lunes, 12 de enero de 2009

Las puertas del cielo

Conocí a esta chica por Internet, se llamaba Ángela, pero en la red le gustaba usar el apodo de Ninfa. Según me contó las ninfas eran como las putas de los dioses, espíritus de mujeres que vivían en el mundo de los hombres cuidando de la naturaleza y que satisfacían las fantasías sexuales de los dioses cada vez que éstos bajaban al mundo. También eran reclamadas en el olimpo para realizar orgías divinas que debían de ser la leche, tal y como yo me las imaginaba.

Ángela era de Tarragona pero trabajaba como becaria de enfermera en una clínica muy cercana a mi facultad. Todas las tardes cogía el tren que me dejaba en un apeadero a cinco minutos de la universidad y siempre pasaba por la puerta de la clínica recordando la charla que habíamos tenido la noche anterior sobre arte antiguo y que a mí siempre me dejaba tan empalmado que tenía que desahogarme en la cama imaginándome entre sus piernas, follándomela sobre la mesa del banquete del olimpo en la puta cara de Zeus, el cual me miraba con ojos borrachos riéndose satisfecho de ver su voluntad cumplida a rajatabla. Desde luego me estaba ganando el cielo a fuerza de bien.

Un día me reconoció en la biblioteca pública y cuando salí al patio a fumarme un cigarrillo me dejó sobre la mesa un tomo enorme de la Summa Artis, con un post it de esos amarillos entre dos páginas con mi apodo escrito. Intrigado abrí el tomo de la enciclopedia y se abrió por la reproducción a dos páginas de un cuadro del renacimiento en el que las ninfas se preparaban para una de sus citas con los dioses. Levanté la mirada hacia la fila de mesas que tenía enfrente buscándola con los ojos. Aunque nunca nos habíamos visto en persona sí nos habíamos pasado alguna foto y estaba seguro de que la reconocería al instante. Tenía que haber sido ella, no tenía ninguna duda. Al mirar hacia atrás encontré sus ojos sonriéndome desde su sitio entre todas las cabezas estudiosas y decidí seguirle el juego. Cogí un folio y la dibujé a ella misma siendo disfrutada entre los libros sobre una de las mesas de la biblioteca por un generoso grupo de estudiantes. Le puse un gesto en la cara de placer que excitaba de solo mirarlo. Cuando me levanté para irme de la biblioteca pasé por su lado y se lo deje caer en el centro de la mesa a la vista de los cinco o seis chicos con los que compartía horas de estudio. Pude oír entre el silencio de la biblioteca el rumor que causó mi pequeña obra mientras bajaba los escalones de la sala de lectura principal. Aquella escena la divirtió mucho y quedamos al día siguiente.

Ángela no paró de alimentar mi imaginación con todo tipo de lujuriosas historias mitológicas que según ella habían sido el porno de los antiguos y posteriormente endulzadas y poetizadas con el paso del tiempo. Según ella el acto de una ninfa poco tenía que ver con las imágenes del renacimiento donde aparecían bailando o envueltas en entornos naturales donde las hojas y simpáticos angelitos y animalitos acariciaban sus cuerpos. Donde yo antes solo veía la imagen de una mujer de caderas generosas sonriendo desnuda por las inocentes cosquillas que le hacen las hojas y los animalitos que la rodean, Ángela veía el símbolo pagano de una mujer cachonda perdida que se masturba en el campo e incita a su ganado a la zoofilia mientras espera ser poseída de manera salvaje por un macho insaciable. Pero mis preferidas eran las escenas del olimpo, donde las ninfas aparecían semidesnudas en numerosos grupos y se prestaban en el centro de la reunión divina como postre sexual al banquete que acababan de dar cuenta los dioses ya borrachos como cubas. Según Ángela lo que ocurría a continuación de la escena del cuadro no tenía comparación con cualquier escena de sexo en grupo del porno actual.

Cuando la acompañé a su casa me invitó a subir a su piso para enseñarme algo de lo que habíamos estado hablando durante la noche pero nada más entrar en el ascensor nos empezamos a enrollar de tal modo que hasta el ascensor estuvo a punto de pararse del meneo que le estábamos dando. Cuando llegamos a su piso entramos en su cuarto casi corriendo.

Ya no se folla como antes. Antes el sexo se concebía como algo sagrado, algo divino. Los gemidos desinhibidos de una zorra con el rostro desencajado y los ojos en blanco son la única llamada que los dioses han respondido en la tierra. Cuando los hombres querían hablar con dios, de ello se encargaban las ninfas.