martes, 26 de mayo de 2009

Men are Penguins, Women are Koalas


Aquella noche llegué borracho a casa de Linda. Me había llamado por la tarde y me hizo prometerle que iría a su casa por la noche a ver una película holandesa en la que habían colaborado algunos amigos suyos de cuando vivía en Ámsterdam. Yo había salido temprano de casa para ir dando un paseo hasta su piso del centro pero por el camino me encontré con unos amigos que hacía mucho que no veía y me hicieron quedarme con ellos a tomar unas cervezas en una terraza del centro. Yo les estaba explicando que había quedado con una chica, y que no podía enredarme cuando me di cuenta que ya tenía una cerveza en la mano. No pude resistirme. “Bueno una cervecita no hace nada, además es temprano”, me dije a mí mismo, así que me senté con ellos dejando claro que solo me tomaría una. Cuando cerraron el bar nos trajeron la cuenta, debíamos ochenta euros en cervezas y whisky. Aproveché en una de las visitas al baño para despedirme de mis amigos y salí del bar en dirección a casa de Linda. Eran casi las doce de la noche.

La conocí un día en la biblioteca pública. Ya me la habían presentado antes en una fiesta de erasmus con cierto ambiente libertino pero nunca he sido muy dado al sexo libre. Me contó que llevaba tres años moviéndose arriba y abajo por Europa dando clases de inglés. Le pagaban muy bien y ella apenas tenía gastos. No tenía novio ni ganas de echárselo, según ella las relaciones solo podían acabar de dos modos: o en matrimonios aburridos con hijos o en matrimonios aburridos sin hijos. Yo le intenté explicar que se podía tener una relación estable sin tener que llegar al matrimonio. Pero según ella el problema no eran las relaciones en sí. El problema eran los hombres.

Okay, this is the point. Los hombres solo queréis follar cuando os apetece, cuando estáis calientes, ¿se dice? just when you feel fucking. Nothing else.

― Bueno pues busca un hombre con quien te guste follar cuando te apetezca.

Okay, pero nosotras no solo necesitamos follar, también necesitamos cariño. You know.

― Busca un hombre que sea cariñoso.

Okay, pero luego si follas con otro hombre dicen que eres una puta.

― Pues busca un hombre que sea cariñoso contigo y al que le guste follar con otras.

What? ¿Y quien quiere un hombre así?

La saludé en la biblioteca desde lejos. Ella se acercó hasta mí y me dio dos besos apretándose un poquito más de la cuenta. Llevaba un escote veraniego en pleno otoño y sandalias de tacón. Estaba buscando un libro de Kundera. Me pareció curioso y aproveché que había leído ese mismo libro hacía un par de años para entablar conversación con ella. A mí el libro me había parecido deprimente y espantoso, pero en vez de decírselo de primeras le recomendé que añadiera a su lista uno de Houellebecq muy caliente sobre el lado positivo y las ventajas culturales del turismo sexual. Aposté fuerte. O no me volvía a llamar o se le hacía el chocho cocacola. Tuve suerte y le gustó el libro así que un par de semanas después ya estaba abierta de patas hacia el techo y chillando mi nombre entre almohadas. Michel, te debo una. Michel -1, Milán -0

En general hablaba siempre con ella medio en español, medio en inglés. Ella llevaba ya más de un año aquí y se defendía muy bien con el idioma. Cuando me pedía que le explicara alguna palabra que había oído por ahí y que no encontraba en el diccionario me resultaba muy graciosa.

― Hey, Al.

― Dime.

― Esto, …¿qué significa mamoneou? Antes, cuando tú has dicho antes: Esto es un mamoneou, y tal…

― Se dice: mamoneo.

Mamoneo.

― That’s it. Mamoneo es algo chungo. Ya sabes. Cuando algo es molesto. Se dice: esto es un mamoneo. Un mamoneo de la hostia.

― De la hostia? What do you mean?

― Si de la hostia is something really big. You know, something gorgeous. But it isn’t really had to be bad. It could also be nice.

Aham, okay. Vale. Mamoneo de la hostia es como movida chunga, ¿no?

― You got it. ¿Otro vodka?

Wow, sure. ¡Otro vodka!

En cambio cuando andaba preocupada o enfadada con algo, o conmigo, lo cual era casi siempre, me chillaba en inglés y yo también le entendía casi todo pero la diferencia era que daba mucho más miedo.

― Hey, escucha. ¿Y por qué te fuiste la otra noche sin avisar? ¡No me dijiste nada!

Holy shit! ¿Qué no dije nada? ¡Dammed son of a bitch! I left you in that place cause you even talk to me at all! You just take the whole fucking night flirting with the other girls. That was sick. Oh my god, that was really sick!

― What? I didn’t flirt anybody. You are just mad, really mad.

Am I mad? What the fuck! You! You’re the mad one here! You’re the only one who kick anyone around me in the pubs! Anyone! You can’t stand it, for Christ’s sake! That’s what I call mad. You’re jealously mad.

― I’m not jealous.

Sure not. It would be me. Always it’s me. Holy shit!

Llegué a su casa a la una de la mañana dando tumbos. Cuando me abrió la puerta intentó parecer disgustada por mi retraso pero le compensé preparándole en la cocina unos mojitos de la hostia. Me senté delante de la tele dejándole claro que me importaba un pimiento la película de sus amigos holandeses y le prometí que la llevaría en mi coche la semana siguiente a dos o tres sitios que tenía ganas de ver por la costa. Quería ir a la playa en mitad de Noviembre. ¿Qué podía hacer? Cuando se bebió su copa me cogió de la mano y me llevó hasta su dormitorio. Hicimos el amor intensamente, casi con odio. Ella jadeaba y gemía como una perra, así que lo único que se me ocurrió decirle mientras me la follaba fue:

― Humm, … you like it, don’t you?... Eres una perra.

Y ella repetía desde abajo:

Oh yesss!... Dime perra, dime puta, dime palabras guarras... Come onnnn, fuck! Fuck me harder!


domingo, 24 de mayo de 2009

El Mundo Está Lleno de Ellos

Basado en Hechos Reales


El otro día estaba yo sentado delante de mi ordenador cuando me acordé de que tenía que llamar por teléfono a un compañero. Descolgué el teléfono y marqué el número de memoria. Me contestó un tipo con muy mal humor diciendo:

¿Qué quiere?

Hola, me llamo Alberto, ¿podría hablar con Menganito? dije amablemente.

Te has equivocado, gilipollas me respondió y acto seguido colgó.

No daba crédito a lo que me acababa de decir aquel hijo de puta. Cogí mi agenda para buscar el número de mi compañero y comprobé que, efectivamente, me había equivocado. Pero como aún recordaba el número 'erróneo' que había marcado anteriormente, decidí volver a llamar a aquel tipo y cuando me cogió el teléfono no esperé a que contestase y le dije:

― Sabes, eres un hijo de puta y colgué rápidamente.

Inmediatamente apunté aquel número en mi agenda junto a la palabra ‘hijodeputa’. Cada dos o tres semanas, cada vez que estaba cabreado porque me llegaba una deuda inesperada, o un aviso de multa, o discutía con mi chica, o alguna situación por el estilo volvía a llamarlo y sin dejarle contestar le decía:

Eres un hijo de puta.

Esto me servía de algún modo como terapia y me hacía sentirme mucho más relajado.

Unos meses después, la maldita Telefónica introdujo el servicio de identificación de llamadas, lo cual me deprimió un poco porque tuve que dejar de llamar a mi hijodeputa. Pero de repente, un día se me ocurrió una idea: Marqué su número de teléfono y cuando escuché su voz le dije:

Hola, le llamo del departamento de ventas de Telefónica para ver si conoce nuestro servicio de identificación de llamadas.

― ¡No! me dijo el tío en tono grosero, y me colgó el teléfono.

Rápidamente lo volví a llamar y le dije:

Eres un hijo de puta.

Un mes después, estaba yo esperando con mi coche a que una anciana saliera de la plaza de aparcamiento del Hipercor. La vieja tardó diez minutos en sacar el coche y cuando terminó la maniobra y me disponía yo a ocupar la plaza libre, apareció un Golf GTI negro a toda velocidad y se metió en el hueco que iba yo a ocupar. Comencé a tocar el pito y a gritar:

¡Eh, oiga!, ¡que estaba yo esperando!, ¡no puede hacer eso!

El tipo del Golf se bajo, cerró el coche y se fue hacia el centro comercial ignorándome como si no me hubiera oído. Yo me quedé completamente frustrado y pensé: “Este tío es un hijo de puta. El mundo está lleno de ellos”.
Justo en ese momento vi un letrero de “SE VENDE” en el cristal de atrás del Golf. Lógicamente anoté el número y me fui a buscar otra plaza de aparcamiento.

A los dos o tres días, vi en mi agenda el número de mi hijodeputa y me acordé que había anotado el número del otro tipo, el del Golf. Inmediatamente le llamé y le dije:

Buenos días. ¿Es usted el dueño del Golf GTI negro que se vende?

Sí, yo mismo.

¿Podría decirme donde puedo ver el coche?

Sí, por supuesto. Yo vivo en la calle de Don Ramón de la Cruz esquina con Montesa, es un bloque amarillo y el coche está aparcado justo enfrente de la casa.

¿Cómo se llama usted?

Francisco José Folla Doblado.

Encantado, yo soy Antonio Bragueta Suelta ¿A qué hora sería la mejor para encontrarme con usted y discutir los detalles de la operación, Francisco?

Pues yo suelo estar en casa por las noches.

Aha, estupendo. ¿Puedo decirle algo, Francisco?

Si, claro.

Francisco, eres un hijo de puta de la hostia y colgué el teléfono.

Inmediatamente después de colgar anoté el número en mi agenda al lado del otro, pero en este puse el nombre de ‘hijodeputa II’. Ahora tenía a dos hijosdeputa para llamar y así estuve durante dos o tres meses, llamando ahora a uno, ahora al otro, etcétera. Hasta que comencé a aburrirme un poco.

Me puse a pensar en serio sobre como resolver este problemilla y al cabo de un par de whiskys se me ocurrió algo. Primero llamé al 'hijodeputa I':

Dígame.

Hola hijo de puta le dije. Pero esta vez no colgué.

… ¿Estas ahí todavía, verdad, cabrón?

Si, hijo de puta ― le dije con una amplia sonrisa.

Deja ya de llamarme o...

Oye, que va a ser que no, eh.

Si supiera quien eres te rompía la boca, bastardo me dijo.

Pues mira, me llamo Francisco y si tienes los cojones te vienes a buscarme. Vivo en la calle Don Ramón de la Cruz esquina Montesa, en un bloque amarillo, justo en la puerta donde hay aparcado un Golf GTI negro que es mío, so-hijo-de-puta.

¡¡Ahora mismo voy para allá!! ¡Tu sí que eres un hijo de puta! ¡Ya puedes ir rezando todo lo que sepas! ¡Te voy a matar a hostias! ¡¡Cabrón!!

¿Sí? Que miedo me das, hijo de puta y colgué el teléfono.

Inmediatamente llame al hijodeputa II:

Dígame.

Hola, hijo de puta y no colgué.

Como te pille algún día...

¿Que me vas a hacer, hijo de puta? ― le dije.

Te voy a pegar un pateo que se te van a salir las tripas, pedazo de cabrón.

¿Sí? ¡Pues a ver si es verdad, hijo de puta! ¡Ahora mismo voy hacia tu casa! y colgué.

Por ultimo, cogí el teléfono y llame a la policía. Les dije que estaba en la calle Don Ramón de la Cruz esquina con Montesa y que estaba a punto de matar a mi novio homosexual en cuanto llegara a casa. Luego volví a coger el teléfono e hice otra llamada rápida al programa ese en plan Callejeros de “Andalucía Directo” y les dije que iba a haber una pelea de pandillas de yonkis en la calle Don Ramón de la Cruz esquina Montesa. Entonces me monté en mi coche y me fui para allá a toda leche. Te juro que es una experiencia que nunca olvidaré. La mayor pelea que he visto en toda mi vida. Allí hubo ondonadas de hostias, vaya. Hasta los cámaras del Canal Sur se llevaron lo suyo.

En fin, después de esto espero que cuando te llame por teléfono me contestes con tono amable. Ya sabes, no es bueno que yo me irrite.


jueves, 21 de mayo de 2009

Propósito de Buenas Intenciones


A partir de mañana voy a ser un buen chico.


Lo primero que voy a hacer es creérmelo.
Lo segundo, volver a repetírmelo,
Y ya veremos lo tercero.

Voy a decir lo que pienso,
Voy a hacer lo que quiero.
Voy a buscar trabajo en serio.
Voy a perder esos kilos.
Voy a salir a por el pan,
Y hasta bajar la basura.

Voy a dejar de:
fumar
esnifar
apostar
mentir
conducir borracho

A partir de mañana voy a cuidarme un poco más.
Voy a cuidar de los que son de los míos
y de los que no también, un poco menos.

Voy a besarte cuando me apetezca
Sin avisarte ni pedirte permiso.
Cuando te necesite, voy a decírtelo.
Cuando me tengas hasta los huevos,
También.

Pero
No pienso devolver nada de lo que no es mío.
Ni voy a soportar un solo idiota a mi lado.
Ni voy a dejar que os llevéis a las guapas,
Y según como me pille, ni a las feas tampoco.

No voy a dejar de:
trasnochar
insultar
blasfemar
delinquir
pedir prestado

Y como me toquéis los cojones
Os voy a mandar a la mierda,
Pero muy rápido.


Esta vez va en serio.


lunes, 18 de mayo de 2009

Táctica y Estrategia

"Quién hubiera creído que se hallaba
sola en el aire, oculta,
tu mirada..."
Mario Benedetti


Mario salió al porche en mitad de la noche. Le gustaba salir al porche por las noches y sentarse a leer en un sillón de mimbre que parecía haber sido fabricado para él. Puso el paquete de tabaco al lado del cenicero y dejó su libro en las rodillas mientras se encendía un cigarrillo.

A Mario le gustaban los escritores que bailaban con las palabras. También le gustaban los que disparaban palabras a quemarropa, o también los que eran capaces de conquistarlas y luego hacer el amor con ellas. A Mario le gustaban las historias de borrachos arruinados por haberlo apostado todo, de mujeres que chillaban cuando estaban enfadadas y de ternura apabullante cuando la tormenta pasaba y tocaba reconciliarse, le gustaban las historias de peleas amorosas, de romances imposibles, de odios incurables. Mario no podía evitar imaginarse que él aparecía en todas las novelas que leía. Así había llegado a ser un aventurero cazador en mitad de la sabana africana, o un artista bohemio en el París de las vanguardias, o también un temerario reportero gráfico de conflictos bélicos. A Mario le gustaba oír silbar las balas a su alrededor atrincherado tras una barricada. Le gustaba sentir como sus dedos manchados de pintura acariciaban a su amada mientras dormía, pero sobretodo, lo que más le gustaba era imaginar que él mismo era quien contaba y escribía esas historias. Se imaginaba sentado en la buhardilla de un ático solitario al lado de un ventanuco con un flexo en la mesa, el cenicero a rebosar y miles de papeles por todos lados. Se imaginaba también en una casa con chimenea en mitad de las montañas, perfecta para poder escribir en paz cuando fuera famoso. Y también le encantaba imaginarse recogiendo premios rodeado de fotógrafos y firmando libros con mala cara pretendiendo parecer ajeno a todos esos halagos. Le gustaba especialmente la idea de poder asistir a importantes debates intelectuales para poder dar la nota diciendo tacos y hablando solo de follar y guarrerías por el estilo. Seguro que con solo un par de apariciones así las ventas de sus libros se dispararían. A todo el mundo la gusta odiar o admirar a la gente que tiene los cojones necesarios para decir la verdad. En fin, o sea que a Mario le gustaba leer.

Pero aquella noche cuando se dio cuenta se había fumando el primer cigarrillo sin llegar a abrir el libro. Así que soltó el libro en la mesa de mármol del porche y se recostó en el sillón de mimbre.

Estuvo así un buen rato mirando al vacío.


Luego una idea pasó por su cabeza. Se levantó del sillón para entrar en la casa. Buscó entre las estanterías y encontró un viejo cuaderno de anillas. Le limpió el polvo y buscó algo con lo que poder escribir. Solo encontró un boli bic sin capuchón ni taponcito de arriba. Estuvo un buen rato girándolo sobre el cuaderno y la tinta azul empezó a salir poco a poco. No era gran cosa pero sería suficiente. Salió al porche y acercó el sillón de mimbre a la mesa. Abrió el cuaderno por la primera página con el bolígrafo en la mano. Se inclinó un poco hacia la hoja. Luego levantó la vista y se volvió hacia atrás para buscar el tabaco y el cenicero. Se encendió otro cigarrillo.

Entonces se puso a mirar las estrellas. Había miles, millones. Algunas parecían estar muy cerca, otras en cambio parecían estar infinitamente lejos. Unas parpadeaban, otras no tanto. Las había blancas, azules, rojizas, amarillentas, las había incluso verdes. Mario se sintió entonces muy pequeño. Pensó que nada de lo que él pudiera hacer tendría la importancia que él buscaba, él quería hacer algo importante. Algo que fuera digno. No sabía por donde cogerlo. Las posibilidades eran ínfimas. Entonces pensó que él nunca sería capaz de poder decir esas grandes verdades que había leído en los otros escritores. Tal vez ellos se habrían sentado en ese mismo porche y habrían escrito sus grandes novelas sin apenas esfuerzo bajo las mismas estrellas que a él mismo le derrotaban desde el cielo negro. Todas esas grandes frases memorables e innumerables citas que se sabía de memoria se le antojaban ahora tan lejanas de aquel porche como las estrellas más pequeñas, las del fondo del todo, inalcanzables. Lo único que podía hacer era mirarlas.

Entonces Mario se dijo:

Mirarlas…


Mirar era algo que siempre se le había dado bien hacer. Sabía fijarse en todos los detalles y era capaz de recordarlos por muy pequeños que fueran.

Mi táctica es...
Mirarte


Podía recordar conversaciones enteras que había tenido hacía ya muchísimos años. Podía repetir cada palabra, una a una, con total seguridad de que no se le olvidaba nada.

Mi táctica es...
volver a hablarte
y escucharte


Mario sabía que aquellas cosas que de verdad habían sido importantes no era fácil olvidarlas. Sabía muy bien que todas las heridas dejan huella.

Mi táctica es...
quedarme en tu recuerdo


El siempre había sido sincero. Puede que alguna vez hubiera contado algunas mentirijillas pero en general era siempre demasiado sincero.

Mi táctica es...
ser franco


Entonces Mario sintió que no estaba escribiendo él. Eran las cosas que recordaba, ellas mismas eran las que lo necesitaban a él para ser recordadas, para existir.

Mi estrategia es...
que por fin me necesites



Entonces Mario cogió otra hoja de papel y escribió de corrido:


Mi táctica es
mirarte.
Mi táctica es
aprender como eres,
quererte como eres.


Mi táctica es
hablarte
y escucharte,
construir con palabras
un puente indestructible.


Mi táctica es
quedarme en tu recuerdo,
no sé cómo, ni sé
con qué pretexto,
pero quedarme en ti.


Mi táctica es
ser franco
y saber que eres franca,
y que no nos vendamos
simulacros

para que entre los dos
no haya telón
ni abismos.


Mi estrategia es,
en cambio,
más profunda y más
simple.


Mi estrategia es
que un día cualquiera,
no sé cómo, ni sé
con qué pretexto,
por fin me necesites.


Mario Benedetti (1920,2009)

miércoles, 13 de mayo de 2009

Gymnopédie nº1


Magda llegó a Madrid sola. Se bajó del autobús encendiéndose un cigarrillo y esperó fumando junto al maletero del autobús a que los demás pasajeros sacaran sus maletas.

― En fin, ya estoy aquí ― se dijo en voz alta colgándose la mochila.

Cogió un taxi en la puerta de la estación y tuvo que enseñarle el papelito donde llevaba apuntada la dirección al paquistaní que llevaba el taxi para que lo entendiera. Era una pequeña calle céntrica del barrio de Chamberí que el taxista tuvo que buscar en su pequeña guía para poder llegar. Se bajó del taxi delante de un antiguo edificio de vecinos con escaleras de madera y un pequeño patio central. La escalera rodeaba la caja del ascensor, pero un cartelito en la puerta del mismo decía: No Funciona. El cartelito estaba ya muy descolorido y apenas se mantenía colgando de la rejilla del ascensor. Los escalones crujían. Mientras subía pudo ver hasta tres puertas de las casas abiertas por las que salían voces, el ruido de alguna tele y extraños lenguajes que no entendía. Cuando Magda llegó al último piso sacó la llave y abrió la puerta.

Rápidamente aparecieron a sus pies dos gatos, uno negro y otro color canela que se enroscaron entre sus tobillos mientras dejaba su mochila en el suelo.

― Hola, ¿tenéis hambre?

Magda sacó del bosillo de su mochila un paquetito de galletitas saladas que llevaba para el viaje y lo abrió bajo la atenta mirada de los gatos. Movieron sus naricillas y las probaron. Magda les dejó el paquetito abierto y se dio una vuelta por el piso abriendo las ventanas y mirando curiosa las estanterías llenas de libros. Todo estaba lleno de polvo. La cocina estaba vacía literalmente. No había nada en la nevera ni en los armarios. Solo estaba el saco de comida para gatos abierto en un rincón. La ventana de la cocina estaba abierta al patio. Se asomó y pudo ver las huellas de las pisadas de los gatos por el caminito que usaban para salir del piso cuando les venía en gana. Abrió la llave del agua y comprobó que funcionaban todos los grifos. El agua al principio empezó a salir con un color amarillento que al poco tiempo desapareció. Cogió la mochila y la llevó al dormitorio. Abrió un viejo armario ropero en el que solo había dos o tres perchas olvidadas colgando. Se miró un momento en el espejo de la puerta del armario. Luego se dejó caer en la cama boca arriba mirando la lamparita que colgaba del techo.

Cuando se despertó tenía a los dos gatos subidos en la cama a su lado. Se lamían el pelo sin hacer ruido y cuando vieron que estaba despierta se acurrucaron contra ella. Magda sacó un cigarrillo y se lo fumó tumbada en la cama acariciando a los dos gatos. No sabía cuantas horas habían pasado, solo se había quitado los zapatos cuando se quedó dormida.

Luego se asomó al pequeño balconcito del piso que daba a la calle por la que había entrado. Parecía un barrio céntrico con mucha vida. Pasaba mucha gente, sobretodo gente joven y algunos inmigrantes. Había pequeños comercios por toda la calle. Pudo ver un pequeño horno de pan justo en frente de su puerta. Se puso los zapatos y bajó a comprar dos piezas de pan y algo de chorizo y una lata de foie gras en la tienda de alimentación de al lado. Luego subió, se hizo un bocadillo y se lo comió en el balconcito viendo a la gente pasar.

Entonces se acordó de él y lo llamó desde el móvil. Una vocecita le avisó de que su número estaba apagado o fuera d… así que siguió comiéndose su bocata y luego se fumó un cigarrillo en el balcón. Cuando acabó, se dio la vuelta hacia el interior de la salita pensando en qué hacer. Tenía dos días por delante sola en Madrid hasta que él volviera de su viaje.

― Muy bien. Estoy en Madrid, tengo un piso para mi sola, tengo dinero de sobra y puedo hacer lo que me de la gana…

Entonces pasó una nube por delante del sol. Magda se giró hacia fuera y se quedó mirándola. La nube flotaba en el cielo, despacio. Su forma cambiaba constantemente, muy poco a poco. Era una nube cualquiera como las demás, pero un segundo después, era otra nube distinta. Con otra forma, más o menos parecida a la anterior. Entonces, y sin ninguna explicación aparente, otra nube que andaba cerca se cruzaba en su camino. Las dos nubes iban poco a poco acercándose. Parecía que se atrajeran la una a la otra. Y así flotaban la una al lado de la otra hasta rozarse. Y entonces, tan solo un segundo después, las dos nubes se habían fundido en una sola que flotaba en otra dirección levemente distinta a la anterior. Magda siguió mirando embobada a las nubes hasta que se perdieron por el horizonte. Se sentía extraña. No sabía muy bien como se sentía. Tal vez no sintiera nada. Tuvo la sensación de que tenía que decir algo, pero no sabía muy bien el qué. ¿Qué significaba todo esto? Quien sabe. Además, ¿a quién le importa?

Cerró el balconcito, encendió la tele vieja de la salita y se tiró en el sofá. Los gatos aparecieron al poco rato. Los escuchó entrar por la cocina y se subieron al sofá. Magda les hizo sitio a su lado. Estaban poniendo una película americana de dos policías negros que perseguían a un asesino en serie y se la tragaron hasta el final.

martes, 12 de mayo de 2009

Érase una vez... y lo fue


M
arsias era un pastor que desafió a Apolo a un concurso de música. Había encontrado un aulos inventado por Atenea que ésta había tirado porque le hacía hinchar sus mejillas. Apolo tocó su lira y Marsias esta flauta, y ambos lo hicieron tan bien que ni Midas, al que habían invitado como juez, ni las Musas pudieron decretar un vencedor. Entonces Apolo retó a Marsias a tocar el instrumento del revés: él giró su lira y tocó, pero el aulos no podía tocarse del revés. Marsias lo intentó de todas las maneras posibles en vano. Al final se dio por vencido. Entonces las Musas declararon vencedor a Apolo, pero Midas objetó contra este veredicto. Las Musas estaban en mayoría y se negaron a ceder. Apolo, para castigar a Marsias por su soberbia y audacia al retar a un dios, le ató a un árbol y lo desolló vivo, dando su sangre origen al río Marsias…



En la mitología griega las Musas (en griego Μοῦσαι Mousai) eran, según los escritores más antiguos, las diosas inspiradoras de la música y, según las nociones posteriores, divinidades que presidían los diferentes tipos de poesía, así como las artes y las ciencias. Eran bellas y siempre conseguían lo que ellas quisieran.



... Oh, dolida, por qué la reina de los dioses a sufrir tantas penas
empujó a un hombre de insigne piedad, a hacer frente…


Eso digo yo, por qué, por qué ...