miércoles, 14 de enero de 2009

La Profesional

Berlín, Domingo 10:00 de la mañana. Puerta de Brandemburgo. A escasos cien metros, en el número 77 de la avenida Unter den Linden, se encuentra el histórico hotel Adlon Kempinski. Seguramente conocerán de vista el hotel ya que su vistosa cubierta revestida de zinc color turquesa suele aparecer mucho en las postales como fondo urbano cerrando la esquina sureste de la Pariser Platz. La famosa cubierta de cinc hace un contraste cromático muy alemán con la fachada enfoscada en color malva. La sexta y última planta del edificio se encuentra metida en la misma cubierta quedando las ventanas de las habitaciones de esta planta como buhardillas, de las cuales ocho se abren a la plaza y quince a la avenida, dada la planta del edificio en forma de ele. De las ocho que se abren a la plaza las tres centrales pertenecen a una misma habitación ya que en realidad solo es una ventana principal con dos pequeñas ventanitas a ambos lados. Esta configuración de las ventanas se debe a la composición de la fachada del edificio la cual significa de esta manera en alzado el eje este-oeste de la planta del mismo. Esta singular habitación es la número 645.

La ventana principal de la habitación cuenta con un pequeño banco con varios cojines bajo la misma de modo que es posible sentarse en el mismo alfeizar de la ventana a modo de pequeño sofá con vistas. La ventana estaba abierta y desde la plaza podía distinguirse una delgada figura femenina que estaba sentada contra uno de los lados de la ventana con las piernas dobladas y los pies subidos al banco. La chica estaba fumando un cigarrillo mientras contemplaba de lado el ajetreo de turistas que intermitentemente llegaban a la plaza, se hacían fotos con la puerta de Brandemburgo de fondo y pocos minutos más tarde se iban dando un paseo. Allí tampoco había mucho más que hacer. La chica de la ventana tiró despreocupada la colilla aún encendida a la plaza, bajó del banco y cerró la ventana central.

Tres días antes esta chica había llegado en taxi al hotel y se registró con el nombre falso de Matilda Shoen. Tenía una melenita corta rubia, pelo liso, no muy alta, de figura esbelta. Llevaba un vestido negro Versace, medias y calzaba unos stilettos que le estilizaban las piernas. No se pudo decir que su entrada en el hotel fuera de lo más discreta a juzgar por como los caballeros presentes en el vestíbulo la siguieron con la mirada hasta el mostrador del hotel. Sin embargo en ningún momento se quitó las gafas de sol en el interior del vestíbulo. Una vez allí le atendió el relaciones públicas del hotel en persona. Tenía la habitación 645 reservada para una semana.

A las 10:15 el avión procedente de Estocolmo con llegada al aeropuerto Berlín-Tegel hizo su aterrizaje a la hora prevista. En el pasaje del avión iba incluido Hans Eric Vanger, importante empresario nórdico afincado en Suecia, dueño de Eskiltsuna, una compañía dedicada al comercio e intercambio de mercancías con la mayoría de los países de Europa del este. Hans Eric Vanger bajó del avión junto a sus colaboradores donde le esperaba un comité de bienvenida y fue trasladado en coche oficial hasta su hotel.

Un año antes Hans Eric Vanger se vio envuelto en una presunta trama de corrupción por tráfico de armas de la que salió impune y declarado inocente en el juicio por falta de pruebas. Los informadores que hacen saltar la noticia fueron sentenciados a seis meses de cárcel por difamación y al pago de una indemnización de trescientas mil coronas suecas a la compañía Eskiltsuna de la que el señor Vanger es el máximo accionista. Tras este escándalo la compañía decidió disolver la junta directiva de la empresa, cerrándose así los negocios pendientes en los diferentes países del telón acero unilateralmente. Con el riesgo que aquella acción conllevaba.

A las 10:20 de la mañana Matilda Shoen salió del baño de su habitación sin la peluca rubia que ocultaba su moreno cabello cortado casi al cero y vestida con un mono negro, se puso sus guantes de cuero fino y sacó del armario ropero de su habitación un pequeño estuche negro que colocó sobre la mesa escritorio. Abrió los cierres metálicos del estuche y sacó un cortador de vidrios circular Fletcher que adosó a la ventanita izquierda de la habitación y realizó un corte circular de diez centímetros de diámetro.

A las 10:30 de la mañana el coche que trasladaba a Hans Eric Vanger, un Mercedes Benz C 63 AMG enfiló la avenida Straβe des 17 Juni que atraviesa el parque del Tiergarten en dirección a la puerta de Brandemburgo.

A la misma hora, el discreto cañón de un fusil de precisión AW-PSG 90 de calibre .300 Win Mag y mira telescópica Hensoldt de 10x42 aumentos con retícula iluminada y silenciador Supresor se asomó por el pequeño agujero circular de la ventanita izquierda de la habitación nº645 del hotel Adlon Kempinski.

Matilda Shoen reconoció el coche oficial en el que viajaba Hans Eric Vanger entrando en el Tiergarten. En ese momento destapó la mira telescópica, no antes. Sabía que la mira reflejaba la luz del sol y podría ser vista desde varios kilómetros. Se acomodó su fusil y enfiló al coche. Distancia con el objetivo: 3000metros. Siguió al coche a través de su mira telescópica y escuchó en su cabeza las palabras su maestro. El rifle es el primer arma que aprendes a utilizar porque te permite mantenerte a distancia del objetivo. Matilda se acopló a la velocidad del coche que avanzaba por la avenida exactamente de frente a la Puerta de Brandemburgo con la cual forma un ángulo de noventa grados exactos. Urbanismo alemán, sencillamente perfecto. Había ensayado el tiro cada día durante el último mes. No podía fallar.

El Mercedes negro llegó a la glorieta de Groβer Stern situada en el corazón del parque y la rodeó en dirección Parisier Platz. Distancia con el objetivo: 2000 metros. Ahora podía ver la matrícula europea del Mercedes, la memorizó mentalmente, HA GW-615. El tráfico era fluido, era domingo. Le sonría la suerte. Matilda le devolvió la sonrisa desde detrás de la mira telescópica. Tranquila. No lo pierdas de vista. Respira muy tranquila. Imagina que vas en el coche con él. Muy tranquila. No bajes la guardia. No le quites la vista de encima. Sigue todos sus movimientos. Como cuando estás con el chico que te gusta. Su maestro tenía ese sentido del humor malévolo que siempre la había excitado tanto.

Al llegar al cruce con Yitzhak Rabin Straβe el Mercedes negro se detuvo en el semáforo en rojo. Distancia con el objetivo: 700 metros. Podía ver perfectamente la silueta de Hans Eric Vanger sentado en el centro del asiento trasero del coche. Matilda volvió a sonreír. Cuanto más importante es el pollo, más fácil lo pone. Matilda mantenía la respiración en calma, su pulso desaparecía. Su dedo índice se acopló al gatillo. Sólo por diversión colocó la mira en el centro justo del emblema de tres puntas del Mercedes. Ahora mismo podría dejar al coche sin estrella y sin dejar ni un solo rasguño en la pintura. Nadie sabría que había pasado, solo un chispazo y adiós emblema.

El semáforo se puso en verde y el Mercedes aceleró lentamente. El siguiente semáforo era el que está justo detrás de la puerta de Brandemburgo y viniendo por la avenida de pararte en el semáforo anterior siempre se coge en verde, eso lo sabe todo berlinés. El conductor aceleró hasta los 60km/h. Matilda se tensó, su respiración se cortó. Matilda estaba hecha de piedra caliza. Distancia con el objetivo: 500 metros. Cuanto más cerca estés de ser una profesional, más cerca estarás de él. El cuchillo por ejemplo, es lo último que aprenderás a utilizar.

El conductor del Mercedes metió la cuarta velocidad, el coche traccionó, Matilda fijó la mira en la frente de Hans Eric Vanger y la siguió hasta llegar al semáforo en verde de la Puerta de Brandemburgo. Distancia con el objetivo: 300 metros. Siente su próximo movimiento. Respira profundamente y contén el aire.

Ahora.

Matilda apretó dulcemente el gatillo. Un solo zumbido y la bala atravesó silbando entre las columnas de la Puerta de Brandemburgo hasta la luna delantera del Mercedes justo bajo el espejo retrovisor central y se introdujo en la frente de Hans Eric Vanger perforándole el cerebro. El conductor del Mercedes asustado giró la cabeza levemente mirando al espejo central y vio la cabeza de su pasajero apoyada hacia atrás en el asiento trasero con un orificio sangrante en la frente. En ese momento un segundo zumbido atravesó la Puerta de Brandemburgo en el mismo sentido y la luna delantera del coche impactando en la cabeza del conductor y dejándolo caído de bruces sobre el volante. El vehículo en ese momento aceleró hasta los 80 km/h cruzando el semáforo en verde de la Parisier Platz y haciendo un recto se subió por el pavimento peatonal de la plaza desoyendo las señales de giro obligatorio. El coche fuera de control atravesó la Parisier Platz entre los gritos de pánico de los turistas que vieron como en cuestión de un segundo el Mercedes negro subió por los escalones de la Puerta de Brandemburgo hacia arriba y colisionó frontalmente contra una de sus monumentales columnas de piedra caliza a la velocidad de 90 km/h. No había huellas de frenada.

Matilda introdujo lentamente hacia el interior de la habitación el cañón de su rifle de fabricación nórdica. Se asomó levemente a la ventanilla y con una mirada fría y una sonrisa torcida murmuró:
-Ahí tenéis una bonita postal.