jueves, 8 de enero de 2009

Toma Moreno

José Luis se levantó a primera hora de la mañana como todos los días al sonido de las horarias de su radio despertador. Lo tenía puesto siempre en su emisora favorita la cual siempre daba un extenso repaso de todos los titulares sobre noticias nacionales mientras se quitaba el pijama y se preparaba para el aseo matinal. José Luis apagó el despertador y se metió en el cuarto de baño de su dormitorio principal para volver a encender una pequeña radio que tenía en la encimera del lavabo de vuelta con los titulares de las noticias internacionales y deportivas. Los titulares eran lanzados indiscriminadamente a dos voces por dos locutores a la vez, los cuales se turnaban para dar un titular cada uno haciendo que entre uno y otro titular apenas hubiera un mínimo espacio de tiempo en el que sonaba un breve sonido muy característico en forma de pitido que separaba cada titular del siguiente. Esta monotonía matinal de bombardeo periodístico rebotaba sobre la mente de José Luis cada mañana mientras se miraba al espejo cepillándose los dientes. A José Luis le gustaba estar siempre bien informado.

Luego bajaba las escaleras del ala este de su casa hacia el comedor de la cocina donde siempre le esperaban su desayuno apunto de servir, la prensa del día, nacional e internacional y Olga, una de las asistentas de la mañana.

Olga Vaisíliev había llegado a España hacía cinco años después de licenciarse en filología austrohúngara para formar parte de la plantilla de chicas de un local de alterne de las afueras del norte de Madrid. Cuando consiguió pagar su deuda, después de dos años, contactó con un antiguo amigo de su familia que trabajaba relativamente cerca de su local. Su amigo se llamaba Andrey Lébedev. A Olga nunca le gustó tener muchos amigos. Y albaneses menos.

Andrey tenía una nave en el polígono industrial La Covadilla en el municipio de Boadilla del Monte y un negocio de transportes de pequeñas mercancías, mudanzas y traspasos. En la nave había tres trabajadores a su cargo, Dimitry, Sergey y Yuri. Los tres eran transportistas y cuando no había nada que transportar trabajaban en la nave. Allí siempre había trabajo que hacer desde el día que Andrey les preguntó muy enfadado a los tres que por qué iba él a pagarles si no había ningún trabajo que hacer. A Andrey no le gustaba repetir las cosas.

Como cada mañana José Luis desayunó en la mesa del comedor mirando hacia su piscina con el periódico sobre la mesa y comentando en voz alta las noticias que le parecían más interesantes con Olga que siempre estaba ocupada a su espalda en la cocina. Olga escuchaba indistintamente los comentarios de José Luis sobre la subida del petróleo y el euribor, los ataques palestinos y represalias judías o las imparables intenciones de las grandes compañías rusas para hacerse con el negocio del gas en Europa. El primer día que trabajó en la casa intentó expresar de alguna manera humilde su opinión sobre todas esas noticias que José Luis le iba comentando desde la mesa del comedor de espaldas a la cocina mientras desayunaba, más bien por respeto a su interlocutor que por el interés que estas noticias despertaban en ella misma. A los pocos días se dio cuenta de que aquellos comentarios no buscaban en absoluto su opinión personal sobre las idas y venidas del mundo, sino más bien un sencillo y sumiso gesto de aprobación incondicional a las incisivas observaciones de él. A Olga todo esto le daba más o menos igual con tal de no tener que volver a abrirse de piernas delante de un camionero vasco borracho.

Al llegar el medio día José Luis subió a la planta de arriba en dirección a su vestidor para elegir la ropa con la que recibiría a los importantes invitados que iban a llegar a su casa aquella misma tarde para discutir sobre el importante proyecto que tenía en mente desde hacía algunos meses. José Luis tenía una importante productora audiovisual dueña de algunos de los programas más vistos en las cadenas nacionales por aquel entonces. Después de almorzar en el porche de su piscina subió a su despacho personal para preparar toda la documentación necesaria para la importante reunión que tendría lugar en su casa por la noche.

Aquella misma tarde en la nave de Boadilla del Monte, Andrey Lébedev mandó preparar una de sus mejores furgonetas Citroën, modelo Jumper, para un transporte especial que realizarían los cuatro miembros de la empresa con él mismo al mando de la operación. Según sus instrucciones Dimitry se encargó de equipar la furgoneta con todas las herramientas que necesitarían para neutralizar los dispositivos de alarma y vigilancia anteriormente localizados e identificados. Sergey se ocupó de la preparación y puesta a punto de las diferentes herramientas de asalto, intimidación e interrogatorio, entre las cuales contaban con dos hachas cortas, tres navajas automáticas y cinco pistolas zastava modelo CZ150 con dos cargadores de doce balas por arma y uno más en la recámara. Por su parte Yuri fue el encargado del seguimiento, conexión y sincronización con el agente interior en la casa.

Un año antes cuando Olga contactó con Andrey para conseguir trabajo, éste mando a Yuri a que le enseñara la oficina y los almacenes de la nave a Olga. A partir de entonces ella se encargó de limpiar la oficina y los almacenes dos veces por semana y Yuri se encargó por iniciativa propia de subirla a ella en la mesa de la oficina con las piernas hacia arriba o hacia abajo también dos o más veces por semana.

A las doce en punto de la madrugada las puertas de la nave de Boadilla del Monte se abrieron desde dentro para que saliera la furgoneta con todo el equipo de Andrey listo para pasar a la acción. Yuri cerró las puertas de la nave, entró en la furgoneta por la puerta de atrás y se sentó enfrente de Sergey que le ofreció uno de sus cigarrillos Yava. Dimitry fue el encargado de conducir la furgoneta Citroën Jumper por la autovía M-50 sin pasar de los cien km/h como le indicó Andrey, que también iba fumando en el asiento del copiloto con la mirada fija en la carretera.

A las doce y media de la noche Olga salió por la puerta de servicio de la cocina donde estaba terminando de limpiar los utensilios que había utilizado para la cena que José Luis había ofrecido en su casa a sus ya nuevos clientes. Sacó de su bolsillo el teléfono móvil modelo Motorola W377 que Yuri le había dado una semana antes y marcó el número de Andrey dejándole una llamada perdida según la hora prevista. La furgoneta, que ya estaba aparcada a dos manzanas de allí, se puso de nuevo en marcha hacia el número de la casa de José Luis. Cuando llegaron justo a la puerta de la casa, Dimitry dejó la llave del contacto puesta con el motor al ralentí y Andrey estiró su mano izquierda hacía la parte trasera de la furgoneta desde donde Sergey, ya con su pasamontañas puesto, le tendió el suyo y el de Dimitry.

Dos minutos exactamente después de la llamada perdida al teléfono de Andrey, la puerta automática del garaje de la casa de José Luis se abrió accionada desde el interruptor interior y la furgoneta entró en el garaje cerrándose inmediatamente detrás. Los cuatro ocupantes de la furgoneta bajaron de la misma encapuchados y entraron en la casa sin que ningún vecino pudiera sospechar nada. Dos de los asaltantes entraron al salón principal e inmovilizaron a los allí presentes, incluido el propio José Luis, que fue rápidamente trasladado a la planta superior por uno de los asaltantes, presumiblemente el jefe de todos ellos. El cuarto miembro de la banda fue el encargado de vigilar a los miembros del servicio de la casa, incluida la propia Olga, la cual ya estaba de vuelta en la cocina cuando empezó todo.
Y si no se lo creen consulten la prensa.