miércoles, 13 de mayo de 2009

Gymnopédie nº1


Magda llegó a Madrid sola. Se bajó del autobús encendiéndose un cigarrillo y esperó fumando junto al maletero del autobús a que los demás pasajeros sacaran sus maletas.

― En fin, ya estoy aquí ― se dijo en voz alta colgándose la mochila.

Cogió un taxi en la puerta de la estación y tuvo que enseñarle el papelito donde llevaba apuntada la dirección al paquistaní que llevaba el taxi para que lo entendiera. Era una pequeña calle céntrica del barrio de Chamberí que el taxista tuvo que buscar en su pequeña guía para poder llegar. Se bajó del taxi delante de un antiguo edificio de vecinos con escaleras de madera y un pequeño patio central. La escalera rodeaba la caja del ascensor, pero un cartelito en la puerta del mismo decía: No Funciona. El cartelito estaba ya muy descolorido y apenas se mantenía colgando de la rejilla del ascensor. Los escalones crujían. Mientras subía pudo ver hasta tres puertas de las casas abiertas por las que salían voces, el ruido de alguna tele y extraños lenguajes que no entendía. Cuando Magda llegó al último piso sacó la llave y abrió la puerta.

Rápidamente aparecieron a sus pies dos gatos, uno negro y otro color canela que se enroscaron entre sus tobillos mientras dejaba su mochila en el suelo.

― Hola, ¿tenéis hambre?

Magda sacó del bosillo de su mochila un paquetito de galletitas saladas que llevaba para el viaje y lo abrió bajo la atenta mirada de los gatos. Movieron sus naricillas y las probaron. Magda les dejó el paquetito abierto y se dio una vuelta por el piso abriendo las ventanas y mirando curiosa las estanterías llenas de libros. Todo estaba lleno de polvo. La cocina estaba vacía literalmente. No había nada en la nevera ni en los armarios. Solo estaba el saco de comida para gatos abierto en un rincón. La ventana de la cocina estaba abierta al patio. Se asomó y pudo ver las huellas de las pisadas de los gatos por el caminito que usaban para salir del piso cuando les venía en gana. Abrió la llave del agua y comprobó que funcionaban todos los grifos. El agua al principio empezó a salir con un color amarillento que al poco tiempo desapareció. Cogió la mochila y la llevó al dormitorio. Abrió un viejo armario ropero en el que solo había dos o tres perchas olvidadas colgando. Se miró un momento en el espejo de la puerta del armario. Luego se dejó caer en la cama boca arriba mirando la lamparita que colgaba del techo.

Cuando se despertó tenía a los dos gatos subidos en la cama a su lado. Se lamían el pelo sin hacer ruido y cuando vieron que estaba despierta se acurrucaron contra ella. Magda sacó un cigarrillo y se lo fumó tumbada en la cama acariciando a los dos gatos. No sabía cuantas horas habían pasado, solo se había quitado los zapatos cuando se quedó dormida.

Luego se asomó al pequeño balconcito del piso que daba a la calle por la que había entrado. Parecía un barrio céntrico con mucha vida. Pasaba mucha gente, sobretodo gente joven y algunos inmigrantes. Había pequeños comercios por toda la calle. Pudo ver un pequeño horno de pan justo en frente de su puerta. Se puso los zapatos y bajó a comprar dos piezas de pan y algo de chorizo y una lata de foie gras en la tienda de alimentación de al lado. Luego subió, se hizo un bocadillo y se lo comió en el balconcito viendo a la gente pasar.

Entonces se acordó de él y lo llamó desde el móvil. Una vocecita le avisó de que su número estaba apagado o fuera d… así que siguió comiéndose su bocata y luego se fumó un cigarrillo en el balcón. Cuando acabó, se dio la vuelta hacia el interior de la salita pensando en qué hacer. Tenía dos días por delante sola en Madrid hasta que él volviera de su viaje.

― Muy bien. Estoy en Madrid, tengo un piso para mi sola, tengo dinero de sobra y puedo hacer lo que me de la gana…

Entonces pasó una nube por delante del sol. Magda se giró hacia fuera y se quedó mirándola. La nube flotaba en el cielo, despacio. Su forma cambiaba constantemente, muy poco a poco. Era una nube cualquiera como las demás, pero un segundo después, era otra nube distinta. Con otra forma, más o menos parecida a la anterior. Entonces, y sin ninguna explicación aparente, otra nube que andaba cerca se cruzaba en su camino. Las dos nubes iban poco a poco acercándose. Parecía que se atrajeran la una a la otra. Y así flotaban la una al lado de la otra hasta rozarse. Y entonces, tan solo un segundo después, las dos nubes se habían fundido en una sola que flotaba en otra dirección levemente distinta a la anterior. Magda siguió mirando embobada a las nubes hasta que se perdieron por el horizonte. Se sentía extraña. No sabía muy bien como se sentía. Tal vez no sintiera nada. Tuvo la sensación de que tenía que decir algo, pero no sabía muy bien el qué. ¿Qué significaba todo esto? Quien sabe. Además, ¿a quién le importa?

Cerró el balconcito, encendió la tele vieja de la salita y se tiró en el sofá. Los gatos aparecieron al poco rato. Los escuchó entrar por la cocina y se subieron al sofá. Magda les hizo sitio a su lado. Estaban poniendo una película americana de dos policías negros que perseguían a un asesino en serie y se la tragaron hasta el final.