tardes. Veía pasar a las niñas motando en bici justo por debajo del balconcito con sus escotes primaverales y aquellas vistas me alegraban la tarde. Así estaba yo cuando escuché un silbido que me fue familiar. Miré hacia la calle y allí estaba Juanjo. Acababa de llegar de Granada. Me contó desde la calle que había olvidado las llaves del piso y no tenía donde pasar la noche hasta el día siguiente que viniera su casera. Llevaba dos maletas enormes. Le hice señas para que subiera. Yo no pensaba subírselas. Le deje la puerta abierta y le oí entrar arrastrando las maletas.

― Traigo cervezas. ¿Las meto en la nevera?

― Que coño, tráelas aquí. ― dejó las cervezas en el suelo y se sentó conmigo en el balcón. Le pasé el porro mientras veía pasar a una morena con un culo sencillamente perfecto.

― Que pasa tío. ¿Y Marta, está por aquí?

― Que va. Se ha vuelto a ir. Dice que no hay futuro en lo nuestro.― dije cogiendo un botellín de la caja y abriéndolo con el mechero. ¡pop! La chapa voló por el aire hasta caer en algún punto de la plaza… clinclin

― Vaya tela. Joder pues yo no veas, que película. He roto con Amina.

― ¿Con la morita?

― Sí, tío. Lo hemos dejado. Bueno, más bien la he dejado yo. Vengo todo el camino dándole vueltas al coco. Mira ésa. Mira que culo, madre mía. ― El sol se filtraba entre las nubes enfocando aquel culo en movimiento mientras cruzaba la plaza. Era como si dios mismo en persona nos dijera: “Mirad que obra de arte. Superad eso si tenéis cojones.”

― Oye, el otro día estaba pensando, ¿tú crees en los ovnis?

― Nunca he visto ninguno por aquí. Ayer ví a Sara. A tu Sarita.

― ¿Sí o qué? ¿Como está?

― Está buenísima. Me preguntó por ti.

― Mañana la llamaré. Esta hierba también está buenísima. ― Estuvimos así un buen rato. Fumando y fisgoneando como dos viejas sentadas al fresco. Nos bebimos la caja entera de cervezas. Apuesto a que dios no se sentía tan orgulloso de nosotros.


Luego llamaron al teléfono de Juanjo. Eran dos amiguitas suyas. Tenían ganas de juerga. Me miraba a los ojos mientras hablaba con ellas. Me podía imaginar claramente sus intenciones y lo preocupado que andaba por su reciente ruptura: “Sí, sí claro que voy a salir. Ahora estoy en casa de un amigo en el centro. Veniros para acá y ya salimos directamente. Sí, comprad una botella de ron. Claro que podemos beber aquí en casa de mi amigo. Dadme un toque cuando lleguéis a la Alfalfa y os veré desde el balcón. Venga guapas, un beso, ahora nos vemos”

No fueron dos, ni tres, sino cuatro potrillas de segundo curso compañeras de Juanjo en la facultad donde estaba matriculado. Creo que era una carrera de económicas. Mi amigo tenía un trabajo fijo en una consejería pública donde trabajaba por las mañanas. Luego iba por las tardes a la universidad para mantenerse al tanto de las oportunidades del nuevo mercado principalmente, según me explicaba él mismo. Sea como fuere parecía bien informado. Las chicas subieron por la escalera riendo y haciendo mucho ruido. Venían colocadas de M. Todas se abrazaron a mi amigo llamándolo Juanjito. Pero lo cierto es que les sacaba una cabeza a todas ellas. Luego se acercaron a mí como una manada de jóvenes hembras curiosas. Se presentaron de una en una. Me parecían todas iguales. No me quedé con el nombre de ninguna de ellas.

Empezaron la fiesta volcando el M sobre las copas. La más atrevida de todas ellas era la que guardaba la droga, se comportaba como la jefa del grupo. Me ofreció y le dije que prefería volcarlo sobre la mesa y esnifar. Me miró un poco extrañada. Le expliqué que así subía más rápido, directo a la sangre. Luego dijo que ella también lo tomaría así. Se notaba que nunca había esnifado. Me miró atentamente mientras lo hacía yo y luego hizo lo mismo ella. Acabaron todas esnifando y comentando la sensación extraña que les dejaba en la garganta. Se bebieron la botella de ron en poco más de media hora. Así que tuve que sacar de mi propia bodega.

Luego quisieron poner música. Miraban mis discos esperando encontrar algún artista que les resultara conocido. Juanjo acabó levantándose y puso uno de 2 Many Dj´s. Empezaron a bailar por el estudio derramando las copas y tirando las cenizas al suelo. Una de ellas se dejó caer en el sofá justo a mi lado. Empezó a rozarme la pierna con la suya discretamente. Juanjo bailaba en el centro del salón con la jefa de todas ellas detrás pegada a su culo y con otra más delante. Se le veía en su salsa. La cuarta no paraba de mirar el móvil y cada diez minutos salía al balcón para hablar por teléfono. Así estaba la cosa repartida. Juanjo empezó a enrollarse con la que tenía delante mientras la jefa bailaba detrás de él metiéndole la mano por dentro del pantalón. Me giré hacia la que estaba sentada conmigo en el sofá. Me miró expectante. No quise defraudarla así que le di un tímido beso en los labios. Entonces se sentó sobre mí a horcajadas de un salto y me besó abriendo mucho la boca. Empecé a empalmarme a pesar del alcohol y la droga. Ella parecía estar muy excitada. Se frotaba contra mi paquete. Podía sentir el calor de su coño mientras de reojo vi como los pantalones de Juanjo caían al suelo y la jefa le hacía una mamada mientras él se enrollaba con la otra. También pude ver como la chica del balcón decía algo de que tenía que irse sin que nadie le hiciera mucho caso. Así que cogió su bolso y se fue. Juanjo cogió en brazos a una de ellas y se fue en dirección al cuarto de invitados. La jefa se inclinó hacia la mesa, se metió otra ralla, nos miró y corrió detrás de ellos.

Me quedé en el sofá con mi acompañante. Le quise quitar el sujetador por la espalda pero me miró riéndose y me dijo “Se abre por delante”. Eso me puso muy cachondo. Se quitó la camiseta y pude ver el cierre. Tenía mis manos apretando firmemente su culo contra mí, así que intenté quitárselo con los dientes pero al final me tuvo que ayudar ella mientras se reía. Le comí las tetas un buen rato mientras se frotaba contra mí. Sentí como me apretaba entre sus piernas y entonces soltó un suspiro. Me miró muy colorada y me dijo “He tenido un orgasmo”.

Entonces decidí que también me tocaba a mí. Me bajé los pantalones con ella encima y entonces la vi abrir mucho los ojos. Yo pensé “Bueno, tampoco es para tanto.” Cogió su camiseta del sofá y se tapó con ella. Estaba mirando hacia la puerta. Me giré desde el sofá en calzoncillos con la canadiense puesta, y entonces vi la cara de Marta en la puerta. Y ella vio la mía. No sabía que leches decir. Entonces Marta dio un paso hacia delante y asomó la cabeza hacia el cuarto de invitados y vio a Juanjo entre las otras dos chicas repartiendo y bregando sin parar. Las chicas chillaban y se reían.

― ¿Así es como me echas de menos? ¿Qué es todo esto? ― me preguntó mientras la chica se bajaba de encima mía. Cogió su camiseta y se metió corriendo en el otro cuarto cerrando la puerta.

― ¿Cómo has entrado?

― Me ha abierto una chica que bajaba. Me dijo que estabas aquí.

― Son amigas de Juanjo, yo no las conozco.

― Ya veo, ya ¿Así es como me echas de menos, verdad? Hijo de puta. La culpa es mía por creer que eras un imbécil. Pero aquí la única imbécil soy yo. Eso está claro.

― Espera Marta, deja que te lo explique ― No me dio tiempo a subirme los pantalones cuando ya había salido por la puerta. Corrí hacia el descansillo y pude oir la puerta de abajo cerrándose de un portazo. Salí corriendo al balcón aún con los pantalones medio bajados. La vi. Iba cruzando la plaza muy deprisa. Llevaba un vestido de tirantas muy ceñido de un color tostado del mismo tono que su piel morena. Estaba increíble.

― ¡Marta! ― Se dio la vuelta en mitad de la plaza. Me miró fijamente. Pude ver odio en sus ojos. Odio del bueno, en estado puro. Era preciosa. Era magnífica. Amaba a aquella mujer. Lo supe justo en ese momento. Se agachó hacia el suelo y cogió una litrona vacía que había al lado de un banco de la plaza. Volvió a mirarme. Quise decirle lo que sentía por ella. Pero sin dudarlo un instante cogió carrerilla y tiró la litrona con todas sus fuerzas hacia mí. Pude ver la botella girando y zumbando en el aire mientras venía hacia mí... zuhm zuhm Zuhm No me moví ni un milímetro. Me merecía aquel botellazo. Vi una sombra delante mía y la botella se rompió justo en mi frente. ¡Crasshh! Caí de espaldas hacia dentro. Sentí la cerveza fría resbalando por mi cara mezclada con la sangre caliente. Había cristales por todas partes. Entonces abrí los ojos y vi luces de todos los colores. Parpadeában y me atraían hacia el techo. Pude ver sus ojos una vez más entre todas esas luces. Ya no había odio en ellos. Oí su voz llamándome mientras me sujetaba la cabeza. “Te quiero”, le dije. Y me desmayé.


jueves, 5 de febrero de 2009

Hombre Blanco Hablar con Lengua de Serpiente

Kevin salió de su casa sin saber muy bien a donde ir. Cogió su viejo coche y se fue hasta el centro. Lo aparcó en una plaza de minusválidos. Tiró el cigarrillo que estaba fumándose y encendió otro. Empezó a caminar por el centro de la ciudad dejándose llevar por las calles. Le gustaba la luz amarilla de los faroles y como esa luz inundaba de sombras los recovecos de las sinuosas calles del centro. Le gustaba pasear a buen ritmo, como si en realidad fuera a algún lugar donde estuvieran esperándolo. Y cuando se cruzaba con alguien le gustaba mirarle a los ojos, directamente, sin desviar la mirada. Especialmente con las mujeres. Y luego cuando captaba su atención dejaba de mirarlas y seguía mirando al frente. Algunas seguían mirándolo aún cuando él ya había desviado su atención de ellas y seguía su camino. Le gustaba aquello. Y entonces, sin ninguna explicación doblaba una esquina a la derecha, o a la izquierda, hacia arriba o hacia abajo y seguía andando.

Y así anduvo hasta que no pudo más. Por tres horas estuvo andando. Luego se imaginó en su cabeza el plano de la ciudad y dibujó mentalmente el recorrido que había hecho y se sorprendió. Así que decidió entrar en el primer bar que encontrara a su gusto. No tardó mucho en encontrar uno. Se llamaba El Camello Dorado. Le gustó el ambiente que vio a través de los cristales de la puerta y entró. Había un par de grupos de extranjeros, unos en las mesas y otros en la barra. La camarera era muy atractiva. Le hizo el mismo juego de las miradas a la chica de la barra y se sentó en un taburete pidiendo una cerveza. Dejó el paquete de tabaco en la barra y uno de los chicos extranjeros que estaban en la barra se giró hacia él.

― Perdón ― le dijo, con acento inglés ― ¿tienes… ? ― Le hizo el gesto del mechero y Kevin le dijo que sí con la cabeza. Le encendió el cigarrillo ― Oh, gracias. ― le dijo el guiri con una amplia sonrisa y volvió a sentarse con su grupo. Kevin miró de nuevo a la camarera que lo había estado mirando mientras daba fuego.

Eran americanos. Lo distinguió por el acento cuando hablaban entre ellos. Intentaron pedirle a la chica de la barra algo pero ella no les entendía. Eran simpáticos, intentaban explicarle lo que querían mediante gestos pero la chica de la barra no entendía ni papa. Entonces ella se giró hacia Kevin con una mirada de auxilio y el del fuego se giró hacia él y le preguntó:

― eh, perdón, … do you speak english?

― Yes, a little bit. What do you want to drink?

Oh, hehe no, well, we just want to know if she takes tips. You know, if it´s appropriate. We don’t want she to be offended.

― Ah, yeah, sure man. She will take them, no problem.

Oh, thanks, you know, in some places its not appropiate to give tips.

―I know, there is no problem.

Kevin miró a la chica de la barra sonriendo y le explicó que lo que querían era dejarle unas propinas por las bebidas. Ella se rió diciendo “ jajaja, ¡Sí! Sí, claro que acepto, muchas gracias, jeje” Entonces los americanos empezaron a contarle a Kevin su historia. Resultaron ser marines, como los de las películas, y estaban de descanso en la ciudad por dos días. Se pusieron a charlar animadamente. Kevin les explicó que vivía justo al lado y que solía parar por el bar. Lo cual no era verdad pero como estaban hablando en inglés pues la camarera no se enteró de nada. Luego ella viendo la conversación animada dejó lo que estaba haciendo, se puso una cerveza y se sentó con ellos detrás de la barra.

Estaba reemplazando a un amigo en el bar. Su amigo era el dueño. Al parecer el negocio iba mejor desde que ella empezó a ayudarle en la barra. Kevin afirmó con la cabeza. Desde luego sabía muy bien por qué. Era guapa, muy simpática y tenía un buen par de tetas. En otras palabras, una buena camarera para un bar de copas, su amigo no era tonto. Le contó a Kevin sobre los murales pintados directamente sobre las paredes del bar como decoración. En realidad a Kevin no le gustaba mucho el trabajo que había hecho otro amigo suyo artista, pero si le gustó como ella se lo iba contando con entusiasmo incluso. Las cervezas no paraban de caer. De vez en cuando los americanos hablaban con él también. Eran buenos bebedores. Uno de ellos incluso le ofreció un dólar americano por el mechero. Pero era el único que Kevin llevaba encima y acordaron compartirlo entre todos hasta que él se fuera, tenía un cajón lleno de ellos en casa. Les hizo mucha gracia que el mechero fuera recargable. Nunca habían visto uno de gas así. Kevin les explicó como recargarlo en cualquier estanco por unos cuantos céntimos. A los americanos les pareció una buena opción.

El problema era que cada vez que hablaba con ellos lo tenía que hacer en inglés y entonces la chica de la barra se quedaba un poco colgada. Se reía cuando se reían todos, pero sin saber muy bien por qué. La escena le divertía mucho a Kevin que tenía que volver a explicarle a ella lo que habían estado hablando y entonces se reían todos y seguían bebiendo cerveza sin parar.

Así estuvieron hasta casi por la mañana cuando ya la chica del bar les explicó ella misma, muy teatralmente, que tenía que cerrar el bar y serviría las últimas copas. Ya estaban hartos de cerveza así que la última sería más fuerte. Entonces Kevin se dio cuenta de que no llevaba suficiente dinero para pagar todas las cervezas que se había bebido. Pero la chica del bar que lo vio contando monedas se acercó y le dijo:

― No te preocupes, ellos te invitan. Con todas las propinas que han dejado pagan lo tuyo. ― Y luego le dijo acercándose a él, como para que no lo escucharan los americanos ― Y por la copa no te preocupes. Te invito yo.

Esto último le gustó mucho a Kevin como sonó. Por las palabras elegidas, por el tono y por la mirada con que se lo dijo. Así que se sirvieron las copas y estuvieron un buen rato más charlando y pasándolo bien. Cuando pasado el rato la chica se giró para ver el reloj del bar los americanos se levantaron muy educadamente y dijeron que era hora de irse. Así que Kevin les regaló el mechero recargable y ellos le regalaron el dólar americano. O le compraron el mechero, según se mire. Kevin entonces se levantó e hizo la jugada del baño mientras ellos salían del bar. Cuando volvió estaba ella apagando las luces y la esperó en la puerta del bar. Ella conectó la alarma y cerró las puertas. Se giró hacia Kevin.

― Toma, esto es un regalo. ― le dio algo en la mano sonriendo. Kevin abrió la mano y miró. Era un mechero recargable de color rojo como el que le había regalado él a los americanos. Kevin sonrió. Había escrito en él su número de móvil con rotulador permanente.


martes, 3 de febrero de 2009

Como Coser y Cantar, vamos

Paco llegó corriendo hasta la puerta de su oficina. Se paró un momento para recuperar el aliento, peinarse un poco y ponerse bien la camisa. Otra vez llegaba tarde al trabajo. Sin afeitar y con resaca. Metió la mano en su maletín y sacó los primeros papeles que encontró a tientas. Recorrió el pasillo hasta su despacho dando la impresión de andar ocupado en algún asunto mientras leía los resultados deportivos del fin de semana. Llegó hasta su despacho y se sentó en su silla llevándose una mano a la frente. Tenía ganas de vomitar. Miró el reloj y calculó que con mucha suerte había dormido tres horas aquella noche. Dejó escapar un largo suspiro. Apoyó el codo en la mesa sujetándose la cabeza. Le parecía que pesara trescientos kilos. Dejó escapar otro suspiro. La resaca le estaba dando un buen pateo por dentro en el estómago.

Estaba a punto de dejarse caer sobre la mesa. La puerta de su despacho se abrió de golpe y se encontró de frente con la cara de su nueva jefa de sección. Mónica, una chica diez años más joven que él metida en un traje de chaqueta de lino negro con minifalda y zapatos de tacón. Se notaba que había prosperado mucho para el tiempo que llevaba en la empresa, apenas un par de meses. La semana pasada la habían ascendido, apetición propia, a jefa de la sección donde Paco llevaba trabajando casi cuatro años. Y estaba buenísima, no había parado de lanzarle miradas obscenas a su propia jefa desde que llegó a la planta, pero aquella mañana, Paco no se sentía con apetito de ninguna clase. Ni se molestó en disimular cuando le vino una arcada que casi lo hace vomitar. Tuvo que llevarse la mano a la boca.

― ¿Se encuentra bien? Tiene usted mal aspecto. ¿Esta enfermo?

― No, no es nada. No te preocupes. ― dijo mientras se incorporaba en su silla con la vista completamente ida. El tono de su piel era más bien de un amarillo parduzco y el flequillo se le quedó pegado en la frente por el sudor frío que transpiraba por todo su cuerpo.

― Tiene mala cara. Creo que debería volver a casa. No puede trabajar en ese estado. No se preocupe usted, yo avisaré a la dirección de su baja. Váyase a casa.

― No, no, de veras estoy bien, Mónica. Tengo mucho trabajo que hacer. Dentro de un rato me sentiré mejor, gracias. Tengo que hacer un montón de cosas aquí.

― Esta bien, como quiera. Le dejo aquí los datos de este mes. Y si se encuentra mal no dude en decírmelo ― Paco afirmó con la cabeza repitiendo el gesto dos veces mientras se llevaba otra vez las manos a la boca para aguantar las arcadas.

En cuanto la puerta se cerró no pudo aguantar más. Se giró en su silla apoyándose en el filo de su mesa y vomitó como una bestia en la papelera de debajo. Luego lanzó un par de arcadas más pero solo logró escupir algunas babillas. Cuando consiguió erguirse en la silla su cara se parecía bastante a la de un tipo al que acabaran de freír en la silla eléctrica. Quiso ponerse de pie para dar algunos pasos pero la cabeza le daba vueltas y vueltas. Estaba en la noria. Se tambaleó alante y atrás un par de veces hasta que consiguió agarrarse a la estantería de archivadores para no caerse de boca al suelo. Luego esuchó un crunch y la estantería entera cedió por su peso con sus cuarenta y dos archivos mensuales y pegó contra el suelo con un estruendo. Los archivadores reventaron y una montaña de papeles salieron disparados en todas las direcciones. Había papeles aún flotando en el aire después del impacto. Paco intentaba seguirlos con la mirada abriendo mucho los ojos pero entre el mareo y la resaca estuvo a punto de irse también al suelo. Menudo desastre. De su boca salió un sonido bastante moribundo, algo bastante parecido a un: ubgh que se repetía cada vez que su estómago se retorcía sobre sí mismo y le producía unas increíbles arcadas que estremecían todo su cuerpo. ubgh No podía controlarlas. Intentaba serenarse y pensar con claridad. Sabía que ya podía darse por despedido después de esta. ubgh Llevaban detrás de él todo el mes y pudo ver sed de sangre fresca en los ojos de Mónica durante esta semana. Algunos ajustes de plantilla durante su primer mes al frente de la sección le harían parecer bastante implicada en el buen funcionamiento de la empresa. Y Paco llevaba todas las papeletas. Todo el mundo conocía su fama de juerguista. Pero no le preocupaba en absoluto. Llevaba trabajando en aquella empresa durante cuatro largos años en los que siempre había tenido la sensación de estar a punto de ser largado de allí con una sonora patada en su trasero. Pero por alguna extraña razón o explicación cósmica nunca ocurría tal cosa. En fin, hasta aquí había llegado. De esta no se salvaría su culo. Solo podía pensar en esto mientras miraba apoyado contra la pared de su despacho el suelo cubierto de papeles. No se veían ni las baldosas. Entonces un olor muy fuerte le llegó a la nariz. ubgh La papelera empezó a desprender un aroma muy desagradable mezcla de vómito, tequila y café.

Se asomó al cristal de la puerta de su despacho para asegurarse de no cruzarse con nadie de camino al baño. Salió con la papelera bajo el brazo y rápidamente cerró con llave la puerta de su despacho. La papelera desprendía una peste brutal que le hizo cerrar los ojos para no mirar dentro mientras cerraba la puerta. Entró corriendo en el servicio y se lavó la cara. Luego cogió la papelera, entró en el último water de la fila del baño y la vació apartando la vista. Tiró de la cadena y se sentó en la tapa. Encendió un cigarrillo. Leyó una pintada en la puerta del water que decía: Todo el mundo puede mear el suelo. Se un héroe, ¡Mea el techo! Paco pensó que él ya nunca sería un héroe. Tampoco le importaba mucho.


A los diez minutos empezó a sentirse mejor. Salió del water y volvió a lavarse la cara en los lavabos. Se enjuagó la boca varias veces hasta eliminar el mal aliento y se echó agua en el pelo peinándose hacia atrás. Oyó la puerta del servicio abrirse. Era Mónica. La miró un poco extrañado mientras se secaba las manos con la toalla. Quizás ya se habría percatado del pastel que había dejado en el suelo del despacho. Ella tenía todas las llaves de la planta. No se le ocurría otra razón por la que se quedara así de pie en el servicio de caballeros mirándolo sin disimulo. Miró de reojo la papelera de su despacho que estaba en lo alto de la tapa del water. Paco se aclaró la garganta y la miró a los ojos en silencio esperando esas palabras mágicas que le dieran el ansiado billete a la libertad: Estás despedido. Pero en vez de eso Mónica se giró muy despacio y cerró con llave la puerta de los servicios. Paco pensó que a lo mejor el trámite no sería finalmente tan fácil como había imaginado. Entonces volvió a fijarse en la estupenda silueta de Mónica de espaldas y en como la minifalda le marcaba discretamente sus nalgas redonditas y firmes. Tenía un culo durito y respingón que meneaba por los pasillos de la oficina que daba gusto verla. Paco se había pasado varias semanas masturbándose en su propio despacho imaginándosela doblada sobre su mesa, de puntillas sobre los tacones y dándole por detrás con la minifalda subida por la cintura. Se sorprendió a si mismo pensando en esto. Sin duda era una buena señal. Estaba empezando a recuperarse. Mónica se guardó las llaves maestras en el bolsillo de su chaqueta.

― Así que estabas aquí. Llevo un buen rato buscándote. ― dijo Mónica, retirándose el pelo de la cara. Era la primera vez que lo tuteaba ― Creí que te habías ido cuando vi que habías cerrado tu despacho. Pero luego pregunté abajo y me dijeron que no te habían visto salir.

― Solo estaba despejándome un poco. He tenido una mala noche.

― Ah, ¿si? Apuesto a que hace mucho que no tienes una noche medianamente decente.

― ¿Cómo dices?

― Lo que oyes ― Mónica se acercó a uno de los lavabos quitándose la chaqueta y dejándola en el toallero. Empezó a lavarse las manos y siguió hablando. Se le transparentaba la blusa y dejaba entrever un sujetador de encaje negro muy voluptuoso ― Deberías saber que una importante empresa como esta siempre debe mantener un discreto control sobre sus miembros. Sobre sus modos de vida. Ya sabes. De eso tiene que ocuparse alguien. Adivina quien ― hizo una pausa mientras se secaba las manos con la toalla. Levantó la vista del lavabo. Lo miró a los ojos a través del espejo del baño y dijo ― ¿Crees que no sé lo que haces por las noches, Paco?

― ¿Cómo dices? ― dijo él ― No sé de que me estás hablando ― Aún estaba algo aturdido y las palabras le rebotaban en su cabeza sin ningún sentido. Entonces Mónica se dio la vuelta bruscamente y lo cogió por la camisa atrayéndole hacia ella y dejando sus cuerpos a escasos centímetros apoyados contra la encimera del baño.

― Te he visto con todas esas mujeres, Paco. ― los labios de ella se movían ahora obscenamente cerca de los suyos ― No solo con las de la oficina, no. Con las otras también. Te he seguido durante estas cuatro semanas. Y he visto como las tratabas, Paco. He visto incluso como las sometías en la cama. ― lo miró a los ojos fijamente mientras acariciaba su pecho con sus uñas perfectamente cuidadas ― Te he estado espiando día y noche preguntándome a mí misma como no me había dado cuenta de lo que escondes debajo de esa fachada mal cuidada. ― Paco no se atrevía a moverse. Empezó a sentir como se empalmaba apretando su cintura contra el borde del lavabo. Entonces se sorprendió a si mismo cogiéndola por las caderas y apretándola fuertemente contra él.

Mmm, Necesito que me demuestres lo que sabes hacer, Paco. ― Lo besó salvajemente, con lujuria, dándole mucha lengua, sin miramientos. Entonces ella separó las piernas en torno a él y se apartó un segundo y dijo: ― Fóllame Paco. Fóllame como haces con esas putitas de tres al cuarto. Fóllame como tú sabes. Necesito que lo hagas. Lo necesito, ahora. ― La giró bruscamente y la puso en posición. Ella se agarró al lavabo. Le levantó la minifalda por la cintura y le gustó lo que vio.

Paco la miraba a la cara a través del espejo del baño mientras le daba fuerte y flojo por detrás tal y como se lo había imaginado tantas veces. Su cuerpo chocaba contra el de ella sin parar haciéndola gemir con la cara desencajada. Entonces se vio a si mismo como el puto héroe de la oficina. Se estaba follando a su propia jefa. La cogió por el pelo y tiró hacia atrás haciéndola chillar y arquear la espalda. Y le dijo con voz ronca:

― Así es como te gusta ¡Eh, puta! Así es como te gusta…


domingo, 1 de febrero de 2009

Deja Vú

Mateo volvió a sentarse a escribir con otra cerveza, a probar suerte. Llevaba varios días sin acercarse a las teclas. Tenía buenas ideas en la cabeza pero había tenido otras cosas que hacer. Por suerte las palabras eran para él como montar en bici.

Un buen comienzo en seco, me gusta cuando empiezan así. Por ejemplo:

... Aquella mañana me desperté desnudo boca arriba con la Flaca encima mía, con sus bragas azules puestas y con un cuchillo de cocina en mi cuello. Esperó a que abriera los ojos lentamente y entonces presionó con la hoja del cuchillo en mi garganta y mirándome a los ojos desde arriba me dijo: “Te voy a matar. Te lo juro." Y no lo decía en broma. Solo que su forma de matarme sería en realidad mucho más lenta y dolorosa. Una buena tajada y todo se hubiera acabado con un rojo muy intenso de fondo. No recuerdo que fue lo que le dije exactamente en ese momento, estaba medio dormido todavía, pero al menos conseguí quitármela de encima y poder levantarme de la cama. No creí en ningún momento que fuera capaz de degollarme allí mismo pero tampoco estaba la cosa para andar desayunando tranquilamente. Así que conseguí calmarla un poco y entramos en la cocina. Pero no soltaba el cuchillo. Cada vez que me miraba para decirme algo lo movía ante mis ojos. Me encendí un cigarrillo mientras ella seguía a lo suyo. “A mi no me la das con esa actitud tuya de que todo te la suda y de que vas a tu bola. ¿Sabes? Antes me gustaba mirarte. Esa forma de andar que tenías, de pasearte entre la gente como si fueras el dueño del sitio.” “No sé de que me estás hablando, yo no soy el dueño de nada. Ni de nadie.” La cabeza me daba vueltas, tenía una resaca de mil demonios y me resultaba muy doloroso escucharla atentamente…


Quizás sea mejor que lo mate. Esto así no le interesa a nadie. Joder. Vamos a intentar algo más tranquilo. Desde el principio:


... La Flaca se despertó a las doce de la mañana. Abrió un poco los ojos y escuchó el sonido de la ducha desde su cama mientras se desperezaba lentamente estirando los brazos a los lados al máximo y abriendo la boca en un bostezo muy largo. Luego se estremeció ligeramente al sentir el frío de la mañana y tuvo la tentación de volver a acurrucarse dentro de las sábanas. Lo habría hecho de no haber oído el sonido de la ducha y pensó – Mierda – Así que se incorporó y se sentó en el borde de la cama. El frío del suelo arrugó sus pequeños pies mientras buscaba a tientas sus calcetines de colores debajo de la cama y se los puso. Luego se levantó y recogió sus bragas azules que se habían quedado colgadas del respaldo de la silla de su habitación y se las puso de pie, levantando primero un pie y luego el otro. Se fue hacia el baño. Se paro detrás de la puerta y escuchó el agua de la ducha. No había dejado de oírla desde que se despertó. “Me va a dejar sin agua caliente” Cerró los ojos y rogó en silencio: “Por favor, que se vaya pronto”. Luego fue a la cocina y preparó café y tostadas con la mirada perdida mientras se quitaba las legañas de los ojos con los dedos. Encendió su móvil y recibió dos mensajes de llamadas perdidas y otro más de publicidad. En ese momento entró él en la cocina y le dio los buenos días con una fresca sonrisa. Ella le respondió sin quitar la vista del teléfono simulando estar ocupada. Luego sin apartar la vista le dijo – Tengo que irme pronto a un sitio. Me están esperando – El se sirvió café dándose por enterado. Cogió una rebanada de pan y la metió en el tostador…


Pero que coño, menuda mierda, esto aburre hasta a un koala. Joder. Definitivamente las mañanas no son lo mío.


No podía escribir. Apagó el ordenador, se levantó y cogió el móvil. Marcó, y esperó. Ella estaba en casa. Contestó en voz baja.
—Hey —dijo Mateo— ¿estabas dormida? Déjame acercarme un rato por allí, anda. Estoy que no doy pie con bola. Déjame bajar a descansar un rato.

—¿Quieres decir que pretendes pasar aquí la noche?

—Sí.

—¿Otra vez?

—Sí, otra vez.

—Vale.

Mateo se puso las chanclas y se encendió un cigarrillo para el camino. Ella vivía a cuatro manzanas calle abajo. Llamó a la puerta. Le abrió con las luces apagadas. Sólo llevaba puestas las bragas azules y los calcetines de colores. Lo cogió de la mano y le arrastró a la cama.

—Huala —murmuró él.

—¿Qué pasa?

—Nada, nada. Me ha venido una de esas cosas que tienes la sensación de ya haberlas vivido.

—Un deja vú.

—Sí, uno de esos. Solo que a veces no sé si,… bueno, no exactamente, olvídalo.

—Bésame, Teo. No te quedes ahí parado. –la besó lentamente. Su boca y sus labios estaban ahí, húmedos y calientes, y eran muy reales. Luego se separaron y mirándole a los ojos, ella le dijo:

—Anda, ven a la cama.