miércoles, 25 de febrero de 2009

La Prueba de Fuego

“Como un aullido de lobo con la luna llena de fondo. O como Beethoven de perfil sacudiendo su melena al dar el primer acorde. Joder, así me gustaría a mí empezar una historia. Reventando. A tomar por culo todo. Como un halcón que cae en picado sobre una perdiz que no tiene tiempo para darse cuenta de nada. O como una bomba lapa en el bajo de un coche que explota al hacer contacto la llave y levanta el coche hasta un quinto piso dejando en el suelo un socavón de cuatro metros. A chuparla. Es lo único que se puede decir. La historia ya ha comenzado…”

Dos semanas. Llevaba toda la tarde esperándola en el estudio de la Alfalfa. Me había pasado dos semanas sin salir de allí. Por fin abrí el balconcito y salí al mundo exterior. Me miré las palmas de las manos aún manchadas de tinta. Habían pasado dos semanas en las que había subido al olimpo con los dioses y luego tuve tiempo para darme una vuelta por el infierno, donde me encontré que me estaban esperando. Hacía tiempo que no bajaba por allí. No recordaba haber hablado con ningún ser humano de carne y hueso durante aquellas dos semanas.

“… Saliendo de aquella fiesta los dos abrazados y borrachos él se dio cuenta de que nunca sería capaz de olvidarla. No necesitaba más que mirar en sus ojos para saberlo todo. No había secretos. No había tensión, ni gestos fingidos. La felicidad inundaba cada mirada hacia el mundo y hacía que éste brillara como un farol mientras paseaban...”

Aquella misma tarde su avión había llegado a la ciudad. Me llamó en cuanto aterrizó. Colgó justo cuando se montaba en el taxi que la traía hasta mí. La noche anterior de su vuelo, antes de caer dormido durante casi veinte horas, le había mandando por email lo que acababa de escribir. Ella siempre era la primera en leerlo. Era la mente fría que sabía distinguirme entre lo ridículo y lo genial. Era como un pequeño ritual. Lo llamábamos la prueba de fuego. La vi bajar del taxi desde el balcón. Subió corriendo las escaleras. Abrí la puerta en calzoncillos y se tiró encima mía abrazándome entre sus piernas y besándome por toda la cara y el cuello. Llevábamos casi dos meses sin vernos. Nos tiramos a ello toda la tarde. Sabíamos que solo tendríamos dos días antes de que se volviera a marchar por seis meses. O quizás para siempre. Y a mí me parecía un trato justo. Mientras durara.

“…Sonaba una canción de fondo que decía: “Cuando más te quería, me dijiste que no. Hijo de puta, maricón , jódete.” ¿No crees que la gente merece una segunda oportunidad? Si una persona comete un error grave, ¿no crees que merece una segunda oportunidad? O tal vez debe seguir pagando su error por el resto de sus días. Tal vez esté esperando una señal. Un pequeño gesto que le ayude para convertir lo negativo en positivo. Para darle la vuelta a todo. O por lo menos volver a intentarlo. Una segunda oportunidad…”

Después de la lucha libre nos sentamos en la pequeña cama de noventa que teníamos allí y que a mí me gustaba tanto. Cuando dormíamos juntos nos sobraba la mitad de la cama. Nunca pasé frío. Nos sentamos como dos indios y me preparé para el juicio final. Aquello que había escrito iba a ser mi despedida personal de ella. Los dos lo sabíamos. Solo que nos jodía demasiado como para aceptarlo. Perra vida.

humm Espera, debo prepararme. Me cago en la puta, necesito un cigarrillo.

― Dame uno.

― Bien, humm como los viejos tiempos. Sé directa, quiero saberlo todo. Aquí vamos. Dime la brutal verdad. Destrózame. Adelante.

― No puedo…

― ¿O quizá prefieres que me de la vuelta y me ponga en pompa para que así puedas lamer mejor, eh, qué me dices?

― No puedo, Al. Ya estás otra vez, no me estás escuchando... ― dijo bajando la cabeza.

― Venga ya. Te encanta hacerme pedazos ¿Acaso no es divertido cuando te doy permiso? Venga mírame, Clara. Mírame. ― no quería mirarme a los ojos ― Oh, no. Clara… No puede ser. ¿No la leíste? ¿No la leíste, verdad? Mierda, no la leíste. ― dije levantándome de la cama.

― ¡No puedo leerla, Al! No puedo... ― le oí decir mientras yo daba vueltas por el cuarto.

― ¿¿Por qué no??

― ¡Por qué no puedo volver atrás! Esta parte de mi vida termina aquí. Ya se acabó.

― Se me vienen muchas cosas a la mente y que quisiera decirte. Pero ahora mismo solo se me viene una sola cosa y es: ¡Joder, Clara, acabamos de follar! ― le grité.

― ¡Joder, cállate!― dijo tapándose los oídos.

― Callarme no hará que desaparezca.

― ¿Sabes qué? Esto ha sido cosa de una noche. Se terminó. No me arrepiento, pero...

― ¿Pero por qué te ibas a arrepentir? Te has corrido tres veces.

― ¡Cállate!

― Bueno, dos, … ¿dos y media?

― Está bien, ahora si me arrepiento.

― Está bien, ya paro. ― le dije mientras volvía a sentarme en la cama. Me cogió de las manos.

― Al, el hecho de que escribieras esto es increíble. Estoy muy orgullosa de ti. Y estoy contenta de que finalmente tú continúes con tu vida y es maravilloso. Pero tienes que hacerlo solo. ¿Entiendes?

― ¿Y si no quiero, Clara? ¿Y si no quiero hacerlo solo?

― ¡Al! Yo ya no te quiero. Quiero a Carlos. Y me voy a ir con Carlos, y … necesito que lo aceptes. Lo necesito de verdad. Tú mismo fuiste quien me animó a irme, Al. ¡Tú!

― Soy un maldito capullo hijo de puta. ― dije mientras volvía a ponerme de pie ― Clara, ¿eres feliz?

¿Qué?

― Es una pregunta simple. Que si eres feliz.

― Yo ya no sé ni siquiera qué significa eso.

― Muy bien, te lo preguntaré mas directo: ¿Te hace feliz ese Carlos?

― Sí.

― ¡Maldita perra! ¡Mentira cochina!―le grité la sacudiéndola por los hombros.

― Jajaja, ¡En serio! Me hace feliz. De verdad.

― ¿Del modo en que yo te hago feliz?―le dije poniéndome de rodillas en el suelo.

¿Tú? ― me cogió la cara en sus manos dulcemente y me dijo ― Tú me vuelves loca.

― ¿Así que no te hago feliz? ¿Te vuelvo loca?

― Claro que sí. Quiero decir, hubo una época en la que me hiciste feliz. Pero después me volviste loca y eso también estuvo bien, … por un tiempo. Pero después yo… Yo he evolucionado.

― Ah, ya. Has madurado más que yo. Entiendo. ― le dije poniéndome de pie otra vez.

― Sí, sí, precisamente.

― ¿¿Y yo no??

― No. Tú no.

― Pues, ésa es una forma terrible de resumir una relación.

― Bueno, ¿y cómo la resumirías tú?― me preguntó mientras me asomaba al balcón. Me quede un buen rato pensando. Miré una pareja de ancianos que cruzaban la plaza cogidos de la mano. De repente pensé que esta sería probablemente nuestra última discusión. Le contesté con la mirada perdida hacia la plaza.

― Yo diría que nos queríamos demasiado. Y creo que cometimos el error de hacerlo bien a la primera. Nos conocimos y enseguida lo supimos. Solo tuve que mirarte dos veces a los ojos cuando ni siquiera conocía tu nombre. Y eso nos presionó demasiado. Y colapsamos. Plumm Como aquella vez que nos caímos borrachos por las escaleras. ¿te acuerdas?

Jajaja Sí, cuando intentaste subirme en brazos y nos caímos de culo hasta el portal... Y luego lo hicimos en el suelo del rellano. ¿Te acuerdas?

― ¿Lo ves? Si te puedo hacer reír así, ¿por qué no podemos estar juntos? ― le pregunté volviendo a la cama junto a ella.

― Eso es lo que no entiendes. ― me volvió a coger las manos y mirándome a los ojos me dijo ― ¿Sabes por qué? Porque tú no quieres estar conmigo. Crees... Sé que crees que quieres. Pero si me entregara a ti, acabarías decepcionado otra vez, porque tú no estás enamorado de mí, Al. Estás enamorado de la idea. De la idea del amor.

― ¿Y tú, cómo puedes ser tan guapa y estar tan equivocada?

― Todas estas cosas que se supone que no deben pasar, pasan, cariño. Y lo que pase a partir de ahora solo dependerá de ti. ― dijo cogiéndome la mano y besándomela.

"… Aquí estamos otra vez, de nuevo", pensó ella. “Todos estamos tan desesperados por sentir. Vagamos por nuestras vidas buscando esos brazos que nos acojan por fin. Aunque solo sea durante unos instantes. Aunque solo sea una leve caricia que nos de la paz. Lo que sea, que nos haga seguir enamorándonos mutuamente y arruinando nuestro camino hasta el fin de los días. ¿Acaso hay algo mejor?”