Paco llegó corriendo hasta la puerta de su oficina. Se paró un momento para recuperar el aliento, peinarse un poco y ponerse bien la camisa. Otra vez llegaba tarde al trabajo. Sin afeitar y con resaca. Metió la mano en su maletín y sacó los primeros papeles que encontró a tientas. Recorrió el pasillo hasta su despacho dando la impresión de andar ocupado en algún asunto mientras leía los resultados deportivos del fin de semana. Llegó hasta su despacho y se sentó en su silla llevándose una mano a la frente. Tenía ganas de vomitar. Miró el reloj y calculó que con mucha suerte había dormido tres horas aquella noche. Dejó escapar un largo suspiro. Apoyó el codo en la mesa sujetándose la cabeza. Le parecía que pesara trescientos kilos. Dejó escapar otro suspiro. La resaca le estaba dando un buen pateo por dentro en el estómago.
Estaba a punto de dejarse caer sobre la mesa. La puerta de su despacho se abrió de golpe y se encontró de frente con la cara de su nueva jefa de sección. Mónica, una chica diez años más joven que él metida en un traje de chaqueta de lino negro con minifalda y zapatos de tacón. Se notaba que había prosperado mucho para el tiempo que llevaba en la empresa, apenas un par de meses. La semana pasada la habían ascendido, apetición propia, a jefa de la sección donde Paco llevaba trabajando casi cuatro años. Y estaba buenísima, no había parado de lanzarle miradas obscenas a su propia jefa desde que llegó a la planta, pero aquella mañana, Paco no se sentía con apetito de ninguna clase. Ni se molestó en disimular cuando le vino una arcada que casi lo hace vomitar. Tuvo que llevarse la mano a la boca.
En cuanto la puerta se cerró no pudo aguantar más. Se giró en su silla apoyándose en el filo de su mesa y vomitó como una bestia en la papelera de debajo. Luego lanzó un par de arcadas más pero solo logró escupir algunas babillas. Cuando consiguió erguirse en la silla su cara se parecía bastante a la de un tipo al que acabaran de freír en la silla eléctrica. Quiso ponerse de pie para dar algunos pasos pero la cabeza le daba vueltas y vueltas. Estaba en la noria. Se tambaleó alante y atrás un par de veces hasta que consiguió agarrarse a la estantería de archivadores para no caerse de boca al suelo. Luego esuchó un crunch y la estantería entera cedió por su peso con sus cuarenta y dos archivos mensuales y pegó contra el suelo con un estruendo. Los archivadores reventaron y una montaña de papeles salieron disparados en todas las direcciones. Había papeles aún flotando en el aire después del impacto. Paco intentaba seguirlos con la mirada abriendo mucho los ojos pero entre el mareo y la resaca estuvo a punto de irse también al suelo. Menudo desastre. De su boca salió un sonido bastante moribundo, algo bastante parecido a un: ubgh que se repetía cada vez que su estómago se retorcía sobre sí mismo y le producía unas increíbles arcadas que estremecían todo su cuerpo. ubgh No podía controlarlas. Intentaba serenarse y pensar con claridad. Sabía que ya podía darse por despedido después de esta. ubgh Llevaban detrás de él todo el mes y pudo ver sed de sangre fresca en los ojos de Mónica durante esta semana. Algunos ajustes de plantilla durante su primer mes al frente de la sección le harían parecer bastante implicada en el buen funcionamiento de la empresa. Y Paco llevaba todas las papeletas. Todo el mundo conocía su fama de juerguista. Pero no le preocupaba en absoluto. Llevaba trabajando en aquella empresa durante cuatro largos años en los que siempre había tenido la sensación de estar a punto de ser largado de allí con una sonora patada en su trasero. Pero por alguna extraña razón o explicación cósmica nunca ocurría tal cosa. En fin, hasta aquí había llegado. De esta no se salvaría su culo. Solo podía pensar en esto mientras miraba apoyado contra la pared de su despacho el suelo cubierto de papeles. No se veían ni las baldosas. Entonces un olor muy fuerte le llegó a la nariz. ubgh La papelera empezó a desprender un aroma muy desagradable mezcla de vómito, tequila y café.
A los diez minutos empezó a sentirse mejor. Salió del water y volvió a lavarse la cara en los lavabos. Se enjuagó la boca varias veces hasta eliminar el mal aliento y se echó agua en el pelo peinándose hacia atrás. Oyó la puerta del servicio abrirse. Era Mónica. La miró un poco extrañado mientras se secaba las manos con la toalla. Quizás ya se habría percatado del pastel que había dejado en el suelo del despacho. Ella tenía todas las llaves de la planta. No se le ocurría otra razón por la que se quedara así de pie en el servicio de caballeros mirándolo sin disimulo. Miró de reojo la papelera de su despacho que estaba en lo alto de la tapa del water. Paco se aclaró la garganta y la miró a los ojos en silencio esperando esas palabras mágicas que le dieran el ansiado billete a la libertad: Estás despedido. Pero en vez de eso Mónica se giró muy despacio y cerró con llave la puerta de los servicios. Paco pensó que a lo mejor el trámite no sería finalmente tan fácil como había imaginado. Entonces volvió a fijarse en la estupenda silueta de Mónica de espaldas y en como la minifalda le marcaba discretamente sus nalgas redonditas y firmes. Tenía un culo durito y respingón que meneaba por los pasillos de la oficina que daba gusto verla. Paco se había pasado varias semanas masturbándose en su propio despacho imaginándosela doblada sobre su mesa, de puntillas sobre los tacones y dándole por detrás con la minifalda subida por la cintura. Se sorprendió a si mismo pensando en esto. Sin duda era una buena señal. Estaba empezando a recuperarse. Mónica se guardó las llaves maestras en el bolsillo de su chaqueta.