jueves, 5 de febrero de 2009

Hombre Blanco Hablar con Lengua de Serpiente

Kevin salió de su casa sin saber muy bien a donde ir. Cogió su viejo coche y se fue hasta el centro. Lo aparcó en una plaza de minusválidos. Tiró el cigarrillo que estaba fumándose y encendió otro. Empezó a caminar por el centro de la ciudad dejándose llevar por las calles. Le gustaba la luz amarilla de los faroles y como esa luz inundaba de sombras los recovecos de las sinuosas calles del centro. Le gustaba pasear a buen ritmo, como si en realidad fuera a algún lugar donde estuvieran esperándolo. Y cuando se cruzaba con alguien le gustaba mirarle a los ojos, directamente, sin desviar la mirada. Especialmente con las mujeres. Y luego cuando captaba su atención dejaba de mirarlas y seguía mirando al frente. Algunas seguían mirándolo aún cuando él ya había desviado su atención de ellas y seguía su camino. Le gustaba aquello. Y entonces, sin ninguna explicación doblaba una esquina a la derecha, o a la izquierda, hacia arriba o hacia abajo y seguía andando.

Y así anduvo hasta que no pudo más. Por tres horas estuvo andando. Luego se imaginó en su cabeza el plano de la ciudad y dibujó mentalmente el recorrido que había hecho y se sorprendió. Así que decidió entrar en el primer bar que encontrara a su gusto. No tardó mucho en encontrar uno. Se llamaba El Camello Dorado. Le gustó el ambiente que vio a través de los cristales de la puerta y entró. Había un par de grupos de extranjeros, unos en las mesas y otros en la barra. La camarera era muy atractiva. Le hizo el mismo juego de las miradas a la chica de la barra y se sentó en un taburete pidiendo una cerveza. Dejó el paquete de tabaco en la barra y uno de los chicos extranjeros que estaban en la barra se giró hacia él.

― Perdón ― le dijo, con acento inglés ― ¿tienes… ? ― Le hizo el gesto del mechero y Kevin le dijo que sí con la cabeza. Le encendió el cigarrillo ― Oh, gracias. ― le dijo el guiri con una amplia sonrisa y volvió a sentarse con su grupo. Kevin miró de nuevo a la camarera que lo había estado mirando mientras daba fuego.

Eran americanos. Lo distinguió por el acento cuando hablaban entre ellos. Intentaron pedirle a la chica de la barra algo pero ella no les entendía. Eran simpáticos, intentaban explicarle lo que querían mediante gestos pero la chica de la barra no entendía ni papa. Entonces ella se giró hacia Kevin con una mirada de auxilio y el del fuego se giró hacia él y le preguntó:

― eh, perdón, … do you speak english?

― Yes, a little bit. What do you want to drink?

Oh, hehe no, well, we just want to know if she takes tips. You know, if it´s appropriate. We don’t want she to be offended.

― Ah, yeah, sure man. She will take them, no problem.

Oh, thanks, you know, in some places its not appropiate to give tips.

―I know, there is no problem.

Kevin miró a la chica de la barra sonriendo y le explicó que lo que querían era dejarle unas propinas por las bebidas. Ella se rió diciendo “ jajaja, ¡Sí! Sí, claro que acepto, muchas gracias, jeje” Entonces los americanos empezaron a contarle a Kevin su historia. Resultaron ser marines, como los de las películas, y estaban de descanso en la ciudad por dos días. Se pusieron a charlar animadamente. Kevin les explicó que vivía justo al lado y que solía parar por el bar. Lo cual no era verdad pero como estaban hablando en inglés pues la camarera no se enteró de nada. Luego ella viendo la conversación animada dejó lo que estaba haciendo, se puso una cerveza y se sentó con ellos detrás de la barra.

Estaba reemplazando a un amigo en el bar. Su amigo era el dueño. Al parecer el negocio iba mejor desde que ella empezó a ayudarle en la barra. Kevin afirmó con la cabeza. Desde luego sabía muy bien por qué. Era guapa, muy simpática y tenía un buen par de tetas. En otras palabras, una buena camarera para un bar de copas, su amigo no era tonto. Le contó a Kevin sobre los murales pintados directamente sobre las paredes del bar como decoración. En realidad a Kevin no le gustaba mucho el trabajo que había hecho otro amigo suyo artista, pero si le gustó como ella se lo iba contando con entusiasmo incluso. Las cervezas no paraban de caer. De vez en cuando los americanos hablaban con él también. Eran buenos bebedores. Uno de ellos incluso le ofreció un dólar americano por el mechero. Pero era el único que Kevin llevaba encima y acordaron compartirlo entre todos hasta que él se fuera, tenía un cajón lleno de ellos en casa. Les hizo mucha gracia que el mechero fuera recargable. Nunca habían visto uno de gas así. Kevin les explicó como recargarlo en cualquier estanco por unos cuantos céntimos. A los americanos les pareció una buena opción.

El problema era que cada vez que hablaba con ellos lo tenía que hacer en inglés y entonces la chica de la barra se quedaba un poco colgada. Se reía cuando se reían todos, pero sin saber muy bien por qué. La escena le divertía mucho a Kevin que tenía que volver a explicarle a ella lo que habían estado hablando y entonces se reían todos y seguían bebiendo cerveza sin parar.

Así estuvieron hasta casi por la mañana cuando ya la chica del bar les explicó ella misma, muy teatralmente, que tenía que cerrar el bar y serviría las últimas copas. Ya estaban hartos de cerveza así que la última sería más fuerte. Entonces Kevin se dio cuenta de que no llevaba suficiente dinero para pagar todas las cervezas que se había bebido. Pero la chica del bar que lo vio contando monedas se acercó y le dijo:

― No te preocupes, ellos te invitan. Con todas las propinas que han dejado pagan lo tuyo. ― Y luego le dijo acercándose a él, como para que no lo escucharan los americanos ― Y por la copa no te preocupes. Te invito yo.

Esto último le gustó mucho a Kevin como sonó. Por las palabras elegidas, por el tono y por la mirada con que se lo dijo. Así que se sirvieron las copas y estuvieron un buen rato más charlando y pasándolo bien. Cuando pasado el rato la chica se giró para ver el reloj del bar los americanos se levantaron muy educadamente y dijeron que era hora de irse. Así que Kevin les regaló el mechero recargable y ellos le regalaron el dólar americano. O le compraron el mechero, según se mire. Kevin entonces se levantó e hizo la jugada del baño mientras ellos salían del bar. Cuando volvió estaba ella apagando las luces y la esperó en la puerta del bar. Ella conectó la alarma y cerró las puertas. Se giró hacia Kevin.

― Toma, esto es un regalo. ― le dio algo en la mano sonriendo. Kevin abrió la mano y miró. Era un mechero recargable de color rojo como el que le había regalado él a los americanos. Kevin sonrió. Había escrito en él su número de móvil con rotulador permanente.