martes, 3 de febrero de 2009

Como Coser y Cantar, vamos

Paco llegó corriendo hasta la puerta de su oficina. Se paró un momento para recuperar el aliento, peinarse un poco y ponerse bien la camisa. Otra vez llegaba tarde al trabajo. Sin afeitar y con resaca. Metió la mano en su maletín y sacó los primeros papeles que encontró a tientas. Recorrió el pasillo hasta su despacho dando la impresión de andar ocupado en algún asunto mientras leía los resultados deportivos del fin de semana. Llegó hasta su despacho y se sentó en su silla llevándose una mano a la frente. Tenía ganas de vomitar. Miró el reloj y calculó que con mucha suerte había dormido tres horas aquella noche. Dejó escapar un largo suspiro. Apoyó el codo en la mesa sujetándose la cabeza. Le parecía que pesara trescientos kilos. Dejó escapar otro suspiro. La resaca le estaba dando un buen pateo por dentro en el estómago.

Estaba a punto de dejarse caer sobre la mesa. La puerta de su despacho se abrió de golpe y se encontró de frente con la cara de su nueva jefa de sección. Mónica, una chica diez años más joven que él metida en un traje de chaqueta de lino negro con minifalda y zapatos de tacón. Se notaba que había prosperado mucho para el tiempo que llevaba en la empresa, apenas un par de meses. La semana pasada la habían ascendido, apetición propia, a jefa de la sección donde Paco llevaba trabajando casi cuatro años. Y estaba buenísima, no había parado de lanzarle miradas obscenas a su propia jefa desde que llegó a la planta, pero aquella mañana, Paco no se sentía con apetito de ninguna clase. Ni se molestó en disimular cuando le vino una arcada que casi lo hace vomitar. Tuvo que llevarse la mano a la boca.

― ¿Se encuentra bien? Tiene usted mal aspecto. ¿Esta enfermo?

― No, no es nada. No te preocupes. ― dijo mientras se incorporaba en su silla con la vista completamente ida. El tono de su piel era más bien de un amarillo parduzco y el flequillo se le quedó pegado en la frente por el sudor frío que transpiraba por todo su cuerpo.

― Tiene mala cara. Creo que debería volver a casa. No puede trabajar en ese estado. No se preocupe usted, yo avisaré a la dirección de su baja. Váyase a casa.

― No, no, de veras estoy bien, Mónica. Tengo mucho trabajo que hacer. Dentro de un rato me sentiré mejor, gracias. Tengo que hacer un montón de cosas aquí.

― Esta bien, como quiera. Le dejo aquí los datos de este mes. Y si se encuentra mal no dude en decírmelo ― Paco afirmó con la cabeza repitiendo el gesto dos veces mientras se llevaba otra vez las manos a la boca para aguantar las arcadas.

En cuanto la puerta se cerró no pudo aguantar más. Se giró en su silla apoyándose en el filo de su mesa y vomitó como una bestia en la papelera de debajo. Luego lanzó un par de arcadas más pero solo logró escupir algunas babillas. Cuando consiguió erguirse en la silla su cara se parecía bastante a la de un tipo al que acabaran de freír en la silla eléctrica. Quiso ponerse de pie para dar algunos pasos pero la cabeza le daba vueltas y vueltas. Estaba en la noria. Se tambaleó alante y atrás un par de veces hasta que consiguió agarrarse a la estantería de archivadores para no caerse de boca al suelo. Luego esuchó un crunch y la estantería entera cedió por su peso con sus cuarenta y dos archivos mensuales y pegó contra el suelo con un estruendo. Los archivadores reventaron y una montaña de papeles salieron disparados en todas las direcciones. Había papeles aún flotando en el aire después del impacto. Paco intentaba seguirlos con la mirada abriendo mucho los ojos pero entre el mareo y la resaca estuvo a punto de irse también al suelo. Menudo desastre. De su boca salió un sonido bastante moribundo, algo bastante parecido a un: ubgh que se repetía cada vez que su estómago se retorcía sobre sí mismo y le producía unas increíbles arcadas que estremecían todo su cuerpo. ubgh No podía controlarlas. Intentaba serenarse y pensar con claridad. Sabía que ya podía darse por despedido después de esta. ubgh Llevaban detrás de él todo el mes y pudo ver sed de sangre fresca en los ojos de Mónica durante esta semana. Algunos ajustes de plantilla durante su primer mes al frente de la sección le harían parecer bastante implicada en el buen funcionamiento de la empresa. Y Paco llevaba todas las papeletas. Todo el mundo conocía su fama de juerguista. Pero no le preocupaba en absoluto. Llevaba trabajando en aquella empresa durante cuatro largos años en los que siempre había tenido la sensación de estar a punto de ser largado de allí con una sonora patada en su trasero. Pero por alguna extraña razón o explicación cósmica nunca ocurría tal cosa. En fin, hasta aquí había llegado. De esta no se salvaría su culo. Solo podía pensar en esto mientras miraba apoyado contra la pared de su despacho el suelo cubierto de papeles. No se veían ni las baldosas. Entonces un olor muy fuerte le llegó a la nariz. ubgh La papelera empezó a desprender un aroma muy desagradable mezcla de vómito, tequila y café.

Se asomó al cristal de la puerta de su despacho para asegurarse de no cruzarse con nadie de camino al baño. Salió con la papelera bajo el brazo y rápidamente cerró con llave la puerta de su despacho. La papelera desprendía una peste brutal que le hizo cerrar los ojos para no mirar dentro mientras cerraba la puerta. Entró corriendo en el servicio y se lavó la cara. Luego cogió la papelera, entró en el último water de la fila del baño y la vació apartando la vista. Tiró de la cadena y se sentó en la tapa. Encendió un cigarrillo. Leyó una pintada en la puerta del water que decía: Todo el mundo puede mear el suelo. Se un héroe, ¡Mea el techo! Paco pensó que él ya nunca sería un héroe. Tampoco le importaba mucho.


A los diez minutos empezó a sentirse mejor. Salió del water y volvió a lavarse la cara en los lavabos. Se enjuagó la boca varias veces hasta eliminar el mal aliento y se echó agua en el pelo peinándose hacia atrás. Oyó la puerta del servicio abrirse. Era Mónica. La miró un poco extrañado mientras se secaba las manos con la toalla. Quizás ya se habría percatado del pastel que había dejado en el suelo del despacho. Ella tenía todas las llaves de la planta. No se le ocurría otra razón por la que se quedara así de pie en el servicio de caballeros mirándolo sin disimulo. Miró de reojo la papelera de su despacho que estaba en lo alto de la tapa del water. Paco se aclaró la garganta y la miró a los ojos en silencio esperando esas palabras mágicas que le dieran el ansiado billete a la libertad: Estás despedido. Pero en vez de eso Mónica se giró muy despacio y cerró con llave la puerta de los servicios. Paco pensó que a lo mejor el trámite no sería finalmente tan fácil como había imaginado. Entonces volvió a fijarse en la estupenda silueta de Mónica de espaldas y en como la minifalda le marcaba discretamente sus nalgas redonditas y firmes. Tenía un culo durito y respingón que meneaba por los pasillos de la oficina que daba gusto verla. Paco se había pasado varias semanas masturbándose en su propio despacho imaginándosela doblada sobre su mesa, de puntillas sobre los tacones y dándole por detrás con la minifalda subida por la cintura. Se sorprendió a si mismo pensando en esto. Sin duda era una buena señal. Estaba empezando a recuperarse. Mónica se guardó las llaves maestras en el bolsillo de su chaqueta.

― Así que estabas aquí. Llevo un buen rato buscándote. ― dijo Mónica, retirándose el pelo de la cara. Era la primera vez que lo tuteaba ― Creí que te habías ido cuando vi que habías cerrado tu despacho. Pero luego pregunté abajo y me dijeron que no te habían visto salir.

― Solo estaba despejándome un poco. He tenido una mala noche.

― Ah, ¿si? Apuesto a que hace mucho que no tienes una noche medianamente decente.

― ¿Cómo dices?

― Lo que oyes ― Mónica se acercó a uno de los lavabos quitándose la chaqueta y dejándola en el toallero. Empezó a lavarse las manos y siguió hablando. Se le transparentaba la blusa y dejaba entrever un sujetador de encaje negro muy voluptuoso ― Deberías saber que una importante empresa como esta siempre debe mantener un discreto control sobre sus miembros. Sobre sus modos de vida. Ya sabes. De eso tiene que ocuparse alguien. Adivina quien ― hizo una pausa mientras se secaba las manos con la toalla. Levantó la vista del lavabo. Lo miró a los ojos a través del espejo del baño y dijo ― ¿Crees que no sé lo que haces por las noches, Paco?

― ¿Cómo dices? ― dijo él ― No sé de que me estás hablando ― Aún estaba algo aturdido y las palabras le rebotaban en su cabeza sin ningún sentido. Entonces Mónica se dio la vuelta bruscamente y lo cogió por la camisa atrayéndole hacia ella y dejando sus cuerpos a escasos centímetros apoyados contra la encimera del baño.

― Te he visto con todas esas mujeres, Paco. ― los labios de ella se movían ahora obscenamente cerca de los suyos ― No solo con las de la oficina, no. Con las otras también. Te he seguido durante estas cuatro semanas. Y he visto como las tratabas, Paco. He visto incluso como las sometías en la cama. ― lo miró a los ojos fijamente mientras acariciaba su pecho con sus uñas perfectamente cuidadas ― Te he estado espiando día y noche preguntándome a mí misma como no me había dado cuenta de lo que escondes debajo de esa fachada mal cuidada. ― Paco no se atrevía a moverse. Empezó a sentir como se empalmaba apretando su cintura contra el borde del lavabo. Entonces se sorprendió a si mismo cogiéndola por las caderas y apretándola fuertemente contra él.

Mmm, Necesito que me demuestres lo que sabes hacer, Paco. ― Lo besó salvajemente, con lujuria, dándole mucha lengua, sin miramientos. Entonces ella separó las piernas en torno a él y se apartó un segundo y dijo: ― Fóllame Paco. Fóllame como haces con esas putitas de tres al cuarto. Fóllame como tú sabes. Necesito que lo hagas. Lo necesito, ahora. ― La giró bruscamente y la puso en posición. Ella se agarró al lavabo. Le levantó la minifalda por la cintura y le gustó lo que vio.

Paco la miraba a la cara a través del espejo del baño mientras le daba fuerte y flojo por detrás tal y como se lo había imaginado tantas veces. Su cuerpo chocaba contra el de ella sin parar haciéndola gemir con la cara desencajada. Entonces se vio a si mismo como el puto héroe de la oficina. Se estaba follando a su propia jefa. La cogió por el pelo y tiró hacia atrás haciéndola chillar y arquear la espalda. Y le dijo con voz ronca:

― Así es como te gusta ¡Eh, puta! Así es como te gusta…