domingo, 15 de febrero de 2009

Speed Psicoanálisis

Jan pasó a recoger a su amigo Al una hora más tarde de lo que le había dicho por teléfono. Llegaron a la puerta de la casa donde Isa daba su fiesta y aparcaron el coche de una sola vez dejándolo con las dos ruedas derechas subidas en la acera. Los dos amigos salieron del coche. Venían discutiendo. Al cerró su puerta de un sonoro golpe. ¡Plamm!

― Muy bien, Jan. Ven aquí. Ahora, repite conmigo: Yo nunca.

― Yo nunca…

― Pero nunca jamás.

― Nunca jamás…

― Me follaré a Isa otra vez.

― Me follaré a Isa otra vez.

― Muy bien, te lo agradezco.

― Joder, tío. Solo de decirlo ya me he puesto caliente, jajaja

― ¡Que te jodan, cabrón!

― Hey venga tío, ven aquí. Lo siento, tío. Te aprecio un montón. Venga, tú ya lo sabes. No me hagas tener que decírtelo.

― A veces las cosas se deciden por lo uno dice o deja sin decir, ¿sabes, Jan? No puedo perdonarte siempre todas las putadas que me haces, joder… ― Al se quedó mirando al suelo ― Dios mío, acabo de imaginarme como tiene que ser estar conmigo mismo…

― Hey, hacía mucho que no tenía un amigo como tú, ¿vale? No volverá a ocurrir.

― Está bien para ya. Me vas a hacer vomitar.

― ¿Todavía la quieres, verdad?

― Joder, sí. Vámonos. Tenemos que subir a la fiesta.

Isa los recibió en la puerta y recogió sus abrigos. Había mucho ruido y mucha gente dentro. Se escuchaban las risas desde la calle. Isa cogió del brazo a Al mientras cerraba la puerta y entró con él en el cuarto de la casa que aquella noche funcionaba como guardarropa.

― Vaya. Ha venido mucha gente a tu fiesta. Cada día estás más popular.

― Te lo voy a pedir solo una vez ¿Podrías comportarte esta noche?

― Por favor. Me hablas como a un niño.

Eres un niño.

― ¿Qué es lo que piensas que voy a hacer? ¿Remover el bol del ponche con la polla?

― Bastante probable, sí. Esa es la cosa contigo. Uno nunca sabe lo que esperar de ti… o de tu polla.

― Mmm Golpe bajo. Sabes, cariño, estás preciosa esta noche.

― Bien, eso es... Gracias, Al. Anda, vamos con ellos. Sé bueno, por favor.

Seré bueno. No te preocupes por mí.

― No eres tú quien me preocupa, Al.

La fiesta estaba en su apogeo. La gente iba de un lado para otro bailando y derramando sus bebidas por el suelo. La mayoría de la gente estaba en el salón. Allí estaba siempre Isa, que de vez en cuando volvía a la cocina para asegurarse de que no faltaba de nada. Había además varios grupos en diferentes cuartos con su música particular cada uno. Al se dio una buena vuelta por toda la fiesta hasta que dio con el cuarto donde se encontró más a gusto. Estaban escuchando algo de rap de El Club de los Poetas Violentos y volcando rayas en un pequeño aparador del Ikea. Allí estaban dos o tres chicos con rastas en el pelo y otro más rapado al cero que era el que colocaba las rayas. También había dos chicas más apoyadas en el aparador. Una de ellas se acercó a Al para pedirle fuego.

― Isa me habló de tu blog, sabes. Lo he leído. Está muy entretenido.

― Bueno, eso es lo que hago, básicamente. Entretenerme. Como vosotros.

― ¿Quieres una?

― Claro, ¿por qué no?

― Estoy interesada en ver que es lo que escribes mañana sobre esta fiesta.

― Bueno, solo escribo lo que me sube a la cabeza ― dijo Al mientras se inclinaba sobre el aparador y esnifaba su raya. ― Mmm Soy el chico del caos. Crearé un caos para tí.

― Bien, eso me gusta. Me toca.

Luego se asomaron a un pequeño balcón que había en la habitación para respirar un poco. Se llamaba Bea, y era psiquiatra. Acababa de licenciarse. No sabía muy bien que hacer ahora. Como todos. Allí le contó a Al que acababa de dejarlo con su novio. Al parecer él nunca se había tomado muy en serio lo de estar con ella. Pero ahora ella buscaba algo más comprometido, más serio. Quería hacer planes. Como todas.

― Cuando te pasas cinco años amando a un tío y preguntándote porque él no te ama a ti, tiendes a ser un poco cínica sobre las cosas, sabes.

― Sí. La cuestión supongo que es juntarte con alguien que te recuerde siempre la suerte que tienes de estar a su lado ― Bea le pasó un porro que se había liado mientras charlaban en el balcón.

― Entonces ahora que ya estás licenciada, ¿has tenido algún paciente?

― Profesionalmente, no. No estoy segura de querer ejercer.

― Pues sabes, tal vez te interese estrenarte conmigo. El otro día tuve un sueño muy caliente con una monja.

― ¿En serio? ¿Y qué pasó?

― Soñé que la monja me hacía un mamada.

― ¡Ahí vamos! jajaja, una monja y una mamada. Es buenísimo, sí señor.

― ¿Tu crees? ¿Y cuál es tu opinión como psiquiatra, doctora?

― Bueno, no se necesita a Freud para descifrarlo. ― entonces Bea puso un tono de voz muy gracioso en plan profesional ― Podemos establecer que tienes una predilección por la compañía de mujeres que no están disponibles. Infidelidad fetichista.

― Tiene gracia ¿De verdad lo ves así?

― Supongamos que así fuera, ¿vale? ¿Cual sería el colmo de ese fetiche? Tal vez sea una mamada de una mujer que esta escencialmente casada con Dios.

― Joder, visto así… Oye, ¿y no puede ser solamente un sueño curioso?

― Jejeje, Anda, vamos adentro.

Volvieron a la fiesta. Estuvieron allí bailando y bebiendo hasta que en una de sus visitas a la cocina, Al pudo ver que ya no quedaba whisky. Iba siendo hora de migrar de allí. Encontró a Bea en la puerta de la casa con los tres chicos de antes y su amiga.

― ¿Ya te vas?

― Sí, nos vamos a mí casa, a tomar la última copa, ¿quieres venir?

― ¿Tienes whisky?

― Sí.

― Estupendo. Vamos allá.

Algunas horas más tarde y después de dos o tres copas más Al consiguió quedarse a solas con Bea en su casa. Los chicos se fueron cuando su amiga empezó a decir que tenía sueño y era hora de irse. Al pensó que seguramente Bea ya les hubiera facilitado la información necesaria para dejarlos solos. En cuanto cerraron la puerta se lanzaron el uno sobre el otro en una pelea de besos hasta llegar al dormitorio de ella.

― Ooh, oh dioss… Mmm Uff, era justo lo que necesitaba.

― Bien por ti. Encantado de satisfacerla, doctora.

― Oh…

― Que, ¿vas a tener otro?

― No, no es eso. Creo que… voy a llorar. Oh … snif

― Oh, nena, no hagas eso. ― Bea empezó a sollozar con una sonrisa en la cara. Era una expresión muy extraña. Estaba llorando de verdad pero sin embargo se la veía feliz.

― No, tranquilo, no es malo.. snif Me pasa a veces.. snif Después de correrme me entran ganas de llorar. O sea, no siempre. Algunas veces.. snif Pero a veces me pasa.

― No te preocupes. A mi también me ha pasado alguna vez. Solo que por lo general, después de correrme me entran ganas de echar una siesta.

― ¿Y soñar con monjitas, eh?

― Sí. Anda que tú y yo estamos bien…

― Necesito ir al baño.

― Está bien. Sabes, las chicas con las vejigas pequeñas siempre me han parecido sexys.

― Gracias. Eres un encanto de paciente. Ahora me explicas eso.