martes, 21 de abril de 2009

Ojos Negros

Nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
Ernest Hemingway


El Monte Mateo es una montaña de 895 metros de altura, y dicen que es de las más altas de la Sierra Morena. Cerca de la cima se encuentra el esqueleto seco de un eucalipto blanco de más de cincuenta metros de altura rodeado de pequeños alcornoques y castaños. Nadie ha podido explicarse nunca como se ha conservado su tronco tantos años allí de pie, ni que hacía allí un árbol de esa especie.
Manolo no dejaba de mirar como sobresalía su tronco muerto sobre las copas de los demás árboles mientras sentía como la sangre caliente le empapaba su bota derecha por dentro. De vez en cuando movía su pie y tenía la misma sensación de cuando niño metía sus pequeños y desgastados zapatos en los charcos de la plaza del pueblo después de llover. La sangre de su pie se enfriaba muy rápidamente y sabía que era lo que mejor le podía pasar ya que al enfriarse no desprendía tanto olor, que aunque para él era casi imperceptible sabía muy bien que no lo era así para los otros habitantes del Monte Mateo. Cogió el cuchillo y cortó la pernera del pantalón de arriba abajo, a partir del bolsillo izquierdo. Separó la tela con las manos y se miró el muslo. Tenía una hinchazón puntiaguda y rojiza en forma de cono, y al palparla con los dedos sintió el hueso del fémur roto bajo la piel.

Manolo solo soltó su rifle de ojos negros para apretarse el torniquete del muslo hecho con la pernera del pantalón. Luego volvió a coger el rifle manteniéndolo en el pecho e intentando dejar la mente en blanco. Sabía que lo más importante era calmarse y que no lo encontraran. Pero la hemorragia no acababa de cerrarse. En el fondo sabía que nunca pararía del todo pero ese pensamiento era de lo menos práctico en su situación. Había elegido un buen escondite medio metido en el tronco abierto de un castaño que se abría hacia arriba dejando el camino del valle a su espalda a unos cincuenta metros bajo la loma. Si alguien se acercaba por el camino podría oírlo a sus espaldas y esperarlo bien preparado. La única cosa de la que estaba seguro en todo momento era de que si lo descubrían allí se llevaría a más de un fascista por delante. Aún le quedaban veinte balas del calibre 54 en el cinto. Cogió diez de las balas y las dejó repartidas en los bolsillos delanteros de su casaca, cinco balas en cada bolsillo. Las otras diez dudaba de tener la oportunidad de usarlas si surgían problemas. Aún así podría echar mano de ellas en cualquier momento. Solo deseaba no tener que hacerlo. Por primera vez en su vida sintió como el miedo ascendía por su pierna derecha en dirección contraria a la que la sangre brotaba preparando el camino. Volvió a apretarse el torniquete una vez más, no estaba dispuesto a dejar subir al miedo de rodilla para arriba.

Solo consiguió relajarse volviendo a recordar la maldita operación y el por qué los habían descubierto tan pronto. Los fascistas no tuvieron más que darse la vuelta y desplegarse para repeler a todo su grupo. Pedro, Obdulio, Emilio, Ramón, todos muertos. Ya no volvería a mandar callar a su hermano pequeño, Ramón, que siempre era capaz de hacerlos reír incluso en los momentos más chungos. Ya no escucharía sus blasfemias e insultos nunca más. Justo cuando se separaron en el camino del barranco se quedó mirándole a los ojos. La noche anterior mientras Ramón y Emilio hacían la guardia no había podido llegarse a dormir, y desde el catre pudo escuchar como ninguno de los dos estaban muy seguros de la misión que habían aceptado. Sin embargo en cuanto Manolo aceptó hacerse cargo del Monte Mateo los cuatro se levantaron sin decir ni mú, así que cogieron sus cosas y esperaron a Manolo en el porche de la iglesia del pueblo que ahora era el cuartel improvisado. Ya no era iglesia pero allí se seguían repartiendo ostias, bromeaban los chavales que salían del despacho de la comandancia instalado en la sacristía de la iglesia. En el campanario de la iglesia las cigüeñas habían dejado el nido allí intacto para cuando todo se calmara. Tardarían cuatro años en volver las cigüeñas, pero eso allí nadie lo sabía.

La misión era muy sencilla, emboscar la delantera de la columna del capitán López justo en el barranco del Monte Mateo. Solo tenían que hacerlos retroceder para hacerle perder tiempo al capitán López. El resto de su columna tardaría al menos una semana en llegar al monte y en ese tiempo ya se habrían instalado en la aldea de Vallehermoso donde podrían atrincherarse indefinidamente, al menos hasta que la aviación tomara cartas en el asunto. Pero aquello no sería fácil de digerir por López y en eso consistía su mejor defensa.

Manolo dispuso a Ramón y a Emilio justo detrás del puente del barranco. Si no fueran capaces de hacerlos retroceder tendrían que volar el puente. Aquello los retrasaría aún más. Sin embargo el pequeño puente del barranco era la única salida segura para toda la compañía hasta la aldea de Vallehermoso. Cualquier otra ruta solo sería un calvario para poder trasladar a los heridos y al resto del campamento. Ramón llevaba en su petate los veinte kilos de dinamita que habían podido sacar del cuartel para volar el puente. El le explicó a la comandancia que necesitaría cuarenta para no dejar ni un pilar o treinta para volar únicamente el tramo intermedio del puente. Pero solo había veinte kilos a disposición. La noche antes de salir le explicó a Manolo como lo haría con solo veinte kilos.

― Solo lo he visto hacer una vez, al americano aquel de Madrid, pero puede hacerse. Se cubre el tramo del puente de barro y se coloca la dinamita debajo en fila a lo ancho. Con una tendía de tres dedos de barro vale. El barro se aprieta cuando se seca y hace de pantalla. Así la viguería del puente no cede y cruje con la explosión. Si no cruje al menos tendrán que pasar de uno en uno. No hay otra, Manolo.

― Tendrá que hacerse. El barro lo pondremos la noche anterior, tendremos que bajar todos menos uno hasta el arroyo y mojarnos los pies. Para la tarde ya estará bien seco. Esa loma está en solana.

― Esperemos que apriete el Lorenzo como lo ha hecho toda la semana. Si no estamos jodidos, Manolo. Si no se seca el barro se reblandece la madera y entonces la habremos cagado hasta el fondo.

― Ya veremos, hermano ― dijo Manolo mirando hacia el cielo ― ya veremos.

Por la tarde bajaron todos menos Obdulio al arroyo y empezaron a llenar los petates de barro. Ramón hizo la tendía con una vara de castaño y colocó la dinamita debajo de las vigas del puente. Luego subieron todos hasta el tronco seco del eucalipto del Monte Mateo. La noche estaba clara y seca, haría sol por la mañana.

Emilio había dejado una ramita con brea en la vera del arroyo atada a un pedrusco. Cuando se despertó bajó hasta el arroyo y había una mirla pegada en la brea, todo alrededor estaba lleno de plumones negros. La mirla había dado guerra toda la noche pero la brea era buena. Emilio la cogió y le retorció es pescuezo sin dudarlo. La metió en el zurrón y se la desayunaron a la plancha con un diente de ajo junto al eucalipto blanco. Fue lo único en lo que tuvimos suerte, pensó Manolo mientras sentía como la fuerza abandonaba sus manos apretando el rifle de ojos negros contra su pecho metido en el tronco del castaño.

Al caer la noche recordó que había guardado algo de pan y sobrasada en su zurrón envueltos en papel. Lo abrió y extendió la sobrasada por el pan con los dedos. Nada más terminar de comer se sintió el estómago lleno y relajadamente se dejó llevar por el sueño.

Un sonido que provenía del barranco lo despertó cuando aún no había abierto el día. Asomó la cabeza por el tronco vacío del castaño y pudo ver el cielo blanco del amanecer. Luego el sonido volvió a sus oídos. Eran López y sus hombres, habían encontrado los cuerpos de los milicianos batidos la noche anterior. Apenas le quedaban fuerzas para recoger el rifle apoyado entre sus piernas. La hemorragia parecía haberse detenido pero no sentía nada de cintura para abajo. Manolo sabía muy bien que significaba aquello. La perdida de sensibilidad es el primer y único buen síntoma de la gangrena. Sacó una bala de su bolsillo derecho con la mano temblorosa y la metió en la recámara del rifle de cazador de su padre. Le vino a la mente la primera vez que le dejó disparar.

―Tienes que cogerla así, firme, como a una mujer. Tu piensa que es esa niña de la aldea que te gusta, ¿como se llamaba?

― Lola.

― Eso es. Imagínate que es la cintura de Lola. No la agarres, abrázala fuerte, así.

Manolo cerró el cañón. Pensó en su madre, en el tacto áspero de sus manos que con cariño le acariciaba la cara. Sus ojos se llenaron de lágrimas que rebosaron por sus mejillas sin afeitar. Pensó en Ramón, en la última mirada que tuvieron en el aquel maldito barranco. Y pensó en Lola. En aquella tarde de romería que se subió con él en el caballo el día que la conoció, y en cómo le temblaban las manos aquel día a pesar de lo que le había dicho su padre. Pensó en su primer beso en el olivar del padre de ella, en su inocencia que tanto le hacía desearla. Pensó en sus manos, en sus muslos cálidos, en su boca, en sus ojos negros. Y entonces, y por primera vez desde que llegaron al Monte Mateo, se sintió seguro y a salvo. Cerró los ojos y dijo en tono suave.

― Espérame cariño, ya voy.

Manolo apoyó la culata del rifle contra el suelo mientras escuchaba a los hombres de López subir por el camino del valle.


martes, 14 de abril de 2009

Peces Extraños

Don´t get any big ideas,
they´re not gonna happen.
Thomas Yorke, In Rainbows

Lo último que recuerdo antes de todo aquello es que había comido demasiado antes de dejarme caer sobre el sofá para echar la siesta. Luego, poco a poco todo se volvió oscuro y durante mucho tiempo no ocurrió nada. Entonces fue cuando abrí los ojos debajo del agua. Aún estaba medio dormido cuando hice el amago de levantarme del sofá, pero resultó que mi cuerpo estaba flotando a un metro de altura sobre el sofá en mitad del salón. Incluso bostecé. Solo entonces me sorprendí de poder respirar sin ninguna complicación dentro del agua.

Mi ropa estaba empapada, mi teléfono móvil flotaba cerca de la lámpara del salón y mi tabaco seguro que se había mojado. Decidí quitarme la ropa ya que en el actual estado de las cosas no parecía ayudarme mucho y solo me dejé puestos los calzoncillos, no sé por qué razón. Una vez desnudo pude moverme con más comodidad. De un par de brazas pude acercarme al balcón. Me costó algo más de esfuerzo de lo normal abrirlo pero cuando lo logré una fuerte corriente marina de agua caliente me chupó hacia la calle. Puse los brazos hacia delante como cuando me tiraba de cabeza en la piscina y me dejé llevar por la corriente calle arriba. Pude ver a algunos vecinos flotando dentro de sus casas asustados mirando por las ventanas. Me miraban con los ojos muy abiertos y sus labios se movían diciendo algo que no pude escuchar. La corriente era muy intensa pero estable. Rápidamente aprendí a controlarla para subir o bajar e incluso para girar a la izquierda en la avenida. Entonces la corriente me impulsó hacia arriba y pude ver toda la ciudad debajo del agua. Iba buceando sobre cada uno de los barrios de la ciudad a vista de pájaro, como si fuera un pájaro marino, bueno ya sabéis a que me refiero. Me dirigí al centro. Allí estaba la gran torre, monumento principal de mi ciudad como una gran montaña submarina. Llegué hasta ella y me agarré a la cúspide. Podía verlo todo. Algunos, los más atrevidos, nadaban a gran velocidad entre las calles y se reían. Otros permanecían agarrados a algo, sujetándose, con miedo en sus caras. Los niños eran los que mejor se manejaban dentro del agua. Pude ver a una madre sujetando a su bebé con gran preocupación, pero el pequeño parecía estar tan a gusto como cuando estaba en el útero de su madre y no había sombra de temor en sus ojos. O sea que todo era según te lo tomaras.

Tuve curiosidad y me lancé en la corriente hacía donde antes estaba el río, pero ahora solo era una especie de surco gigante que dibujaba una sinuosa herida dividiendo a la ciudad en dos. El agua reflejaba los rayos de luz en todas direcciones. Para que me entendáis, no se veían sombras por ninguna parte. Es más, nunca antes había visto mejor. Y por las ondulaciones del agua podía ver las corrientes y hacia donde se dirigían. Si cogías la corriente apropiada podías dejarte llevar y cruzar la ciudad en poco más de cinco minutos. Después de todo no iba a estar tan mal. ¿Qué sacrificios tendríamos que hacer? Hombre, si os soy sincero, lo primero que pensé fue en que ya no iba a tener que preocuparme por dejar de fumar. Olvídate de la contaminación, del papel, de coger el coche, olvídate de los atascos, del viento, de la lluvia, … ¡coño, estaba de puta madre! Pensaba en todo esto dejándome llevar de espaldas por una suave y cálida corriente.

Entonces me acordé de ella y decidí ir a buscarla. Tan pronto como me acordé me pregunté cómo iba a ser el sexo bajo el agua y solo se me ocurrían buenas ideas. Llegué a su ventana en un par de minutos desde el centro. La ventana de su dormitorio estaba cerrada sin pestillo y pude abrirla desde fuera. Metí la cabeza en su cuarto y pude verla dormida. Le había pillado como a mí, durmiendo, y ahora querría que le explicara qué estaba sucediendo, como si lo viera. Además seguro que se asustaba muchísimo, a ella nunca le había gustado mucho el agua. Estaba echada en su cama, las sábanas habían mantenido su cuerpo contra el colchón pero su pelo flotaba en el agua hacia arriba haciendo suaves curvas que le acariciaban el rostro. Le aparté el pelo a un lado y la besé en los labios dulcemente. Sentí como abría la boca al reconocer mis labios y le salió de la boca una pompita que se fue flotando hacia el techo. Se agarró a mi cabeza. Entonces abrió los ojos muy despacio. Eran preciosos bajo el agua. Nunca me había fijado lo bonitos que eran sus ojos hasta que los vi por primera vez bajo el agua. Sus pestañas se abrieron y cerraron un par de veces de una manera muy graciosa y entonces me dijo en un tono muy suave:

― Sabía que vendrías, estaba esperándote. ¿Donde has estado?

Me metí en la cama con ella e hicimos el amor dejándonos llevar en el agua. Pude sentir sus fluidos cubriendo todo mi cuerpo y los míos inundándola por completo hasta rebosar por su sexo. Sus muslos me mantenían contra ella y mis brazos la sujetaban por la cintura. Nuestros cuerpos chocaban muy suavemente. Tuve el orgasmo más lento, largo e intenso que he tenido en toda mi vida. Luego nuestros cuerpos quedaron flotando uno junto al otro en mitad del cuarto. Y me volví a quedar dormido.

Recuerdo que soñé que me despertaba con todo el mundo otra vez seco. Lleno de aire, de un calor insoportable en verano, y mucho polen en el aire en primavera, y viento que te quemaba los labios cuando ibas a la playa o al campo. Siempre he tenido los labios muy sensibles. Antes fumaba hasta quemármelos. Recuerdo que el médico me enseñó una vez unas horribles fotos de otras bocas de otra gente con los labios destrozados y agrietados mientras me decía que así se me quedarían los míos si seguía fumando como un carretero. En cuanto puse el pie en la calle me encendí un cigarrillo y no volví más a su consulta. Ahora ya no tengo que preocuparme más por eso, ni por muchas otras cosas. Menos mal que solo fue un sueño y todavía sigo echando estos increíbles polvos submarinos que vosotros nunca conoceréis, capullos de tierra. Solo quería que lo supierais.


martes, 7 de abril de 2009

Le Tour de la France

Mani volvía de dar una pequeña vuelta de treinta kilómetros en su bicicleta nueva por las afueras de la ciudad cuando entrando en el piso se cruzó con Valeriè en el ascensor. Para ser más exactos, esto fue lo que Valeriè se encontró cuando abrió la puerta del ascensor: a Mani metido en su ropa de ciclista de color amarillo chillón, con unas finas mallas rosa fuxia a medio muslo y un casco blanco con forma de huevo en la cabeza mientras se miraba los bíceps en el espejo y poniendo cara de machote. Por si fuera poco, Mani estaba hablando solo:

― Oh, sí nena... Soy una máquina en perfectas condiciones… ― decía mientras apretaba su brazo en alto y empinaba el paquete bien marcado en las mallas.

― ejem, bonjour… ― dijo Valeriè intentando hacerle sentir lo menos ridículo posible.

― Oh, hola. ― Mani bajó el brazo y sacó la bici del ascensor.

― ¿Eres amigo de Juan? ― le preguntó Valeriè.

― Bueno, eh, soy su compañero de piso... así que, técnicamente, no.

― Jeje … ¿? Yo soy Valeriè.

― Oh, encantado. Yo me llamo Mani. O como dirías tú, Maniù.

― ¿? Entonces, ¿eres un cyclisté?

― ¿Un qué? ― Mani se rascó la cabeza intentando comprender.

― ¿Un cyclisté? Tú sabes, con tu byciclètte.

― Oh sí, sí. Soy un apasionado del ciclismo. Hasta tengo una bicicleté estática, sabes. Y también corro, y hago abdominales, y por supuesto... les nalguès de hierro. ― dijo señalándose el culo bien apretado en las mallas rosa.

― ¿? Uh, tre bien, tre bien... Au revoir. ― Valeriè entró en el ascensor en cuanto pudo y pulsó el botón de la planta baja intentando no parecer asustada.

― Au revuá. ― dijo Mani. Yo estaba en el quicio de la puerta fumándome un cigarrillo despidiendo a Valeriè y pude ver toda la escena sin perder detalle. Le ayudé a meter la bici en el piso sin tirar nada y le saqué un acuarius de naranja de la nevera.

― Es simpática, eh. ― Le dije.

― Simpática, sí es simpática sí . Está buenísima, vaya.

Me metí en la cocina y volví a abrir la nevera. Encontré un trozo de limón olvidado casi al fondo y un botellín de cerveza. Corté una rodajita de limón y la metí en el botellín. Menudo invento. Me senté en el sofá subiendo los pies a la mesita del sofá. Mani seguía allí de pie metido en su ropa de ciclista bebiéndose su acuarius de naranja.

― Oye tú, sólo por curiosidad, ¿cómo encuentras a guiris así? Y más importante aún, ¿cómo leches las convences para que se enrollen contigo? ― me preguntó Mani mientras andaba por el piso con las zapatillas de enganche con las punteras hacia arriba. Era realmente una bonita estampa merecedora de inmortalizar para siempre.

― ¿Qué cómo lo hago? ¿De verdad lo quieres saber?

― Si, joder. ¿Cuál es tu técnica?

― Bueno mira, Mani, es así… ― yo en realidad estaba pensando en decirle que se quitara las zapatillas porque acabaría arañando la madera del suelo. Así que le solté sencillamente: ― Que quieres que te diga, tengo un talento natural.

― Mierda, eso no es una técnica. ― Cuando se enfadaba con esa pinta el espectáculo ya era total.

― Yo tampoco creía que lo fuera, pero tú me lo preguntaste. Anda cámbiate.

― ¿Así que sólo es eso? ¿Qué tienes un talento natural?

― Hey, todos somos buenos en algo, sabes Mani. Todos tenemos un talento especial. Tú, por ejemplo... ― me quedé mirándolo así metido bajo el cascarón de huevo que llevaba de casco, con sus zapatillas con las puntas hacia arriba y las mallas rosa y el maillot fluorescente ―… Tú, por ejemplo, … no tienes vergüenza.

― Hey para, para, no tienes ni puta idea. Esto es lo que llevan puesto en el Tour de la France. ― me dijo con un acento francés recién adquirido.

― Mira Mani, yo que acabo de darme una vuelta por el Tour de la France, y la única cosa que llevaba puesta era un condón.

Cogí el mando a distancia y encendí la televisión por un canal de teletienda. Salía un guaperas tope de cachas vendiendo un absurdo aparato para hacer unas dolorosas flexiones mientras lucía su torso desnudo y sonreía forzadamente a la cámara.

― Mira ves, ése eres tú.

Le dije a Mani señalando la pantalla sin bajar los pies de la mesita del sofá. Memoricé el canal de la teletienda y cambié varias veces de canal hasta dar con uno en el que salía un tipo serio metido en un traje negro anunciando una marca de whisky.

― Y mira, ves, ése soy yo.

Luego volví al canal de la teletienda.

― Ése eres tú. ― volví a cambiar al anterior canal y así repetidas veces. ― Ése soy yo… Ése eres tú… Ése soy yo… ¿lo pillas? Pues mira…

Dejé puesto el canal del anuncio de whisky del tipo serio, yo ya lo había visto. Mientras el actor pronunciaba el nombre del whisky al final del eslogan una preciosa rubia sureña apareció detrás de él abrazándose a sus hombros y susurrándole algo muy agradable al oído. Luego el anuncio acababa con los dos actores saliendo de plano dejando el nombre del whisky sobre la pantalla mientras él la agarraba a ella por la cintura.

Miré a Mani. Acabó su lata de acuarius y sin decir nada se metió en su cuarto andando con las zapatillas de ciclista.

― ¡Hey!, ¡luego te contaré cual es mi técnica pero quítate las zapatillas, melón. Que vas a arañar el parqué!


lunes, 6 de abril de 2009

Para todos mis fans, con amor

Buenas. Prometeo os odia a todos los que leéis esto, uno por uno.

Y la culpa la tenéis vosotros mismos. Deberíais daros cuenta de la estafa literaria que resulta este blog. Pero claro, vosotros solo estáis pendientes de si me cago en éste o en aquél, o de ver si al final éstos dos follan o no. Pues hoy os va a tocar a vosotros.

Porque solo os interesa la peor basura de personajes sin valores ni ambiciones, únicamente preocupados por sí mismos y por sus propios sentimientos. Como vosotros mismos. No pretendéis aprender nada en absoluto, no buscáis nada de provecho. Solo perder el tiempo. Os encanta perder el tiempo leyendo mierda en Internet. Es lo que más os gusta después de intercambiar fotos de vuestros culos a través de redes sociales en las cuales solo hay gente preocupada porque sus propios culos parezcan muy felices y enrollados ante los demás. Aquí dan igual tus problemas. Aquí todo el mundo entra a enseñar lo guapo que tiene el culo. Y a vosotros, pandilla de membrillos, parece que os ha resultado muy interesante el mío, que para nada lo es.

Entráis aquí a chupar de mi alma y yo me quedo con vuestro tiempo, ése es el trato, de momento. Luego más adelante me quedaré con vuestro dinero y llegará un momento en que me haga el jefe del universo y domine el mundo. Pero eso ya es otra historia. De mientras os voy a llenar la cabeza de historias absurdas sin ningún sentido ni finalidad por la única razón de que me encanta.
Me gusta sobretodo la típica pregunta de si esto o aquello fue verdad. Me encanta porque es la mejor señal de que os tragáis toda la mierda que a mí me sobra por dentro y es una satisfacción personal saber que todo esto va a parar a algún sitio. Yo me desahogo de todo lo que me toca las pelotas porque no lo entiendo y vosotros me las cogéis. A mí es que nunca me ha gustado desperdiciar nada.

Y vosotros, que sois la peor calaña dominguera, en vez de pasaros por la biblioteca pública a buscar algo que realmente os llene, entráis aquí después de aburriros viendo videos en el youtube y de esperar que aparezca alguien por el Messenger que os de vuestra ración diaria de conversación tonta. Por no hablar de los típicos que anuncian en el mensaje personal de si les ha dejado la novia, o si han pasado el fin de semana en Londres o en la playa. Ojala os trague la marea a todos los que salís bañándose en la playa cuando abro el Messenger los lunes. Me voy a partir el culo cuando os saquen la foto mientras os ahogáis mar adentro y entonces la colgare en mi ventanita con un mensajito que diga: Uno menos.

Tenemos toda esta tecnología delante con unas posibilidades infinitas y sólo la usamos como máquinas para masturbarse y dejar la mente en blanco por un rato. Lo cual no está nada mal, en serio. Pero se suponía que Internet nos iba a liberalizar, a democratizar. Y a piratear también, vaya. El que no se lo esperara es que nunca se partió la cara grabando cintas grabadas de cintas. Pero, ¿sabíais que hay blogs sobre actualidad científica? Y sobre arte, y sobre temas sociales y demás. ¿A que no? Pues claro, porque ahí no entra ni cristo. Preferís entrar aquí, a esta recopilación de relatos que al menos os recuerdan ese lenguaje que poco a poco vais perdiendo por expresiones agramaticales y sin puntuación como las que escribís en los mensajes del móvil. Así que por lo menos algo vais a ganar.
Pero espero que esto último que he dicho no os incite a invitarme a leer vuestro blog, si es que lo tenéis, porque ya os digo desde ahora que me importa un pepino lo que escribáis, si es que tenéis los huevos para hacerlo.

Os ruego, algo mejor que escribir, ¿sabeis que podeis hacer? Tengo algo para proponeros:

¿Por qué no comprarse un arbolito de navidad, cortarse las pelotas y colgarlas? Y en lugar de lucecitas, meter los dedos en el enchufe. Y colgar en este arbolito a todos los hijos de puta que os han jodido durante todos los días del año. A todos: a tu jefe, al que te suspendió con un 4,7, al que te debe dinero, al que te clavó la puñalada trapera, a ese que te dijo, yo te llamo, o ese otro que te dijo, solo la puntita, etc. Colgar a todos esos de este arbolito va a ser una de las cosas más entretenidas que podréis hacer durante todo el año y sin salir de casa. Y allá arriba, donde poníais la estrellita de belén, allí en lo más alto, clavad en la rama a ese hijo de puta que tenemos bien cerca, que siempre tenemos uno. Ese que nada más vernos ya se le cambia la cara pensando en como te va a joder el día entero. Tú, mamón, sí, a ti me refiero. Te voy a sentar el culo ahí arriba de la rama hasta que te salga por la boca, hijo de puta. Y por dios te juro, que te vas a quedar ahí arriba hasta que te mueras, hijo de la gran ...


Os quiere y os admira: ______________________Prometeo

PS: y si alguien tiene algún problema con lo que acabo de decir, que me deje un email o me postee un mensaje personal que mañana mismo lo miro. Hala.


miércoles, 1 de abril de 2009

¿Crisis?… ¿Qué crisis?

Robe estaba sentado en el sillón de su despacho delante del ordenador esperando que el teléfono sonase con una voz al otro lado que le anunciara algo nuevo de trabajo. Llevaba dos meses aparentando estar muy ocupado, pero lo cierto era que su sello discográfico no había recibido ni un solo encargo en algo más de cuatro meses. La situación empezaba a resultar preocupante y sin signos de cambiar para bien. De vez en cuando giraba la vista hacia el teléfono y comprobaba que estaba conectado. Se encendió otro cigarrillo y cogió el teléfono. Llamó a Rebeca, su mujer, para avisarla de que llegaría tarde. Cuando Rebeca descolgó el teléfono apenas pudo oír su voz ya que a ella siempre le gustaba tener la música a todo volumen. Le explicó a gritos que se quedaría un poco más en el trabajo para poder acabar unos asuntos, pero lo cierto es que no le apetecía volver a casa con la sensación de haber perdido el día entero sin dar un palo al agua. Lo único que había hecho de provecho era mirar las fotos pornográficas que su amante cibernética le había mandado en su último email donde salía ella vestida de cuero negro en atrevidas posturas con una frase abajo que decía: Espero que te gusten.

Robe llevaba un sello discográfico de música que a la vez funcionaba como grupo editorial de nuevas promesas de la literatura underground de la ciudad. Tenían su propio estudio de grabación, equipo de distribución, rotativas y todo tipo de contactos para sacar a delante siempre buen material y sobretodo fresco. Robe siempre había tenido buen ojo para los nuevos talentos.

Pero desde que empezó la maldita crisis no habían sacado ni un solo disco ni libro nuevo. Todos los contactos de los buenos tiempos empezaron a cancelar sus líneas telefónicas y los clientes que antes se peleaban por una reunión con él ahora parecían haber sido tragados por la propia tierra. No tenía explicación y lo único que sentía que podía hacer era encenderse otro cigarrillo y esperar.

Volvió a mirar su correo electrónico por cuarta vez consecutiva y apagó el ordenador. Se montó en su coche y paró en el bar donde antes siempre celebraban las firmas de los buenos contratos o la entrega de los buenos proyectos. El bar estaba vacío. Ni siquiera estaba la tele. El camarero le explicó que la tuvieron que quitar porque los habían denunciado por no tener licencia. La gente se estaba volviendo loca. Robe se bebió su cerveza y cuando se disponía a irse entró Iván, un antiguo amigo suyo. Hacía años que no lo veía. Iván le contó que acababa de cerrar su negocio de exportación debido a la crisis. Sus planes eran irse al campo con su novia, a un pequeño cortijo familiar en mitad de la sierra donde tenían huertas y criaban animales. Pero Iván no parecía muy convencido. Cuando salieron por la puerta le confesó que la empresa había dejado numerosas deudas pendientes que le resultaban imposibles de pagar y tenía que desaparecer por una buena temporada o acabarían embargándole el piso y el coche. Robe escuchaba atentamente mientras su amigo desesperado le agarraba del brazo.

― Robe, ¿tú no podrías ayudarme? Necesito dos mil euros para pagar a un tipo que quiere presentarse en mi casa mañana mismo. Este tío es Albanés y está loco, Robe. Yo sabía que nunca tenía que haber hecho negocios con él, pero mi socio se empeñó en que firmáramos con ese tipo y ahora el cabrón de mi socio ha desaparecido. No sé que hacer, tío. Tienes que ayudarme…

― Lo siento Lidi. Lo siento de veras, pero no puedo. Nosotros también estamos fatal. No hay un duro y nadie sabe de donde sacarlo. Está la cosa muy chunga, tío.

― Ya, bueno, está bien. No te preocupes, algo se me ocurrirá.

― Ya, bueno, eso espero. Venga nos vemos. Suerte, Lidi.

― Adiós, Robe.

Robe sí tenía ese dinero, pero sabía que dárselo a su amigo no solucionaría en nada su problema y a la semana siguiente sería él el que tuviera que andar pidiéndoselos a alguien. Se montó de nuevo en su coche henchido de no gloria y pensando, “soy un mal tipo, tenía que haberle dado ese dinero…”. Puso rumbo a su casa donde Rebeca le esperaba para salir a tomar unas copas como solían hacer. Miró en su cartera y apenas contó treinta euros. Bueno, al menos servirían para vaciar la cabeza un poco y poder dormir bien esa noche.

Cuando llegó a su casa pudo oír la música de ella desde el portal. Abrió la puerta y se encontró a Rebeca en el sofá delante de una fila de seis rallas de cocaína y con una cerveza sobre la mesa moviendo la cabeza al ritmo del heavy metal. Rebeca se inclinó sobre la mesa y esnifó una de las rallas hasta el fondo. Luego levantó mucho la cabeza y soltó un aullido:

― sniffff… Diosss… ¡Cuelguen al maldito Papaaa! ― miró hacia la puerta, se encontró con los ojos de su marido y le preguntó ― ¿Quieres un poco, cariño? ¡Está de muerte!

― No, gracias. Tengo que decirte algo, Rebeca. ― ella movía la cabeza sacudiendo su larga melena negra al compás frenético del trash metal casi sin escuchar la voz de él que le llegaba a lo lejos ― Rebeca, escúchame. ¡¡Rebeca!!

― ¡¿Qué?!

― ¡Tengo que decirte algo, nena!

― ¿Qué? ¿Qué me tienes que decir? Huala, ¡esta parte de la canción me encanta!

― Rebeca, te quiero, nena ― Rebeca sacudía la cabeza de un lado a otro gesticulando con las manos durante el solo de guitarra eléctrica abriendo mucho la boca y cerrando los ojos mientras Robe intentaba llamar su atención de pie delante de la mesa cubierta de polvo blanco y botellines de cerveza― Te quiero demasiado, nena.

― ¿Quieres follar? Me puedes estrangular si quieres. Así del cuello mientras me corro, como la última vez. Fue brutal, me corrí dos veces seguidas como una perra.

― Bueno, ahora mismo no sé si podría hacértelo otra vez. ¡Escúchame cariño!

― ¡Está bien, tómatelo con calma, nene! ¡Relájate, estás muy tenso! ― Rebeca hablaba sin parar de bailar sentada en el sofá ― Anda cariño, date una ducha, te dejaré aquí tus rallas, te juro que no las tocaré. Te lo juro― dijo besándose el canto de la mano.

― ¡No es por la coca! ¡Es por el trabajo! ¡Santo Dios! ¡Rebe, me tienes que escuchar a veces! ― robe se sentó a su lado y cogió un botellín de cerveza.

― ¡Está bien, está bien! ¿Pero qué te pasa? ¿De qué diablos estás hablando? Te encanta tu trabajo, naciste para ser un diez por ciento. Es lo que se te da mejor hacer, cariño.

― No, nena, me tengo que bajar del tren, me está matando. ¿Sabes qué? Tal vez tenga que producir algo. No sé, sacar algo nuevo yo mismo. Últimamente no tenemos muchos encargos ¿Me estás oyendo? ¡El sello se va a ir la mierda!

― ¿Qué dices? A la mierda te vas a ir tú. ¡Tú no eres creativo! No has hecho una mierda creativa nunca desde que nos conocemos. Lo que no es algo malo, sabes. Pero tú tienes que sellar, es lo que haces, y lo haces jodidamente bien.

― ¿Y si no pudiera hacerlo más? ¿Y si me pasara algo y no pudiera hacer nada? ― dijo Robe levantándose del sofá.

― ¿Cómo qué? ¿Como terminar en una maldita silla de ruedas? ¿Torcido y deforme? ¿Pero qué mosca te ha picado a ti ahora?

― ¡No me estás escuchando, mierda! ¡Nunca me escuchas, mierda! ― Robe subió las escaleras hacia el baño y la dejó hablando sola en el sofá.

― Te estoy escuchando, nene. Estoy justo aquí… No me he movido de aquí ― dijo Rebeca inclinándose sobre la mesa y esnifando otra ralla.