miércoles, 7 de enero de 2009

Oh, my God

Lidia puso la radio del coche y escuchó como el locutor anunciaba su canción preferida de los ochenta y de repente todo le pareció perfecto. Había salido antes de trabajar y estaba ansiosa de llegar a casa para poder estar más tiempo con él. Se paró en un semáforo, soltó el volante y se puso a cantar y a gesticular como si tuviera un micrófono delante de una multitud imaginaria. Movía la cabeza de un lado a otro dejando que su melena se sacudiera. Un chico joven que estaba parado a su lado en una moto la miró de reojo y sonrió pensando que no estaba mal del todo.

Últimamente no habían pasado mucho tiempo juntos ella y él. La noche anterior mientras veían una película en la tele apenas se tocaron. Ella incluso había subido sus pies al sofá pero él no se los puso sobre sus piernas y se los acarició como siempre le gustaba hacer. Pensaba en todo esto pero sin darle importancia más de la cuenta, ella sabía muy bien que había rachas, buenas y no tan buenas. No había nada de que preocuparse. Esa noche le prepararía algo para cenar bien rico y él abriría una de las botellas de Lambrusco que le trajo de Bolonia en su último viaje de empresa. Había calculado que él llegaría dentro de una hora, así que le daba tiempo a darse una ducha, ponerse algo cómodo pero ceñido y esperarlo con la cena ya casi en su punto. Estaba dispuesta a arreglar las cosas con él, se decía a sí misma, pero en el fondo no sabía muy bien a qué cosas se refería en concreto. Bueno en tal caso, aquella iba a ser una buena noche. Se llevó la mano derecha a la boca, cerró los ojos, y besándose el canto de la mano se imaginó sobre él en la cama en mitad de la noche haciendo el amor lentamente hasta la mañana siguiente que era día de fiesta.

Llegó a su calle y aparcó en la acera de enfrente, y cuando fue a cerrar la puerta intentando sujetar el bolso con la misma mano las llaves del coche se le resbalaron entre los dedos al ver la luz de su habitación encendida.

- ¿Qué hace aquí? ¿Habrá salido antes también? Que raro, no sé lo que estará haciendo pero seguro que no es la cena porque la luz de la cocina está apagada. La de la cocina y las otras también.

Lidia cruzó la calle sin dejar de mirar la ventana de su habitación iluminada salvo para mirar si venía algún coche y cuando llegó a la acera de enfrente se pegó a la pared como si no quisiera ser vista desde arriba. Sacó las llaves de su bolso y abrió el portal, le echó un último vistazo a su ventana y entró. Cuando cerró la puerta lo hizo muy despacio, sin llegar a soltarla. Subió las escaleras sin hacer ruido mirando hacia arriba por el hueco de las escaleras y su rostro se tornó más serio de lo habitual. Por su cabeza no pasaba ningún pensamiento. Ella misma se esforzaba en mantener la mente en blanco hasta saber lo que estaba pasando. Un piso más abajo del suyo abrió el bolso y metió la mano buscando las llaves de su casa y las sacó lentamente con cuidado de no hacerlas sonar. Subió los dos últimos tramos de escalera hasta su puerta en una exhalación y cuando llegó hasta el descansillo respiró profundamente un par de veces antes de meter la llave en la puerta.

En cuanto la puerta se abrió unos centímetros llegaron hasta sus oídos los suaves pero inequívocos gemidos de la sucia perra que se estaba follando a su novio y en su propia cama, sobre sus nuevas sábanas italianas que además estaban siendo estrenadas sexualmente por esa furcia. Se detuvo así detrás de la puerta, clavando las uñas en el pomo y escuchando con la mirada perdida hacia el interior del recibidor. Los gemidos le parecían de una chica joven, un tanto inocentes, más bien cursis. A él no lo escuchaba, intentaba concentrarse para poder llegar a oírlo a él entre los gemidos de la pija, pero solo se la oía a ella. Le resultaba extraño porque con ella siempre gemía, sobre todo en el orgasmo. Cerró un poco la puerta y se detuvo en el descansillo mirando las llaves colgando de la cerradura.

- Un momento ¿Y si no es él? ¿Y si le ha dejado las llaves a un amigo creyendo que yo no llegaría hasta las diez? Mierda ¿Qué hora es? Las ocho y media. Tiene que ser él. Maldito hijo de puta embustero. Yo voy a entrar, esta es mi casa.

Pasó hacia dentro sigilosamente y sacó la llave de la cerradura diente a diente. Le temblaban las piernas, ahora los gemidos de la pija le llegaban rebotados desde todas las paredes de su propio piso. No se lo podía creer. Él, él estaba follándose a otra mujer. No podía ser cierto.

- ¡Le está comiendo el coño! ¡Por eso no le oigo! ¡Dios! - La imagen de una putita de veintipocos años de rodillas sobre sus sábanas de seda negra italiana con él tumbado debajo boca arriba comiéndole el coño se le clavó en la cabeza.

- Lo voy a matar ¡La voy a matar esa zorra! Cerdo cabrón. Los voy a matar ¡Los voy a matar a los dos!

Entró en la cocina y abrió el cajón de los cuchillos. Le temblaban tanto las manos que no podía decidir cual de ellos coger. Cogió el que estaba más separado del resto y cuando lo levantó se miró la mano intentando calmar el temblor. Pero no podía. En ese momento le llegó desde su habitación un gemido mucho más profundo y sonoro. Fue casi un chillido, un gemido con toda la boca abierta. – Aaahhhhhh…

- ¡Dios! ¡Se la ha metido! ¡Le ha metido la polla! ¡Mi polla! No me lo puedo creer. Le has metido la polla. Has metido la polla en una mujer por última vez, desgraciado. Se te acabó a ti lo de meter la polla por ahí, desgraciado... ¡Se te acabó a ti lo de meter la polla!

Agarró el cuchillo con firmeza levantándolo contra la luz de las farolas que entraba por la ventana de la cocina y la silueta del cuchillo se dibujó contra la pared subiendo hasta el techo. Los gemidos de la chica aumentaban el ritmo haciéndose cada vez más seguidos mientras Lidia miraba fijamente la afilada hoja que surgía de su mano derecha. Sin saber muy bien por que se acercó la hoja del cuchillo a los labios y la besó.

- Se te acabó. No voy a dejar que te corras, cabrón.

Atravesó el salón con la mirada fija en la puerta de su dormitorio. Los gemidos eran ahora altos y claros, sin ningún tipo de disimulo. Es más, aquella zorra estaba exagerando su disfrute, ahí había teatro.

- Serás puta, a ti te va a tocar primero. Por zorra y por puta. Y luego ya veremos lo que hago con el otro desgraciado. De ese me encargo yo.

Sin dudarlo un segundo empujó con la mano izquierda y con todas sus fuerzas la puerta de su dormitorio. El portazo fue tan tremendo que Marcos lanzó un grito de auténtico miedo cuando miró desde la cama hacia su mujer salir desde la oscuridad del salón con el cuchillo en la mano y lanzándole una mirada verdaderamente infernal. Con la boca abierta, los pantalones bajados y la mano derecha aún sujetándose la polla tiesa intentó coger el mando a distancia del video para parar la película porno que se veía a en la pantalla del televisor. Pero el único mando que encontraba era el del propio televisor y no el del video, así que la rubia chillona de las tetas de goma seguía saltando y saltando, y chillando y chillando sobre la polla del actor cachas al que solo se le veía del cuello para abajo mientras Lidia ni siquiera giraba la vista hacia la pantalla. Solo lo miraba a él de arriba abajo con el cuchillo aún en la mano y una expresión en la cara muy difícil de describir. La rubia de la película se agarraba las tetas sin parar de botar y botar sobre la polla del tipo cachas el cual ni la tocaba con las manos. Solo se limitaba a aguantar sin correrse hasta que alguien se lo dijera. Bueno, un trabajo es un trabajo.

- Oh, ooh my God…