martes, 7 de julio de 2009

Cerrado Por Vacaciones

Apagad el ordenador y coged un libro, ostias.

martes, 26 de mayo de 2009

Men are Penguins, Women are Koalas


Aquella noche llegué borracho a casa de Linda. Me había llamado por la tarde y me hizo prometerle que iría a su casa por la noche a ver una película holandesa en la que habían colaborado algunos amigos suyos de cuando vivía en Ámsterdam. Yo había salido temprano de casa para ir dando un paseo hasta su piso del centro pero por el camino me encontré con unos amigos que hacía mucho que no veía y me hicieron quedarme con ellos a tomar unas cervezas en una terraza del centro. Yo les estaba explicando que había quedado con una chica, y que no podía enredarme cuando me di cuenta que ya tenía una cerveza en la mano. No pude resistirme. “Bueno una cervecita no hace nada, además es temprano”, me dije a mí mismo, así que me senté con ellos dejando claro que solo me tomaría una. Cuando cerraron el bar nos trajeron la cuenta, debíamos ochenta euros en cervezas y whisky. Aproveché en una de las visitas al baño para despedirme de mis amigos y salí del bar en dirección a casa de Linda. Eran casi las doce de la noche.

La conocí un día en la biblioteca pública. Ya me la habían presentado antes en una fiesta de erasmus con cierto ambiente libertino pero nunca he sido muy dado al sexo libre. Me contó que llevaba tres años moviéndose arriba y abajo por Europa dando clases de inglés. Le pagaban muy bien y ella apenas tenía gastos. No tenía novio ni ganas de echárselo, según ella las relaciones solo podían acabar de dos modos: o en matrimonios aburridos con hijos o en matrimonios aburridos sin hijos. Yo le intenté explicar que se podía tener una relación estable sin tener que llegar al matrimonio. Pero según ella el problema no eran las relaciones en sí. El problema eran los hombres.

Okay, this is the point. Los hombres solo queréis follar cuando os apetece, cuando estáis calientes, ¿se dice? just when you feel fucking. Nothing else.

― Bueno pues busca un hombre con quien te guste follar cuando te apetezca.

Okay, pero nosotras no solo necesitamos follar, también necesitamos cariño. You know.

― Busca un hombre que sea cariñoso.

Okay, pero luego si follas con otro hombre dicen que eres una puta.

― Pues busca un hombre que sea cariñoso contigo y al que le guste follar con otras.

What? ¿Y quien quiere un hombre así?

La saludé en la biblioteca desde lejos. Ella se acercó hasta mí y me dio dos besos apretándose un poquito más de la cuenta. Llevaba un escote veraniego en pleno otoño y sandalias de tacón. Estaba buscando un libro de Kundera. Me pareció curioso y aproveché que había leído ese mismo libro hacía un par de años para entablar conversación con ella. A mí el libro me había parecido deprimente y espantoso, pero en vez de decírselo de primeras le recomendé que añadiera a su lista uno de Houellebecq muy caliente sobre el lado positivo y las ventajas culturales del turismo sexual. Aposté fuerte. O no me volvía a llamar o se le hacía el chocho cocacola. Tuve suerte y le gustó el libro así que un par de semanas después ya estaba abierta de patas hacia el techo y chillando mi nombre entre almohadas. Michel, te debo una. Michel -1, Milán -0

En general hablaba siempre con ella medio en español, medio en inglés. Ella llevaba ya más de un año aquí y se defendía muy bien con el idioma. Cuando me pedía que le explicara alguna palabra que había oído por ahí y que no encontraba en el diccionario me resultaba muy graciosa.

― Hey, Al.

― Dime.

― Esto, …¿qué significa mamoneou? Antes, cuando tú has dicho antes: Esto es un mamoneou, y tal…

― Se dice: mamoneo.

Mamoneo.

― That’s it. Mamoneo es algo chungo. Ya sabes. Cuando algo es molesto. Se dice: esto es un mamoneo. Un mamoneo de la hostia.

― De la hostia? What do you mean?

― Si de la hostia is something really big. You know, something gorgeous. But it isn’t really had to be bad. It could also be nice.

Aham, okay. Vale. Mamoneo de la hostia es como movida chunga, ¿no?

― You got it. ¿Otro vodka?

Wow, sure. ¡Otro vodka!

En cambio cuando andaba preocupada o enfadada con algo, o conmigo, lo cual era casi siempre, me chillaba en inglés y yo también le entendía casi todo pero la diferencia era que daba mucho más miedo.

― Hey, escucha. ¿Y por qué te fuiste la otra noche sin avisar? ¡No me dijiste nada!

Holy shit! ¿Qué no dije nada? ¡Dammed son of a bitch! I left you in that place cause you even talk to me at all! You just take the whole fucking night flirting with the other girls. That was sick. Oh my god, that was really sick!

― What? I didn’t flirt anybody. You are just mad, really mad.

Am I mad? What the fuck! You! You’re the mad one here! You’re the only one who kick anyone around me in the pubs! Anyone! You can’t stand it, for Christ’s sake! That’s what I call mad. You’re jealously mad.

― I’m not jealous.

Sure not. It would be me. Always it’s me. Holy shit!

Llegué a su casa a la una de la mañana dando tumbos. Cuando me abrió la puerta intentó parecer disgustada por mi retraso pero le compensé preparándole en la cocina unos mojitos de la hostia. Me senté delante de la tele dejándole claro que me importaba un pimiento la película de sus amigos holandeses y le prometí que la llevaría en mi coche la semana siguiente a dos o tres sitios que tenía ganas de ver por la costa. Quería ir a la playa en mitad de Noviembre. ¿Qué podía hacer? Cuando se bebió su copa me cogió de la mano y me llevó hasta su dormitorio. Hicimos el amor intensamente, casi con odio. Ella jadeaba y gemía como una perra, así que lo único que se me ocurrió decirle mientras me la follaba fue:

― Humm, … you like it, don’t you?... Eres una perra.

Y ella repetía desde abajo:

Oh yesss!... Dime perra, dime puta, dime palabras guarras... Come onnnn, fuck! Fuck me harder!


domingo, 24 de mayo de 2009

El Mundo Está Lleno de Ellos

Basado en Hechos Reales


El otro día estaba yo sentado delante de mi ordenador cuando me acordé de que tenía que llamar por teléfono a un compañero. Descolgué el teléfono y marqué el número de memoria. Me contestó un tipo con muy mal humor diciendo:

¿Qué quiere?

Hola, me llamo Alberto, ¿podría hablar con Menganito? dije amablemente.

Te has equivocado, gilipollas me respondió y acto seguido colgó.

No daba crédito a lo que me acababa de decir aquel hijo de puta. Cogí mi agenda para buscar el número de mi compañero y comprobé que, efectivamente, me había equivocado. Pero como aún recordaba el número 'erróneo' que había marcado anteriormente, decidí volver a llamar a aquel tipo y cuando me cogió el teléfono no esperé a que contestase y le dije:

― Sabes, eres un hijo de puta y colgué rápidamente.

Inmediatamente apunté aquel número en mi agenda junto a la palabra ‘hijodeputa’. Cada dos o tres semanas, cada vez que estaba cabreado porque me llegaba una deuda inesperada, o un aviso de multa, o discutía con mi chica, o alguna situación por el estilo volvía a llamarlo y sin dejarle contestar le decía:

Eres un hijo de puta.

Esto me servía de algún modo como terapia y me hacía sentirme mucho más relajado.

Unos meses después, la maldita Telefónica introdujo el servicio de identificación de llamadas, lo cual me deprimió un poco porque tuve que dejar de llamar a mi hijodeputa. Pero de repente, un día se me ocurrió una idea: Marqué su número de teléfono y cuando escuché su voz le dije:

Hola, le llamo del departamento de ventas de Telefónica para ver si conoce nuestro servicio de identificación de llamadas.

― ¡No! me dijo el tío en tono grosero, y me colgó el teléfono.

Rápidamente lo volví a llamar y le dije:

Eres un hijo de puta.

Un mes después, estaba yo esperando con mi coche a que una anciana saliera de la plaza de aparcamiento del Hipercor. La vieja tardó diez minutos en sacar el coche y cuando terminó la maniobra y me disponía yo a ocupar la plaza libre, apareció un Golf GTI negro a toda velocidad y se metió en el hueco que iba yo a ocupar. Comencé a tocar el pito y a gritar:

¡Eh, oiga!, ¡que estaba yo esperando!, ¡no puede hacer eso!

El tipo del Golf se bajo, cerró el coche y se fue hacia el centro comercial ignorándome como si no me hubiera oído. Yo me quedé completamente frustrado y pensé: “Este tío es un hijo de puta. El mundo está lleno de ellos”.
Justo en ese momento vi un letrero de “SE VENDE” en el cristal de atrás del Golf. Lógicamente anoté el número y me fui a buscar otra plaza de aparcamiento.

A los dos o tres días, vi en mi agenda el número de mi hijodeputa y me acordé que había anotado el número del otro tipo, el del Golf. Inmediatamente le llamé y le dije:

Buenos días. ¿Es usted el dueño del Golf GTI negro que se vende?

Sí, yo mismo.

¿Podría decirme donde puedo ver el coche?

Sí, por supuesto. Yo vivo en la calle de Don Ramón de la Cruz esquina con Montesa, es un bloque amarillo y el coche está aparcado justo enfrente de la casa.

¿Cómo se llama usted?

Francisco José Folla Doblado.

Encantado, yo soy Antonio Bragueta Suelta ¿A qué hora sería la mejor para encontrarme con usted y discutir los detalles de la operación, Francisco?

Pues yo suelo estar en casa por las noches.

Aha, estupendo. ¿Puedo decirle algo, Francisco?

Si, claro.

Francisco, eres un hijo de puta de la hostia y colgué el teléfono.

Inmediatamente después de colgar anoté el número en mi agenda al lado del otro, pero en este puse el nombre de ‘hijodeputa II’. Ahora tenía a dos hijosdeputa para llamar y así estuve durante dos o tres meses, llamando ahora a uno, ahora al otro, etcétera. Hasta que comencé a aburrirme un poco.

Me puse a pensar en serio sobre como resolver este problemilla y al cabo de un par de whiskys se me ocurrió algo. Primero llamé al 'hijodeputa I':

Dígame.

Hola hijo de puta le dije. Pero esta vez no colgué.

… ¿Estas ahí todavía, verdad, cabrón?

Si, hijo de puta ― le dije con una amplia sonrisa.

Deja ya de llamarme o...

Oye, que va a ser que no, eh.

Si supiera quien eres te rompía la boca, bastardo me dijo.

Pues mira, me llamo Francisco y si tienes los cojones te vienes a buscarme. Vivo en la calle Don Ramón de la Cruz esquina Montesa, en un bloque amarillo, justo en la puerta donde hay aparcado un Golf GTI negro que es mío, so-hijo-de-puta.

¡¡Ahora mismo voy para allá!! ¡Tu sí que eres un hijo de puta! ¡Ya puedes ir rezando todo lo que sepas! ¡Te voy a matar a hostias! ¡¡Cabrón!!

¿Sí? Que miedo me das, hijo de puta y colgué el teléfono.

Inmediatamente llame al hijodeputa II:

Dígame.

Hola, hijo de puta y no colgué.

Como te pille algún día...

¿Que me vas a hacer, hijo de puta? ― le dije.

Te voy a pegar un pateo que se te van a salir las tripas, pedazo de cabrón.

¿Sí? ¡Pues a ver si es verdad, hijo de puta! ¡Ahora mismo voy hacia tu casa! y colgué.

Por ultimo, cogí el teléfono y llame a la policía. Les dije que estaba en la calle Don Ramón de la Cruz esquina con Montesa y que estaba a punto de matar a mi novio homosexual en cuanto llegara a casa. Luego volví a coger el teléfono e hice otra llamada rápida al programa ese en plan Callejeros de “Andalucía Directo” y les dije que iba a haber una pelea de pandillas de yonkis en la calle Don Ramón de la Cruz esquina Montesa. Entonces me monté en mi coche y me fui para allá a toda leche. Te juro que es una experiencia que nunca olvidaré. La mayor pelea que he visto en toda mi vida. Allí hubo ondonadas de hostias, vaya. Hasta los cámaras del Canal Sur se llevaron lo suyo.

En fin, después de esto espero que cuando te llame por teléfono me contestes con tono amable. Ya sabes, no es bueno que yo me irrite.


jueves, 21 de mayo de 2009

Propósito de Buenas Intenciones


A partir de mañana voy a ser un buen chico.


Lo primero que voy a hacer es creérmelo.
Lo segundo, volver a repetírmelo,
Y ya veremos lo tercero.

Voy a decir lo que pienso,
Voy a hacer lo que quiero.
Voy a buscar trabajo en serio.
Voy a perder esos kilos.
Voy a salir a por el pan,
Y hasta bajar la basura.

Voy a dejar de:
fumar
esnifar
apostar
mentir
conducir borracho

A partir de mañana voy a cuidarme un poco más.
Voy a cuidar de los que son de los míos
y de los que no también, un poco menos.

Voy a besarte cuando me apetezca
Sin avisarte ni pedirte permiso.
Cuando te necesite, voy a decírtelo.
Cuando me tengas hasta los huevos,
También.

Pero
No pienso devolver nada de lo que no es mío.
Ni voy a soportar un solo idiota a mi lado.
Ni voy a dejar que os llevéis a las guapas,
Y según como me pille, ni a las feas tampoco.

No voy a dejar de:
trasnochar
insultar
blasfemar
delinquir
pedir prestado

Y como me toquéis los cojones
Os voy a mandar a la mierda,
Pero muy rápido.


Esta vez va en serio.


lunes, 18 de mayo de 2009

Táctica y Estrategia

"Quién hubiera creído que se hallaba
sola en el aire, oculta,
tu mirada..."
Mario Benedetti


Mario salió al porche en mitad de la noche. Le gustaba salir al porche por las noches y sentarse a leer en un sillón de mimbre que parecía haber sido fabricado para él. Puso el paquete de tabaco al lado del cenicero y dejó su libro en las rodillas mientras se encendía un cigarrillo.

A Mario le gustaban los escritores que bailaban con las palabras. También le gustaban los que disparaban palabras a quemarropa, o también los que eran capaces de conquistarlas y luego hacer el amor con ellas. A Mario le gustaban las historias de borrachos arruinados por haberlo apostado todo, de mujeres que chillaban cuando estaban enfadadas y de ternura apabullante cuando la tormenta pasaba y tocaba reconciliarse, le gustaban las historias de peleas amorosas, de romances imposibles, de odios incurables. Mario no podía evitar imaginarse que él aparecía en todas las novelas que leía. Así había llegado a ser un aventurero cazador en mitad de la sabana africana, o un artista bohemio en el París de las vanguardias, o también un temerario reportero gráfico de conflictos bélicos. A Mario le gustaba oír silbar las balas a su alrededor atrincherado tras una barricada. Le gustaba sentir como sus dedos manchados de pintura acariciaban a su amada mientras dormía, pero sobretodo, lo que más le gustaba era imaginar que él mismo era quien contaba y escribía esas historias. Se imaginaba sentado en la buhardilla de un ático solitario al lado de un ventanuco con un flexo en la mesa, el cenicero a rebosar y miles de papeles por todos lados. Se imaginaba también en una casa con chimenea en mitad de las montañas, perfecta para poder escribir en paz cuando fuera famoso. Y también le encantaba imaginarse recogiendo premios rodeado de fotógrafos y firmando libros con mala cara pretendiendo parecer ajeno a todos esos halagos. Le gustaba especialmente la idea de poder asistir a importantes debates intelectuales para poder dar la nota diciendo tacos y hablando solo de follar y guarrerías por el estilo. Seguro que con solo un par de apariciones así las ventas de sus libros se dispararían. A todo el mundo la gusta odiar o admirar a la gente que tiene los cojones necesarios para decir la verdad. En fin, o sea que a Mario le gustaba leer.

Pero aquella noche cuando se dio cuenta se había fumando el primer cigarrillo sin llegar a abrir el libro. Así que soltó el libro en la mesa de mármol del porche y se recostó en el sillón de mimbre.

Estuvo así un buen rato mirando al vacío.


Luego una idea pasó por su cabeza. Se levantó del sillón para entrar en la casa. Buscó entre las estanterías y encontró un viejo cuaderno de anillas. Le limpió el polvo y buscó algo con lo que poder escribir. Solo encontró un boli bic sin capuchón ni taponcito de arriba. Estuvo un buen rato girándolo sobre el cuaderno y la tinta azul empezó a salir poco a poco. No era gran cosa pero sería suficiente. Salió al porche y acercó el sillón de mimbre a la mesa. Abrió el cuaderno por la primera página con el bolígrafo en la mano. Se inclinó un poco hacia la hoja. Luego levantó la vista y se volvió hacia atrás para buscar el tabaco y el cenicero. Se encendió otro cigarrillo.

Entonces se puso a mirar las estrellas. Había miles, millones. Algunas parecían estar muy cerca, otras en cambio parecían estar infinitamente lejos. Unas parpadeaban, otras no tanto. Las había blancas, azules, rojizas, amarillentas, las había incluso verdes. Mario se sintió entonces muy pequeño. Pensó que nada de lo que él pudiera hacer tendría la importancia que él buscaba, él quería hacer algo importante. Algo que fuera digno. No sabía por donde cogerlo. Las posibilidades eran ínfimas. Entonces pensó que él nunca sería capaz de poder decir esas grandes verdades que había leído en los otros escritores. Tal vez ellos se habrían sentado en ese mismo porche y habrían escrito sus grandes novelas sin apenas esfuerzo bajo las mismas estrellas que a él mismo le derrotaban desde el cielo negro. Todas esas grandes frases memorables e innumerables citas que se sabía de memoria se le antojaban ahora tan lejanas de aquel porche como las estrellas más pequeñas, las del fondo del todo, inalcanzables. Lo único que podía hacer era mirarlas.

Entonces Mario se dijo:

Mirarlas…


Mirar era algo que siempre se le había dado bien hacer. Sabía fijarse en todos los detalles y era capaz de recordarlos por muy pequeños que fueran.

Mi táctica es...
Mirarte


Podía recordar conversaciones enteras que había tenido hacía ya muchísimos años. Podía repetir cada palabra, una a una, con total seguridad de que no se le olvidaba nada.

Mi táctica es...
volver a hablarte
y escucharte


Mario sabía que aquellas cosas que de verdad habían sido importantes no era fácil olvidarlas. Sabía muy bien que todas las heridas dejan huella.

Mi táctica es...
quedarme en tu recuerdo


El siempre había sido sincero. Puede que alguna vez hubiera contado algunas mentirijillas pero en general era siempre demasiado sincero.

Mi táctica es...
ser franco


Entonces Mario sintió que no estaba escribiendo él. Eran las cosas que recordaba, ellas mismas eran las que lo necesitaban a él para ser recordadas, para existir.

Mi estrategia es...
que por fin me necesites



Entonces Mario cogió otra hoja de papel y escribió de corrido:


Mi táctica es
mirarte.
Mi táctica es
aprender como eres,
quererte como eres.


Mi táctica es
hablarte
y escucharte,
construir con palabras
un puente indestructible.


Mi táctica es
quedarme en tu recuerdo,
no sé cómo, ni sé
con qué pretexto,
pero quedarme en ti.


Mi táctica es
ser franco
y saber que eres franca,
y que no nos vendamos
simulacros

para que entre los dos
no haya telón
ni abismos.


Mi estrategia es,
en cambio,
más profunda y más
simple.


Mi estrategia es
que un día cualquiera,
no sé cómo, ni sé
con qué pretexto,
por fin me necesites.


Mario Benedetti (1920,2009)

miércoles, 13 de mayo de 2009

Gymnopédie nº1


Magda llegó a Madrid sola. Se bajó del autobús encendiéndose un cigarrillo y esperó fumando junto al maletero del autobús a que los demás pasajeros sacaran sus maletas.

― En fin, ya estoy aquí ― se dijo en voz alta colgándose la mochila.

Cogió un taxi en la puerta de la estación y tuvo que enseñarle el papelito donde llevaba apuntada la dirección al paquistaní que llevaba el taxi para que lo entendiera. Era una pequeña calle céntrica del barrio de Chamberí que el taxista tuvo que buscar en su pequeña guía para poder llegar. Se bajó del taxi delante de un antiguo edificio de vecinos con escaleras de madera y un pequeño patio central. La escalera rodeaba la caja del ascensor, pero un cartelito en la puerta del mismo decía: No Funciona. El cartelito estaba ya muy descolorido y apenas se mantenía colgando de la rejilla del ascensor. Los escalones crujían. Mientras subía pudo ver hasta tres puertas de las casas abiertas por las que salían voces, el ruido de alguna tele y extraños lenguajes que no entendía. Cuando Magda llegó al último piso sacó la llave y abrió la puerta.

Rápidamente aparecieron a sus pies dos gatos, uno negro y otro color canela que se enroscaron entre sus tobillos mientras dejaba su mochila en el suelo.

― Hola, ¿tenéis hambre?

Magda sacó del bosillo de su mochila un paquetito de galletitas saladas que llevaba para el viaje y lo abrió bajo la atenta mirada de los gatos. Movieron sus naricillas y las probaron. Magda les dejó el paquetito abierto y se dio una vuelta por el piso abriendo las ventanas y mirando curiosa las estanterías llenas de libros. Todo estaba lleno de polvo. La cocina estaba vacía literalmente. No había nada en la nevera ni en los armarios. Solo estaba el saco de comida para gatos abierto en un rincón. La ventana de la cocina estaba abierta al patio. Se asomó y pudo ver las huellas de las pisadas de los gatos por el caminito que usaban para salir del piso cuando les venía en gana. Abrió la llave del agua y comprobó que funcionaban todos los grifos. El agua al principio empezó a salir con un color amarillento que al poco tiempo desapareció. Cogió la mochila y la llevó al dormitorio. Abrió un viejo armario ropero en el que solo había dos o tres perchas olvidadas colgando. Se miró un momento en el espejo de la puerta del armario. Luego se dejó caer en la cama boca arriba mirando la lamparita que colgaba del techo.

Cuando se despertó tenía a los dos gatos subidos en la cama a su lado. Se lamían el pelo sin hacer ruido y cuando vieron que estaba despierta se acurrucaron contra ella. Magda sacó un cigarrillo y se lo fumó tumbada en la cama acariciando a los dos gatos. No sabía cuantas horas habían pasado, solo se había quitado los zapatos cuando se quedó dormida.

Luego se asomó al pequeño balconcito del piso que daba a la calle por la que había entrado. Parecía un barrio céntrico con mucha vida. Pasaba mucha gente, sobretodo gente joven y algunos inmigrantes. Había pequeños comercios por toda la calle. Pudo ver un pequeño horno de pan justo en frente de su puerta. Se puso los zapatos y bajó a comprar dos piezas de pan y algo de chorizo y una lata de foie gras en la tienda de alimentación de al lado. Luego subió, se hizo un bocadillo y se lo comió en el balconcito viendo a la gente pasar.

Entonces se acordó de él y lo llamó desde el móvil. Una vocecita le avisó de que su número estaba apagado o fuera d… así que siguió comiéndose su bocata y luego se fumó un cigarrillo en el balcón. Cuando acabó, se dio la vuelta hacia el interior de la salita pensando en qué hacer. Tenía dos días por delante sola en Madrid hasta que él volviera de su viaje.

― Muy bien. Estoy en Madrid, tengo un piso para mi sola, tengo dinero de sobra y puedo hacer lo que me de la gana…

Entonces pasó una nube por delante del sol. Magda se giró hacia fuera y se quedó mirándola. La nube flotaba en el cielo, despacio. Su forma cambiaba constantemente, muy poco a poco. Era una nube cualquiera como las demás, pero un segundo después, era otra nube distinta. Con otra forma, más o menos parecida a la anterior. Entonces, y sin ninguna explicación aparente, otra nube que andaba cerca se cruzaba en su camino. Las dos nubes iban poco a poco acercándose. Parecía que se atrajeran la una a la otra. Y así flotaban la una al lado de la otra hasta rozarse. Y entonces, tan solo un segundo después, las dos nubes se habían fundido en una sola que flotaba en otra dirección levemente distinta a la anterior. Magda siguió mirando embobada a las nubes hasta que se perdieron por el horizonte. Se sentía extraña. No sabía muy bien como se sentía. Tal vez no sintiera nada. Tuvo la sensación de que tenía que decir algo, pero no sabía muy bien el qué. ¿Qué significaba todo esto? Quien sabe. Además, ¿a quién le importa?

Cerró el balconcito, encendió la tele vieja de la salita y se tiró en el sofá. Los gatos aparecieron al poco rato. Los escuchó entrar por la cocina y se subieron al sofá. Magda les hizo sitio a su lado. Estaban poniendo una película americana de dos policías negros que perseguían a un asesino en serie y se la tragaron hasta el final.

martes, 12 de mayo de 2009

Érase una vez... y lo fue


M
arsias era un pastor que desafió a Apolo a un concurso de música. Había encontrado un aulos inventado por Atenea que ésta había tirado porque le hacía hinchar sus mejillas. Apolo tocó su lira y Marsias esta flauta, y ambos lo hicieron tan bien que ni Midas, al que habían invitado como juez, ni las Musas pudieron decretar un vencedor. Entonces Apolo retó a Marsias a tocar el instrumento del revés: él giró su lira y tocó, pero el aulos no podía tocarse del revés. Marsias lo intentó de todas las maneras posibles en vano. Al final se dio por vencido. Entonces las Musas declararon vencedor a Apolo, pero Midas objetó contra este veredicto. Las Musas estaban en mayoría y se negaron a ceder. Apolo, para castigar a Marsias por su soberbia y audacia al retar a un dios, le ató a un árbol y lo desolló vivo, dando su sangre origen al río Marsias…



En la mitología griega las Musas (en griego Μοῦσαι Mousai) eran, según los escritores más antiguos, las diosas inspiradoras de la música y, según las nociones posteriores, divinidades que presidían los diferentes tipos de poesía, así como las artes y las ciencias. Eran bellas y siempre conseguían lo que ellas quisieran.



... Oh, dolida, por qué la reina de los dioses a sufrir tantas penas
empujó a un hombre de insigne piedad, a hacer frente…


Eso digo yo, por qué, por qué ...

martes, 21 de abril de 2009

Ojos Negros

Nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
Ernest Hemingway


El Monte Mateo es una montaña de 895 metros de altura, y dicen que es de las más altas de la Sierra Morena. Cerca de la cima se encuentra el esqueleto seco de un eucalipto blanco de más de cincuenta metros de altura rodeado de pequeños alcornoques y castaños. Nadie ha podido explicarse nunca como se ha conservado su tronco tantos años allí de pie, ni que hacía allí un árbol de esa especie.
Manolo no dejaba de mirar como sobresalía su tronco muerto sobre las copas de los demás árboles mientras sentía como la sangre caliente le empapaba su bota derecha por dentro. De vez en cuando movía su pie y tenía la misma sensación de cuando niño metía sus pequeños y desgastados zapatos en los charcos de la plaza del pueblo después de llover. La sangre de su pie se enfriaba muy rápidamente y sabía que era lo que mejor le podía pasar ya que al enfriarse no desprendía tanto olor, que aunque para él era casi imperceptible sabía muy bien que no lo era así para los otros habitantes del Monte Mateo. Cogió el cuchillo y cortó la pernera del pantalón de arriba abajo, a partir del bolsillo izquierdo. Separó la tela con las manos y se miró el muslo. Tenía una hinchazón puntiaguda y rojiza en forma de cono, y al palparla con los dedos sintió el hueso del fémur roto bajo la piel.

Manolo solo soltó su rifle de ojos negros para apretarse el torniquete del muslo hecho con la pernera del pantalón. Luego volvió a coger el rifle manteniéndolo en el pecho e intentando dejar la mente en blanco. Sabía que lo más importante era calmarse y que no lo encontraran. Pero la hemorragia no acababa de cerrarse. En el fondo sabía que nunca pararía del todo pero ese pensamiento era de lo menos práctico en su situación. Había elegido un buen escondite medio metido en el tronco abierto de un castaño que se abría hacia arriba dejando el camino del valle a su espalda a unos cincuenta metros bajo la loma. Si alguien se acercaba por el camino podría oírlo a sus espaldas y esperarlo bien preparado. La única cosa de la que estaba seguro en todo momento era de que si lo descubrían allí se llevaría a más de un fascista por delante. Aún le quedaban veinte balas del calibre 54 en el cinto. Cogió diez de las balas y las dejó repartidas en los bolsillos delanteros de su casaca, cinco balas en cada bolsillo. Las otras diez dudaba de tener la oportunidad de usarlas si surgían problemas. Aún así podría echar mano de ellas en cualquier momento. Solo deseaba no tener que hacerlo. Por primera vez en su vida sintió como el miedo ascendía por su pierna derecha en dirección contraria a la que la sangre brotaba preparando el camino. Volvió a apretarse el torniquete una vez más, no estaba dispuesto a dejar subir al miedo de rodilla para arriba.

Solo consiguió relajarse volviendo a recordar la maldita operación y el por qué los habían descubierto tan pronto. Los fascistas no tuvieron más que darse la vuelta y desplegarse para repeler a todo su grupo. Pedro, Obdulio, Emilio, Ramón, todos muertos. Ya no volvería a mandar callar a su hermano pequeño, Ramón, que siempre era capaz de hacerlos reír incluso en los momentos más chungos. Ya no escucharía sus blasfemias e insultos nunca más. Justo cuando se separaron en el camino del barranco se quedó mirándole a los ojos. La noche anterior mientras Ramón y Emilio hacían la guardia no había podido llegarse a dormir, y desde el catre pudo escuchar como ninguno de los dos estaban muy seguros de la misión que habían aceptado. Sin embargo en cuanto Manolo aceptó hacerse cargo del Monte Mateo los cuatro se levantaron sin decir ni mú, así que cogieron sus cosas y esperaron a Manolo en el porche de la iglesia del pueblo que ahora era el cuartel improvisado. Ya no era iglesia pero allí se seguían repartiendo ostias, bromeaban los chavales que salían del despacho de la comandancia instalado en la sacristía de la iglesia. En el campanario de la iglesia las cigüeñas habían dejado el nido allí intacto para cuando todo se calmara. Tardarían cuatro años en volver las cigüeñas, pero eso allí nadie lo sabía.

La misión era muy sencilla, emboscar la delantera de la columna del capitán López justo en el barranco del Monte Mateo. Solo tenían que hacerlos retroceder para hacerle perder tiempo al capitán López. El resto de su columna tardaría al menos una semana en llegar al monte y en ese tiempo ya se habrían instalado en la aldea de Vallehermoso donde podrían atrincherarse indefinidamente, al menos hasta que la aviación tomara cartas en el asunto. Pero aquello no sería fácil de digerir por López y en eso consistía su mejor defensa.

Manolo dispuso a Ramón y a Emilio justo detrás del puente del barranco. Si no fueran capaces de hacerlos retroceder tendrían que volar el puente. Aquello los retrasaría aún más. Sin embargo el pequeño puente del barranco era la única salida segura para toda la compañía hasta la aldea de Vallehermoso. Cualquier otra ruta solo sería un calvario para poder trasladar a los heridos y al resto del campamento. Ramón llevaba en su petate los veinte kilos de dinamita que habían podido sacar del cuartel para volar el puente. El le explicó a la comandancia que necesitaría cuarenta para no dejar ni un pilar o treinta para volar únicamente el tramo intermedio del puente. Pero solo había veinte kilos a disposición. La noche antes de salir le explicó a Manolo como lo haría con solo veinte kilos.

― Solo lo he visto hacer una vez, al americano aquel de Madrid, pero puede hacerse. Se cubre el tramo del puente de barro y se coloca la dinamita debajo en fila a lo ancho. Con una tendía de tres dedos de barro vale. El barro se aprieta cuando se seca y hace de pantalla. Así la viguería del puente no cede y cruje con la explosión. Si no cruje al menos tendrán que pasar de uno en uno. No hay otra, Manolo.

― Tendrá que hacerse. El barro lo pondremos la noche anterior, tendremos que bajar todos menos uno hasta el arroyo y mojarnos los pies. Para la tarde ya estará bien seco. Esa loma está en solana.

― Esperemos que apriete el Lorenzo como lo ha hecho toda la semana. Si no estamos jodidos, Manolo. Si no se seca el barro se reblandece la madera y entonces la habremos cagado hasta el fondo.

― Ya veremos, hermano ― dijo Manolo mirando hacia el cielo ― ya veremos.

Por la tarde bajaron todos menos Obdulio al arroyo y empezaron a llenar los petates de barro. Ramón hizo la tendía con una vara de castaño y colocó la dinamita debajo de las vigas del puente. Luego subieron todos hasta el tronco seco del eucalipto del Monte Mateo. La noche estaba clara y seca, haría sol por la mañana.

Emilio había dejado una ramita con brea en la vera del arroyo atada a un pedrusco. Cuando se despertó bajó hasta el arroyo y había una mirla pegada en la brea, todo alrededor estaba lleno de plumones negros. La mirla había dado guerra toda la noche pero la brea era buena. Emilio la cogió y le retorció es pescuezo sin dudarlo. La metió en el zurrón y se la desayunaron a la plancha con un diente de ajo junto al eucalipto blanco. Fue lo único en lo que tuvimos suerte, pensó Manolo mientras sentía como la fuerza abandonaba sus manos apretando el rifle de ojos negros contra su pecho metido en el tronco del castaño.

Al caer la noche recordó que había guardado algo de pan y sobrasada en su zurrón envueltos en papel. Lo abrió y extendió la sobrasada por el pan con los dedos. Nada más terminar de comer se sintió el estómago lleno y relajadamente se dejó llevar por el sueño.

Un sonido que provenía del barranco lo despertó cuando aún no había abierto el día. Asomó la cabeza por el tronco vacío del castaño y pudo ver el cielo blanco del amanecer. Luego el sonido volvió a sus oídos. Eran López y sus hombres, habían encontrado los cuerpos de los milicianos batidos la noche anterior. Apenas le quedaban fuerzas para recoger el rifle apoyado entre sus piernas. La hemorragia parecía haberse detenido pero no sentía nada de cintura para abajo. Manolo sabía muy bien que significaba aquello. La perdida de sensibilidad es el primer y único buen síntoma de la gangrena. Sacó una bala de su bolsillo derecho con la mano temblorosa y la metió en la recámara del rifle de cazador de su padre. Le vino a la mente la primera vez que le dejó disparar.

―Tienes que cogerla así, firme, como a una mujer. Tu piensa que es esa niña de la aldea que te gusta, ¿como se llamaba?

― Lola.

― Eso es. Imagínate que es la cintura de Lola. No la agarres, abrázala fuerte, así.

Manolo cerró el cañón. Pensó en su madre, en el tacto áspero de sus manos que con cariño le acariciaba la cara. Sus ojos se llenaron de lágrimas que rebosaron por sus mejillas sin afeitar. Pensó en Ramón, en la última mirada que tuvieron en el aquel maldito barranco. Y pensó en Lola. En aquella tarde de romería que se subió con él en el caballo el día que la conoció, y en cómo le temblaban las manos aquel día a pesar de lo que le había dicho su padre. Pensó en su primer beso en el olivar del padre de ella, en su inocencia que tanto le hacía desearla. Pensó en sus manos, en sus muslos cálidos, en su boca, en sus ojos negros. Y entonces, y por primera vez desde que llegaron al Monte Mateo, se sintió seguro y a salvo. Cerró los ojos y dijo en tono suave.

― Espérame cariño, ya voy.

Manolo apoyó la culata del rifle contra el suelo mientras escuchaba a los hombres de López subir por el camino del valle.


martes, 14 de abril de 2009

Peces Extraños

Don´t get any big ideas,
they´re not gonna happen.
Thomas Yorke, In Rainbows

Lo último que recuerdo antes de todo aquello es que había comido demasiado antes de dejarme caer sobre el sofá para echar la siesta. Luego, poco a poco todo se volvió oscuro y durante mucho tiempo no ocurrió nada. Entonces fue cuando abrí los ojos debajo del agua. Aún estaba medio dormido cuando hice el amago de levantarme del sofá, pero resultó que mi cuerpo estaba flotando a un metro de altura sobre el sofá en mitad del salón. Incluso bostecé. Solo entonces me sorprendí de poder respirar sin ninguna complicación dentro del agua.

Mi ropa estaba empapada, mi teléfono móvil flotaba cerca de la lámpara del salón y mi tabaco seguro que se había mojado. Decidí quitarme la ropa ya que en el actual estado de las cosas no parecía ayudarme mucho y solo me dejé puestos los calzoncillos, no sé por qué razón. Una vez desnudo pude moverme con más comodidad. De un par de brazas pude acercarme al balcón. Me costó algo más de esfuerzo de lo normal abrirlo pero cuando lo logré una fuerte corriente marina de agua caliente me chupó hacia la calle. Puse los brazos hacia delante como cuando me tiraba de cabeza en la piscina y me dejé llevar por la corriente calle arriba. Pude ver a algunos vecinos flotando dentro de sus casas asustados mirando por las ventanas. Me miraban con los ojos muy abiertos y sus labios se movían diciendo algo que no pude escuchar. La corriente era muy intensa pero estable. Rápidamente aprendí a controlarla para subir o bajar e incluso para girar a la izquierda en la avenida. Entonces la corriente me impulsó hacia arriba y pude ver toda la ciudad debajo del agua. Iba buceando sobre cada uno de los barrios de la ciudad a vista de pájaro, como si fuera un pájaro marino, bueno ya sabéis a que me refiero. Me dirigí al centro. Allí estaba la gran torre, monumento principal de mi ciudad como una gran montaña submarina. Llegué hasta ella y me agarré a la cúspide. Podía verlo todo. Algunos, los más atrevidos, nadaban a gran velocidad entre las calles y se reían. Otros permanecían agarrados a algo, sujetándose, con miedo en sus caras. Los niños eran los que mejor se manejaban dentro del agua. Pude ver a una madre sujetando a su bebé con gran preocupación, pero el pequeño parecía estar tan a gusto como cuando estaba en el útero de su madre y no había sombra de temor en sus ojos. O sea que todo era según te lo tomaras.

Tuve curiosidad y me lancé en la corriente hacía donde antes estaba el río, pero ahora solo era una especie de surco gigante que dibujaba una sinuosa herida dividiendo a la ciudad en dos. El agua reflejaba los rayos de luz en todas direcciones. Para que me entendáis, no se veían sombras por ninguna parte. Es más, nunca antes había visto mejor. Y por las ondulaciones del agua podía ver las corrientes y hacia donde se dirigían. Si cogías la corriente apropiada podías dejarte llevar y cruzar la ciudad en poco más de cinco minutos. Después de todo no iba a estar tan mal. ¿Qué sacrificios tendríamos que hacer? Hombre, si os soy sincero, lo primero que pensé fue en que ya no iba a tener que preocuparme por dejar de fumar. Olvídate de la contaminación, del papel, de coger el coche, olvídate de los atascos, del viento, de la lluvia, … ¡coño, estaba de puta madre! Pensaba en todo esto dejándome llevar de espaldas por una suave y cálida corriente.

Entonces me acordé de ella y decidí ir a buscarla. Tan pronto como me acordé me pregunté cómo iba a ser el sexo bajo el agua y solo se me ocurrían buenas ideas. Llegué a su ventana en un par de minutos desde el centro. La ventana de su dormitorio estaba cerrada sin pestillo y pude abrirla desde fuera. Metí la cabeza en su cuarto y pude verla dormida. Le había pillado como a mí, durmiendo, y ahora querría que le explicara qué estaba sucediendo, como si lo viera. Además seguro que se asustaba muchísimo, a ella nunca le había gustado mucho el agua. Estaba echada en su cama, las sábanas habían mantenido su cuerpo contra el colchón pero su pelo flotaba en el agua hacia arriba haciendo suaves curvas que le acariciaban el rostro. Le aparté el pelo a un lado y la besé en los labios dulcemente. Sentí como abría la boca al reconocer mis labios y le salió de la boca una pompita que se fue flotando hacia el techo. Se agarró a mi cabeza. Entonces abrió los ojos muy despacio. Eran preciosos bajo el agua. Nunca me había fijado lo bonitos que eran sus ojos hasta que los vi por primera vez bajo el agua. Sus pestañas se abrieron y cerraron un par de veces de una manera muy graciosa y entonces me dijo en un tono muy suave:

― Sabía que vendrías, estaba esperándote. ¿Donde has estado?

Me metí en la cama con ella e hicimos el amor dejándonos llevar en el agua. Pude sentir sus fluidos cubriendo todo mi cuerpo y los míos inundándola por completo hasta rebosar por su sexo. Sus muslos me mantenían contra ella y mis brazos la sujetaban por la cintura. Nuestros cuerpos chocaban muy suavemente. Tuve el orgasmo más lento, largo e intenso que he tenido en toda mi vida. Luego nuestros cuerpos quedaron flotando uno junto al otro en mitad del cuarto. Y me volví a quedar dormido.

Recuerdo que soñé que me despertaba con todo el mundo otra vez seco. Lleno de aire, de un calor insoportable en verano, y mucho polen en el aire en primavera, y viento que te quemaba los labios cuando ibas a la playa o al campo. Siempre he tenido los labios muy sensibles. Antes fumaba hasta quemármelos. Recuerdo que el médico me enseñó una vez unas horribles fotos de otras bocas de otra gente con los labios destrozados y agrietados mientras me decía que así se me quedarían los míos si seguía fumando como un carretero. En cuanto puse el pie en la calle me encendí un cigarrillo y no volví más a su consulta. Ahora ya no tengo que preocuparme más por eso, ni por muchas otras cosas. Menos mal que solo fue un sueño y todavía sigo echando estos increíbles polvos submarinos que vosotros nunca conoceréis, capullos de tierra. Solo quería que lo supierais.


martes, 7 de abril de 2009

Le Tour de la France

Mani volvía de dar una pequeña vuelta de treinta kilómetros en su bicicleta nueva por las afueras de la ciudad cuando entrando en el piso se cruzó con Valeriè en el ascensor. Para ser más exactos, esto fue lo que Valeriè se encontró cuando abrió la puerta del ascensor: a Mani metido en su ropa de ciclista de color amarillo chillón, con unas finas mallas rosa fuxia a medio muslo y un casco blanco con forma de huevo en la cabeza mientras se miraba los bíceps en el espejo y poniendo cara de machote. Por si fuera poco, Mani estaba hablando solo:

― Oh, sí nena... Soy una máquina en perfectas condiciones… ― decía mientras apretaba su brazo en alto y empinaba el paquete bien marcado en las mallas.

― ejem, bonjour… ― dijo Valeriè intentando hacerle sentir lo menos ridículo posible.

― Oh, hola. ― Mani bajó el brazo y sacó la bici del ascensor.

― ¿Eres amigo de Juan? ― le preguntó Valeriè.

― Bueno, eh, soy su compañero de piso... así que, técnicamente, no.

― Jeje … ¿? Yo soy Valeriè.

― Oh, encantado. Yo me llamo Mani. O como dirías tú, Maniù.

― ¿? Entonces, ¿eres un cyclisté?

― ¿Un qué? ― Mani se rascó la cabeza intentando comprender.

― ¿Un cyclisté? Tú sabes, con tu byciclètte.

― Oh sí, sí. Soy un apasionado del ciclismo. Hasta tengo una bicicleté estática, sabes. Y también corro, y hago abdominales, y por supuesto... les nalguès de hierro. ― dijo señalándose el culo bien apretado en las mallas rosa.

― ¿? Uh, tre bien, tre bien... Au revoir. ― Valeriè entró en el ascensor en cuanto pudo y pulsó el botón de la planta baja intentando no parecer asustada.

― Au revuá. ― dijo Mani. Yo estaba en el quicio de la puerta fumándome un cigarrillo despidiendo a Valeriè y pude ver toda la escena sin perder detalle. Le ayudé a meter la bici en el piso sin tirar nada y le saqué un acuarius de naranja de la nevera.

― Es simpática, eh. ― Le dije.

― Simpática, sí es simpática sí . Está buenísima, vaya.

Me metí en la cocina y volví a abrir la nevera. Encontré un trozo de limón olvidado casi al fondo y un botellín de cerveza. Corté una rodajita de limón y la metí en el botellín. Menudo invento. Me senté en el sofá subiendo los pies a la mesita del sofá. Mani seguía allí de pie metido en su ropa de ciclista bebiéndose su acuarius de naranja.

― Oye tú, sólo por curiosidad, ¿cómo encuentras a guiris así? Y más importante aún, ¿cómo leches las convences para que se enrollen contigo? ― me preguntó Mani mientras andaba por el piso con las zapatillas de enganche con las punteras hacia arriba. Era realmente una bonita estampa merecedora de inmortalizar para siempre.

― ¿Qué cómo lo hago? ¿De verdad lo quieres saber?

― Si, joder. ¿Cuál es tu técnica?

― Bueno mira, Mani, es así… ― yo en realidad estaba pensando en decirle que se quitara las zapatillas porque acabaría arañando la madera del suelo. Así que le solté sencillamente: ― Que quieres que te diga, tengo un talento natural.

― Mierda, eso no es una técnica. ― Cuando se enfadaba con esa pinta el espectáculo ya era total.

― Yo tampoco creía que lo fuera, pero tú me lo preguntaste. Anda cámbiate.

― ¿Así que sólo es eso? ¿Qué tienes un talento natural?

― Hey, todos somos buenos en algo, sabes Mani. Todos tenemos un talento especial. Tú, por ejemplo... ― me quedé mirándolo así metido bajo el cascarón de huevo que llevaba de casco, con sus zapatillas con las puntas hacia arriba y las mallas rosa y el maillot fluorescente ―… Tú, por ejemplo, … no tienes vergüenza.

― Hey para, para, no tienes ni puta idea. Esto es lo que llevan puesto en el Tour de la France. ― me dijo con un acento francés recién adquirido.

― Mira Mani, yo que acabo de darme una vuelta por el Tour de la France, y la única cosa que llevaba puesta era un condón.

Cogí el mando a distancia y encendí la televisión por un canal de teletienda. Salía un guaperas tope de cachas vendiendo un absurdo aparato para hacer unas dolorosas flexiones mientras lucía su torso desnudo y sonreía forzadamente a la cámara.

― Mira ves, ése eres tú.

Le dije a Mani señalando la pantalla sin bajar los pies de la mesita del sofá. Memoricé el canal de la teletienda y cambié varias veces de canal hasta dar con uno en el que salía un tipo serio metido en un traje negro anunciando una marca de whisky.

― Y mira, ves, ése soy yo.

Luego volví al canal de la teletienda.

― Ése eres tú. ― volví a cambiar al anterior canal y así repetidas veces. ― Ése soy yo… Ése eres tú… Ése soy yo… ¿lo pillas? Pues mira…

Dejé puesto el canal del anuncio de whisky del tipo serio, yo ya lo había visto. Mientras el actor pronunciaba el nombre del whisky al final del eslogan una preciosa rubia sureña apareció detrás de él abrazándose a sus hombros y susurrándole algo muy agradable al oído. Luego el anuncio acababa con los dos actores saliendo de plano dejando el nombre del whisky sobre la pantalla mientras él la agarraba a ella por la cintura.

Miré a Mani. Acabó su lata de acuarius y sin decir nada se metió en su cuarto andando con las zapatillas de ciclista.

― ¡Hey!, ¡luego te contaré cual es mi técnica pero quítate las zapatillas, melón. Que vas a arañar el parqué!


lunes, 6 de abril de 2009

Para todos mis fans, con amor

Buenas. Prometeo os odia a todos los que leéis esto, uno por uno.

Y la culpa la tenéis vosotros mismos. Deberíais daros cuenta de la estafa literaria que resulta este blog. Pero claro, vosotros solo estáis pendientes de si me cago en éste o en aquél, o de ver si al final éstos dos follan o no. Pues hoy os va a tocar a vosotros.

Porque solo os interesa la peor basura de personajes sin valores ni ambiciones, únicamente preocupados por sí mismos y por sus propios sentimientos. Como vosotros mismos. No pretendéis aprender nada en absoluto, no buscáis nada de provecho. Solo perder el tiempo. Os encanta perder el tiempo leyendo mierda en Internet. Es lo que más os gusta después de intercambiar fotos de vuestros culos a través de redes sociales en las cuales solo hay gente preocupada porque sus propios culos parezcan muy felices y enrollados ante los demás. Aquí dan igual tus problemas. Aquí todo el mundo entra a enseñar lo guapo que tiene el culo. Y a vosotros, pandilla de membrillos, parece que os ha resultado muy interesante el mío, que para nada lo es.

Entráis aquí a chupar de mi alma y yo me quedo con vuestro tiempo, ése es el trato, de momento. Luego más adelante me quedaré con vuestro dinero y llegará un momento en que me haga el jefe del universo y domine el mundo. Pero eso ya es otra historia. De mientras os voy a llenar la cabeza de historias absurdas sin ningún sentido ni finalidad por la única razón de que me encanta.
Me gusta sobretodo la típica pregunta de si esto o aquello fue verdad. Me encanta porque es la mejor señal de que os tragáis toda la mierda que a mí me sobra por dentro y es una satisfacción personal saber que todo esto va a parar a algún sitio. Yo me desahogo de todo lo que me toca las pelotas porque no lo entiendo y vosotros me las cogéis. A mí es que nunca me ha gustado desperdiciar nada.

Y vosotros, que sois la peor calaña dominguera, en vez de pasaros por la biblioteca pública a buscar algo que realmente os llene, entráis aquí después de aburriros viendo videos en el youtube y de esperar que aparezca alguien por el Messenger que os de vuestra ración diaria de conversación tonta. Por no hablar de los típicos que anuncian en el mensaje personal de si les ha dejado la novia, o si han pasado el fin de semana en Londres o en la playa. Ojala os trague la marea a todos los que salís bañándose en la playa cuando abro el Messenger los lunes. Me voy a partir el culo cuando os saquen la foto mientras os ahogáis mar adentro y entonces la colgare en mi ventanita con un mensajito que diga: Uno menos.

Tenemos toda esta tecnología delante con unas posibilidades infinitas y sólo la usamos como máquinas para masturbarse y dejar la mente en blanco por un rato. Lo cual no está nada mal, en serio. Pero se suponía que Internet nos iba a liberalizar, a democratizar. Y a piratear también, vaya. El que no se lo esperara es que nunca se partió la cara grabando cintas grabadas de cintas. Pero, ¿sabíais que hay blogs sobre actualidad científica? Y sobre arte, y sobre temas sociales y demás. ¿A que no? Pues claro, porque ahí no entra ni cristo. Preferís entrar aquí, a esta recopilación de relatos que al menos os recuerdan ese lenguaje que poco a poco vais perdiendo por expresiones agramaticales y sin puntuación como las que escribís en los mensajes del móvil. Así que por lo menos algo vais a ganar.
Pero espero que esto último que he dicho no os incite a invitarme a leer vuestro blog, si es que lo tenéis, porque ya os digo desde ahora que me importa un pepino lo que escribáis, si es que tenéis los huevos para hacerlo.

Os ruego, algo mejor que escribir, ¿sabeis que podeis hacer? Tengo algo para proponeros:

¿Por qué no comprarse un arbolito de navidad, cortarse las pelotas y colgarlas? Y en lugar de lucecitas, meter los dedos en el enchufe. Y colgar en este arbolito a todos los hijos de puta que os han jodido durante todos los días del año. A todos: a tu jefe, al que te suspendió con un 4,7, al que te debe dinero, al que te clavó la puñalada trapera, a ese que te dijo, yo te llamo, o ese otro que te dijo, solo la puntita, etc. Colgar a todos esos de este arbolito va a ser una de las cosas más entretenidas que podréis hacer durante todo el año y sin salir de casa. Y allá arriba, donde poníais la estrellita de belén, allí en lo más alto, clavad en la rama a ese hijo de puta que tenemos bien cerca, que siempre tenemos uno. Ese que nada más vernos ya se le cambia la cara pensando en como te va a joder el día entero. Tú, mamón, sí, a ti me refiero. Te voy a sentar el culo ahí arriba de la rama hasta que te salga por la boca, hijo de puta. Y por dios te juro, que te vas a quedar ahí arriba hasta que te mueras, hijo de la gran ...


Os quiere y os admira: ______________________Prometeo

PS: y si alguien tiene algún problema con lo que acabo de decir, que me deje un email o me postee un mensaje personal que mañana mismo lo miro. Hala.


miércoles, 1 de abril de 2009

¿Crisis?… ¿Qué crisis?

Robe estaba sentado en el sillón de su despacho delante del ordenador esperando que el teléfono sonase con una voz al otro lado que le anunciara algo nuevo de trabajo. Llevaba dos meses aparentando estar muy ocupado, pero lo cierto era que su sello discográfico no había recibido ni un solo encargo en algo más de cuatro meses. La situación empezaba a resultar preocupante y sin signos de cambiar para bien. De vez en cuando giraba la vista hacia el teléfono y comprobaba que estaba conectado. Se encendió otro cigarrillo y cogió el teléfono. Llamó a Rebeca, su mujer, para avisarla de que llegaría tarde. Cuando Rebeca descolgó el teléfono apenas pudo oír su voz ya que a ella siempre le gustaba tener la música a todo volumen. Le explicó a gritos que se quedaría un poco más en el trabajo para poder acabar unos asuntos, pero lo cierto es que no le apetecía volver a casa con la sensación de haber perdido el día entero sin dar un palo al agua. Lo único que había hecho de provecho era mirar las fotos pornográficas que su amante cibernética le había mandado en su último email donde salía ella vestida de cuero negro en atrevidas posturas con una frase abajo que decía: Espero que te gusten.

Robe llevaba un sello discográfico de música que a la vez funcionaba como grupo editorial de nuevas promesas de la literatura underground de la ciudad. Tenían su propio estudio de grabación, equipo de distribución, rotativas y todo tipo de contactos para sacar a delante siempre buen material y sobretodo fresco. Robe siempre había tenido buen ojo para los nuevos talentos.

Pero desde que empezó la maldita crisis no habían sacado ni un solo disco ni libro nuevo. Todos los contactos de los buenos tiempos empezaron a cancelar sus líneas telefónicas y los clientes que antes se peleaban por una reunión con él ahora parecían haber sido tragados por la propia tierra. No tenía explicación y lo único que sentía que podía hacer era encenderse otro cigarrillo y esperar.

Volvió a mirar su correo electrónico por cuarta vez consecutiva y apagó el ordenador. Se montó en su coche y paró en el bar donde antes siempre celebraban las firmas de los buenos contratos o la entrega de los buenos proyectos. El bar estaba vacío. Ni siquiera estaba la tele. El camarero le explicó que la tuvieron que quitar porque los habían denunciado por no tener licencia. La gente se estaba volviendo loca. Robe se bebió su cerveza y cuando se disponía a irse entró Iván, un antiguo amigo suyo. Hacía años que no lo veía. Iván le contó que acababa de cerrar su negocio de exportación debido a la crisis. Sus planes eran irse al campo con su novia, a un pequeño cortijo familiar en mitad de la sierra donde tenían huertas y criaban animales. Pero Iván no parecía muy convencido. Cuando salieron por la puerta le confesó que la empresa había dejado numerosas deudas pendientes que le resultaban imposibles de pagar y tenía que desaparecer por una buena temporada o acabarían embargándole el piso y el coche. Robe escuchaba atentamente mientras su amigo desesperado le agarraba del brazo.

― Robe, ¿tú no podrías ayudarme? Necesito dos mil euros para pagar a un tipo que quiere presentarse en mi casa mañana mismo. Este tío es Albanés y está loco, Robe. Yo sabía que nunca tenía que haber hecho negocios con él, pero mi socio se empeñó en que firmáramos con ese tipo y ahora el cabrón de mi socio ha desaparecido. No sé que hacer, tío. Tienes que ayudarme…

― Lo siento Lidi. Lo siento de veras, pero no puedo. Nosotros también estamos fatal. No hay un duro y nadie sabe de donde sacarlo. Está la cosa muy chunga, tío.

― Ya, bueno, está bien. No te preocupes, algo se me ocurrirá.

― Ya, bueno, eso espero. Venga nos vemos. Suerte, Lidi.

― Adiós, Robe.

Robe sí tenía ese dinero, pero sabía que dárselo a su amigo no solucionaría en nada su problema y a la semana siguiente sería él el que tuviera que andar pidiéndoselos a alguien. Se montó de nuevo en su coche henchido de no gloria y pensando, “soy un mal tipo, tenía que haberle dado ese dinero…”. Puso rumbo a su casa donde Rebeca le esperaba para salir a tomar unas copas como solían hacer. Miró en su cartera y apenas contó treinta euros. Bueno, al menos servirían para vaciar la cabeza un poco y poder dormir bien esa noche.

Cuando llegó a su casa pudo oír la música de ella desde el portal. Abrió la puerta y se encontró a Rebeca en el sofá delante de una fila de seis rallas de cocaína y con una cerveza sobre la mesa moviendo la cabeza al ritmo del heavy metal. Rebeca se inclinó sobre la mesa y esnifó una de las rallas hasta el fondo. Luego levantó mucho la cabeza y soltó un aullido:

― sniffff… Diosss… ¡Cuelguen al maldito Papaaa! ― miró hacia la puerta, se encontró con los ojos de su marido y le preguntó ― ¿Quieres un poco, cariño? ¡Está de muerte!

― No, gracias. Tengo que decirte algo, Rebeca. ― ella movía la cabeza sacudiendo su larga melena negra al compás frenético del trash metal casi sin escuchar la voz de él que le llegaba a lo lejos ― Rebeca, escúchame. ¡¡Rebeca!!

― ¡¿Qué?!

― ¡Tengo que decirte algo, nena!

― ¿Qué? ¿Qué me tienes que decir? Huala, ¡esta parte de la canción me encanta!

― Rebeca, te quiero, nena ― Rebeca sacudía la cabeza de un lado a otro gesticulando con las manos durante el solo de guitarra eléctrica abriendo mucho la boca y cerrando los ojos mientras Robe intentaba llamar su atención de pie delante de la mesa cubierta de polvo blanco y botellines de cerveza― Te quiero demasiado, nena.

― ¿Quieres follar? Me puedes estrangular si quieres. Así del cuello mientras me corro, como la última vez. Fue brutal, me corrí dos veces seguidas como una perra.

― Bueno, ahora mismo no sé si podría hacértelo otra vez. ¡Escúchame cariño!

― ¡Está bien, tómatelo con calma, nene! ¡Relájate, estás muy tenso! ― Rebeca hablaba sin parar de bailar sentada en el sofá ― Anda cariño, date una ducha, te dejaré aquí tus rallas, te juro que no las tocaré. Te lo juro― dijo besándose el canto de la mano.

― ¡No es por la coca! ¡Es por el trabajo! ¡Santo Dios! ¡Rebe, me tienes que escuchar a veces! ― robe se sentó a su lado y cogió un botellín de cerveza.

― ¡Está bien, está bien! ¿Pero qué te pasa? ¿De qué diablos estás hablando? Te encanta tu trabajo, naciste para ser un diez por ciento. Es lo que se te da mejor hacer, cariño.

― No, nena, me tengo que bajar del tren, me está matando. ¿Sabes qué? Tal vez tenga que producir algo. No sé, sacar algo nuevo yo mismo. Últimamente no tenemos muchos encargos ¿Me estás oyendo? ¡El sello se va a ir la mierda!

― ¿Qué dices? A la mierda te vas a ir tú. ¡Tú no eres creativo! No has hecho una mierda creativa nunca desde que nos conocemos. Lo que no es algo malo, sabes. Pero tú tienes que sellar, es lo que haces, y lo haces jodidamente bien.

― ¿Y si no pudiera hacerlo más? ¿Y si me pasara algo y no pudiera hacer nada? ― dijo Robe levantándose del sofá.

― ¿Cómo qué? ¿Como terminar en una maldita silla de ruedas? ¿Torcido y deforme? ¿Pero qué mosca te ha picado a ti ahora?

― ¡No me estás escuchando, mierda! ¡Nunca me escuchas, mierda! ― Robe subió las escaleras hacia el baño y la dejó hablando sola en el sofá.

― Te estoy escuchando, nene. Estoy justo aquí… No me he movido de aquí ― dijo Rebeca inclinándose sobre la mesa y esnifando otra ralla.


miércoles, 18 de marzo de 2009

La Bohème

Me despertó de la siesta echándose a mi lado en el sofá. La dejé jugar un rato. Me hacía cosquillas por el pecho y en la barriga, le gustaba meterme el dedo en el ombligo. Tenía una extraña fijación con esto que me resultaba graciosa porque ella no tenía ombligo. Le habían dejado el ombliguito un poquito hacia fuera. A ella no le gustaba su ombligo. Decía que si lo tuviera bonito se haría un piercing, pero que no le gustaba como lo tenía. Yo no decía nada. Me miró. Le dije que me gustaba su ombligo. Y volvió a meterme el dedito en el mío.

― Me ha llamado antes Said, nos ha invitado al casino del hotel. Hay una fiesta.

Said era su ex. Trabajaba de crupier en el casino. Era un chico alto y guapo. Said era libanés y llevaba cinco años en Madrid. Su viejo tío era socio del casino y le consiguió trabajo en él. Empezó de mantenimiento y fue subiendo poco a poco. Era muy trabajador. Yo lo conocí una noche en una partida en su casa. Conocía todos los trucos. Todas las trampas. Le habían enseñado bien a reconocer a los listos. Yo me hice el tonto aquella noche. Llevaba los mismos cinco años que llevaba él en el país sin sentarme en una mesa de juego. Me costó lo mío dejarlo, más incluso que la cocaína. El juego es lo peor, sobretodo cuando juegas a muerte. Y yo no sabía jugar de otra manera. Pero todo esto ella no lo sabía. Pensé en convencerla de ir a algún otro sitio, pero luego me dije, bueno una partidita sola no es malo. Que coño, una noche es una noche.

― ¿Tú sabes jugar? ― me preguntó.

― Un poco. Pero solo a lo grande. Ese es mi fallo.

― ¿Me enseñarás a jugar a lo grande?

― Claro.

― Yo nunca he ido a un casino. Y el de Said es el más lujoso de la ciudad.

― Ahora que lo dices, ¿sabes cual es la primera regla que tienes que aprender antes de jugar?

― No.

― Aprender a vestir. El y ella siempre tienen que estar impecables. Nos vamos de compras ― sin duda le gustó mucho la idea.

Yo elegí rápidamente un traje de chaqueta negro con camisa blanca y chaleco gris. Con los zapatos me tomé más tiempo mientras ella elegía su vestido. Se probó dos antes de dar con el bueno. Un vestido negro largo con piedrecitas brillantes que le dejaba toda la espalda desnuda.

― ¿Cómo estoy? ¿Te gusta? ― estaba increíble. Le dije con el dedo que se diera la vuelta. Lo hizo muy despacio.

― Estás preciosa ― se la veía muy contenta con su vestido. Sus ojos brillaban de ilusión en el espejo.

Luego llamé a mi socio para pedirle el coche. Me debía un buen favor y ya sabía como me lo iba a devolver. Solo estaba esperando la ocasión. Cogimos un taxi con nuestras nuevas ropas y fuimos a recoger el BMW z4 Coupé biplaza color negro que nos llevaría aquella noche de fiesta. Cuando ella vio el coche se quedó literalmente con la boca abierta.

lol, ¡que pasada!. Nunca me había montado en un deportivo ― yo tampoco, pero nadie lo hubiera dicho de lo bien que me quedaba el traje. Ella me encendió un cigarrillo dejándome el carmín en la boquilla y pusimos rumbo al hotel. Nos íbamos a mezclar con la jet set de Madrid. Sería divertido. Nos inventamos profesiones. Ella sería diseñadora de una firma de ropa muy extraña y exclusiva que solo distribuía en Nueva York, Berlín y Londres. Yo quería ser compositor y violinista solista de la filarmónica de Viena, pero al final me tuve que conformar con representante de la Metropolitan Gallery de Nueva York en Madrid. No estaba nada mal. Seguro que conocía un montón de jóvenes promesas del arte jugando al texas holdem.

Ella consiguió encender la radio del coche después de investigar un buen rato como funcionaba y saltó una música de ópera que nos iba muy bien con nuestra pinta. Nos miramos y nos dijimos “vaya, perfecto”. Yo la reconocí al escuchar un pasaje que me sonaba un montón. Era José Carreras en La Bohème de Puccini. Le conté la historia de Rodolfo y Mimí mientras ella se repasaba las pestañas con rimmel mirándose en el espejo del coche.

― Ese es Marcello, es pintor. Y ese otro es Rodolfo. Es poeta.

― ¿Y qué dice Rodolfo?

― Dice que tiene mucho frío y tiene que quemar sus poemas en la chimenea para poder calentarse.

― Oh, pobrecito. Eso sí que es un artista.

― Y esa es Mimí.

― ¿Y que dice?

― Dice que le va a traer leña. Se han cogido de las manos y le dice que las tiene muy frías.

― ¿Acaban juntos?

― Sí, van camino de la buhardilla de ella.

― ¿Ya? Joder con Rodolfo, no pierde el tiempo. ¿Y como acaba?

― Viven muy felices, aunque pobres, hasta que ella enferma justo cuando él está a punto de dejarla por otra.

― No jodas, que cabrón.

― No creas, lo que le pasa es que le pierden los celos. Pero luego vuelve y se queda con ella hasta que muere. Mimí tiene un final muy triste, aunque dime una opera que tenga un final feliz.

― Es verdad, ella tose. Pobrecita Mimí. Se nota que lo quiere mucho.

― ¿Por qué lo dices?

― Le tiembla la voz, es muy tímida. Lo quiere demasiado.

― Sí, creo que sí.

― Qué bonita. Sabes, puedo imaginarme como se cogen de las manos cuando hablan. Quiero ir a verla. No se me olvidará. Nunca he ido a la ópera.

Cuando llegamos al hotel nos recibió un mozo para aparcar nuestro flamante deportivo. No pude evitar mirarlo fijamente, me quedé con su cara por si le ocurría algo al coche. Tuve que contenerme para que no me saliera la vena polinganera. La cogí del brazo y entramos al casino.

― Escucha, ahora vas a ver mucho glamour falso, mucho dinero y cirugía plástica mala pero los dados giran igual para todo el mundo. No lo olvides.

― ¿Esa es la segunda regla?

― Sí, y la tercera y la cuarta. Una por cada carta.

― Ahá, ¿algo más?

― Sí, pero juguemos. Así es como se aprende. Vamos a comprar las fichas. ¿Cómo vamos a jugar?

― ¡A lo grande!

― Eso es. Esa es mi chica.

En las dos primeras manos me mostré cauto. Me cuesta entrar en calor. Pero pronto empezamos a acumular fichas delante nuestra. Cada vez que ganábamos apretaba su muslo contra mi pierna por debajo de la mesa y me miraba a los ojos. Era muy divertido como los demás jugadores la miraban y se distraían del juego. No creí que fuera a resultarme tan útil a mi lado. En una de las manos me la jugué con un trío y ganamos quinientos euros. Casi se muere de la tensión. Cuando mostré mis cartas se le escapó un gemido y se abrazó a mí.

― Tranquila. Quinta regla: evita las muestras de entusiasmo.

― Joder, que guay. Casi me da algo ― se acercó a mi oído izquierdo y me susurró ― estoy tan excitada que te hacía una mamada por debajo de la mesa mientras los desplumas a todos ― Se me escapó la risa y nos miraron todos los de la mesa. Luego le dije por lo bajo:

― En la siguiente mano quiero que mires al viejo calvo de al lado. Está mirándote las piernas. No intentes mirar sus cartas, tú solo coquetea un poco con él. Dile algo simpático. Nos lo vamos a fundir.

― Okey, como mola…

Dicho y hecho. En la siguiente mano el viejo empresario quiso impresionarla con una escalera y se quedó corto. Le trinque el farol por los cojones y lo dejamos listo. Se levantó y se despidió de ella con un, hasta luego señorita. Ella le devolvió una simpática sonrisa. Perder así al menos resulta agradable.

Ella empezó a animarme a subir las apuestas. Había creado una criatura y se me estaba yendo de las manos. Recogí nuestras ganancias y le dije

― Hemos ganado. Anda Mimí, vamos a tomarnos una copa. Descansemos un rato.

― ¿Ahora? ¡Pero si estamos en racha!

― Precisamente, la racha es el peor enemigo del jugador. Toma, déjale propina al chico y vamos al bar. Sexta regla: nunca tientes al destino.

Fuimos al bar y pedimos dos whiskys. Le conté mi siguiente plan.

― Ahora vamos a ir a una mesa privada. Vamos a jugar a lo grande.

― ¿Una mesa privada?

― Sí, las apuestas van al doble y juega la casa. ¿Sabes que es un primo?

―Claro, el viejo de antes era un primo perfecto.

― Un número primo, me refiero.

― ¿Eh? Ah, sí. El siete y esos, ¿no?

― Un número primo es el que sólo es divisible por uno y por sí mismo. Dos, tres, cinco, siete y once.

― Ahá, ¿y?

― Estate atenta cuando veas uno sobre la mesa. Esas cartas las jugaran todos los jugadores y a nosotros solo nos repartirán dos. ¿Lo pillas?

― Creo que sí.

― Estupendo, vamos.

Dejé pasar cuatro o cinco manos mientras me fumaba el puro que me había comprado en el bar. Desde luego lo estaba pasando bien. Recordé las palabras de mi tío, quien me enseñó a jugar en el porche de la playa, se paciente como las arañas, y cuando llegue tu momento no tengas piedad. Y mi momento llegó. Lo había estado esperando. Cuando el crupier ya esperaba que volviera a pasar levanté un poco la mano y dejé sobre la mesa los quinientos euros que teníamos. Ella ni se inmutó, lo estaba haciendo de puta madre.

― Lo que tenemos en la mano es un full, si queremos apostar quinientos euros se pagan diez a uno ― ella asintió como una profesional y miró al frente. Los demás jugadores se acojonaron, todos menos uno. El listo. Teníamos suerte. Un listo es lo mejor que te puede pasar en una mesa de poker. Los listos tienden a creer que el juego es cuestión de inteligencia. Y como ellos son más listos que nadie acabarán ganando. No falla. Nos vio la apuesta y le enseñé mis dos reinas. Se quedó blanco. Blanco, blanco, blanco. Se le atragantó algo en la garganta y se excusó. No me daba nada de lástima.

― Acabamos de ganar diez mil euros. Coge estos cinco mil, ponlos sobre la mesa y mira a la cara al crupier ― ella lo hizo con mucha clase. Estaba metida en el papel. El crupier se giró y le hizo una seña al jefe de planta. El jefe le dio el visto bueno a la apuesta y seguimos jugando. Ahora mandábamos nosotros. La gente empezó a acercarse a nuestra mesa. Todos querían jugar. Cuando alguien se levantaba enseguida ocupaban su asiento. Por mí estupendo. Nos quedaríamos con todos sus ahorros y sus niños pijos no podrían salir el fin de semana siguiente.

Ganamos una par de manos más como la anterior. Teníamos delante nuestra casi veinte mil euros. Me sorprendió como ella mantuvo la sangre fría. Ahora estaba cogiéndolo de verdad. Seguía mirándome a los ojos después de cada mano que ganábamos.

― Ojos de suerte. ¿Sabes como son? Uno de cada color.

― ¿Quieres que me ponga lentillas?

― Ni hablar ― dejaba su mano en mi pierna de vez en cuando para mantenerme constantemente excitado. Éramos la envidia del casino. Vaya dos personajes.

― Mira ahí atrás, ese de las gafas, ¿lo ves?

― Sí.

― Es el director ― el hombre se acercó muy educadamente y dijo sobre la mesa:

― Ultima mano, caballeros.

― ¿Tan pronto? ― le contestó ella.

― Casi es de día, señorita.

Ya solo jugábamos con fichas doradas de mil euros. El crupier volvió a repartir y ahora sí que sí. Ahí estaban. Pude sentir como sus ojos se abrieron de par en par cuando levanté mis dos ases, y como se clavaron en los otros dos que estaban en la mesa. Su pierna se tensó. Nadie más lo noto. Le rocé el pie como cuando estábamos en la cama. Eso siempre la calmaba. Respiró hondo y me miró. Asentí y ella movió todas nuestras fichas hacia la apuesta. Quince mil euros.

― Un amanecer dorado será entonces ― dije mientras mostré a mis dos pequeños. Se oyó un murmullo por toda la sala. Acabábamos de ganar cuatrocientos cincuenta mil euros.

― La casa tiene que retirarse ― dijo el director sensiblemente afectado.

― ¿La casa tiene sueño? ― le dijo ella con la frente muy alta. Menuda zorra.

― En efectivo, billetes grandes, por favor. Se ha hecho tarde ― dije con mi puro en la boca y levantándome de la mesa. La cogí por el brazo y fuimos a cobrar. Estábamos rodeados de gente. Parecíamos dos actores de Hollywood. Ella sonreía a todo el mundo. Estaba en su salsa. Ni siquiera se había acordado de su ex. Entonces la apreté contra mí y le dije:

― Última regla: si vas a ganar a lo grande, hazlo siempre con una chica del brazo.

― Hemos triunfado esta noche. Lo he pasado en grande.

― Te queda de muerte ese vestido.

― Pues espérate a ver lo que llevo debajo. Vas a flipar.


domingo, 15 de marzo de 2009

Rosas Carnívoras

Termino una y empiezo con otra.
No hablo de mujeres, es cosa de letras, idiota.

Saturnino Rey, Los Veteranos


Yo vivía en la Alfalfa y una noche que estaba dibujando, mientras descubría que el azul diluido en cerveza tomaba los brillos justos que andaba buscando, llamaron a la puerta.

Era Ángela, venía del Brujas porque el tipo del que había estado detrás toda la noche se había liado al final con su amiga, Ana. No parecía muy preocupada por el asunto, y mucho menos indignada a pesar de que Ana sabía que a ella le gustaba el tipo. Así que entré en la cocina a por dos cervezas. Cuando volví había encontrado mi rama y ya estaba deshaciendo un buen cogollo. Yo siempre la tenía escondida en una cajita entre los libros de la estantería. Me quedé mirando la cajita, no me lo explicaba. Me senté en el sofá con ella y me contó de otro chico que llevaba toda la semana llamándola. No estaba tan bueno como el otro del bar pero le había gustado por su forma de mirarla. Bueno, la había llamado el jueves para salir un rato pero le dijo que estaba muy liada así que lo dejaron para otro día. Pero lo cierto es que estaba tirada en el sofá viendo una película vieja de Marlon Brando y luego se fue a la cama y se masturbó. Ángela era así. Al parecer lo había conocido el fin de semana anterior pero no le había apetecido quedar con él. Ahora estaba planteándose llamarlo mañana. Ya no le parecía tan malo. Así son las cosas. Nos bebimos las cervezas y volví a la cocina a por otras dos y también nos las bebimos. Intenté preguntarle por su amiga Ana discretamente, yo ya la había visto alguna noche por ahí y me había fijado en ella. Ella no pareció coscarse de mi pregunta y me dijo que tenía que volver al bar a por ella. La había dejado allí un poco tirada, pero claro, no había querido quedarse esperándola mientras ella se relamía del tio bueno. Entonces recordé una frase que había leído en algún sitio que decía: quien soporta que abuses de él, bien te conoce. Luego se fue después de prometerme que me compraría un cuadro.

Cerré la puerta y volví a colocarme delante de mi lienzo azul. Lo miré un buen rato. Lo miré a los ojos mientras me acababa el segundo porro. Intenté averiguar si me decía algo. Hasta le pregunté en voz alta. Pero no parecía tener muchas ganas de charlar conmigo así que me fui a por otra cerveza. Abrí el botellín y la chapa giró en el aire. La atrapé al vuelo. Me quedé mirándola. Me gustaban sus bordes. Pero tampoco me decía nada. La cogí en mi mano y la apreté hasta doblarla por la mitad. Me quedé mirándola otra vez. Me recordó a las plantas carnívoras esas que atrapan insectos entre sus espinas. Una vez estuve en casa de una chica que tenía una de estas plantas. Ella solo la regaba y la planta se encargaba de limpiar la casa de moscas y mosquitos. No volví a quedar con esta chica nunca más. Entonces me acerqué a mi lienzo. Algo le faltaba a la rosa que acababa de dibujar. Cogí pegamento y pegué la chapa doblada al lienzo sobre uno de sus pétalos. Una rosa carnívora, me gusta. Ya tenía un buen título. Entonces volvieron a llamar a la puerta.

Era María Chiara, la novia del italiano con el que estaba enrollada se había presentado en su casa y los había pillado en faena. La chica furiosa le había arañado la cara y zarandeado de los pelos hasta sacarla a la escalera. Le fui a buscar una cerveza pero andaba de lado a lado por el cuarto con la blusa rota por el cuello, no sabía que hacer y estaba muy nerviosa. Fue al baño y tardó un buen rato en salir. Le dije que se sentara en el sofá y se calmara un poco. Cogió el botellín donde estaba mojando mis pinceles de azul y se lo bebió por la mitad. No supe como explicarle lo de mi último descubrimiento en azul-cerveza así que no le dije nada y solo le quité el botellín de delante. Se relajó un poco y empezó a contarme todo lo que había pasado. Las españolas están todas locas, me dijo. No supe que contestarle, desde luego no iba a ser yo quien le dijera que no. Me bebí mi cerveza y luego la suya, la azulada, mientras me contaba. Al parecer era la típica historia: la novia se suponía que volvía el domingo de su viaje pero había adelantado la vuelta para verlo a él. La gente debería saber que aunque ese tipo de sorpresas están muy bien cuando tienes ganas de ver a tu pareja, siempre existe la posibilidad de que la sorpresa te la lleves tú. Chiara hablaba gesticulando como había sido la pelea. Al parecer la chica se fue a por ella sin pensárselo en cuanto entró en el piso. Le dije que tal vez la novia ya se oliera el percal de lo que estaba sucediendo con su chico y aquel regreso inesperado hubiese sido en realidad una trampa. Se quedó mirándome. Lo vio claro. Desde luego habían caído con todo el equipo. Le cité una antigua frase que decía: todo lo que hoy está demostrado, alguna vez fue imaginado. Poco después se fue, no parecía muy decidida.

Cerré la puerta. Volví a mi mierda de cuadro. Ya ni lo miré al pasar por delante camino de la nevera a por otra cerveza. Mierda, no quedaban ya. Mi descubrimiento artístico tendría que esperar a otro día, con todo el riesgo que eso conlleva. Miré encima de la nevera y encontré una botella de escocés por la mitad. La destapé y acerqué mi nariz. Le pegué un buen trago y me la llevé al estudio. Me senté en el suelo de espaldas al lienzo con la botella. No tenía caballete, grapaba los lienzos directamente en la pared del estudio. Pintaba a modo mural. Me gustaba la sensación al pintar contra la pared. Dibujo y grabado a la misma vez. Los profesores de dibujo siempre me lo dijeron, aprietas mucho el lápiz, chaval, y yo no sabía como explicarles que a mí lo que me gusta es apretarla hasta el fondo. Pero en verdad siempre me fue bien en mi época académica por el realismo idealista de mis retratos. Después de tantos años la belleza sigue siendo lo único que me hace abrir bien los ojos. En esto estaba cuando volvieron a llamar a la puerta, pero esta vez me sonó de manera familiar.

Era ella, me dio un beso, entró al salón de dos pasos y levantó la nariz. Parecía una perra olisqueando el aire. No sabía si reírme o pasar de ella. Es lo que tiene estar con una loca. Se giró hacia mí muy tensa y me dijo:

― ¿Dónde está?

― ¿Dónde esta? ¿Dónde está qué?

― ¡¿Dónde está esa zorra?!

¿Qué?

― Puedo olerla hijo de puta. Ha estado aquí. ¿Ha estado aquí verdad?

― Pero de qué estás hablando, aquí no ha …

― ¡Ha estado aquí! ¡Ha estado aquí, hijo de puta! Conozco este olor…

― Espera, deja que te lo explique. A lo mejor es por una amiga que acaba de irse. Venía de estar con un chico y seguramente …

― ¡¡Nooo!! Cabrón hijo de puta, no me creo nada de ti, ¡nada! No me empieces con tus historias, eh. ¡A mí no me vengas con tus historias! ― era inútil así que volví a sentarme en el suelo mientras ella se ponía de puntillas olisqueándolo todo. Se agachó sin acercarse a mí y me cogió de la camiseta y la olió. No parecía contentarse con eso. Así que la dejé pasear su pequeña naricita respingona por el sofá, por las cortinas y hasta por mis pantalones que estaban colgados en una silla desde hacía dos días en busca del rastro femenino. Le pegué otro buen trago al whisky sentado en el suelo y solté un sonoro eructo. Me lanzó una mirada afilada, pude leer en sus ojos. Creía que intentaba disimular el rastro de perfume con el olor del whisky. Luego se sintió un poco decepcionada de su primera intuición. La muy zorra era lista. Siempre me han gustado las mujeres inteligentes. Aunque también me gustan las tontas. Pero no es lo mismo. Ni de coña.

― Me voy.

― ¿Ya te vas? Pero si acabas de llegar y solo has hecho olisquearlo todo de manera acusatoria. ¿Y ahora te vas?

― Sí.

― ¿Y para que has venido? Si puedo saberlo.

― Cosas mías. Adios.

Me dejó allí solo, sentado en el suelo con la botella. Luego abrí el balconcito para ventilar aquello. Entonces otro olor vino a mi fea nariz. Olía a quemado y venía de la calle. Cuando me asomé al balconcito vi como unos niñatos le metían fuego a un contenedor de basura lleno de cartones y muebles viejos. Se reían. Entonces uno de ellos levantó la vista y salieron corriendo. Giré la vista y vi a mi vecina con el teléfono inalámbrico en su balcón. Les gritó que estaba llamando a la policía mientras los chiquillos huían calle abajo. Doblaron una esquina y mi vieja vecina soltó el teléfono. Luego nos quedamos los dos un buen rato mirando el fuego. Era una preciosa llama púrpura de dos o tres metros de alto bailando en mitad de la plaza. Se oían los chasquidos de la madera en combustión. El fuego era hipnotizante. Entonces oí a mi anciana y sabia vecina decir: si al menos los necios persistieran en su necedad se tornarían sabios. Me pareció una frase con bastante sentido.

Volví adentro, y encontré una cerveza por la mitad sobre la mesa. Estaba caliente. Ella la había encontrado detrás del sofá. También se la había llevado a su nariz. Besé la boca de la botella, metí mi pincel, me encendí un cigarrillo, lo dejé en mis labios, agarré el pincel y seguí con lo mío.