miércoles, 1 de abril de 2009

¿Crisis?… ¿Qué crisis?

Robe estaba sentado en el sillón de su despacho delante del ordenador esperando que el teléfono sonase con una voz al otro lado que le anunciara algo nuevo de trabajo. Llevaba dos meses aparentando estar muy ocupado, pero lo cierto era que su sello discográfico no había recibido ni un solo encargo en algo más de cuatro meses. La situación empezaba a resultar preocupante y sin signos de cambiar para bien. De vez en cuando giraba la vista hacia el teléfono y comprobaba que estaba conectado. Se encendió otro cigarrillo y cogió el teléfono. Llamó a Rebeca, su mujer, para avisarla de que llegaría tarde. Cuando Rebeca descolgó el teléfono apenas pudo oír su voz ya que a ella siempre le gustaba tener la música a todo volumen. Le explicó a gritos que se quedaría un poco más en el trabajo para poder acabar unos asuntos, pero lo cierto es que no le apetecía volver a casa con la sensación de haber perdido el día entero sin dar un palo al agua. Lo único que había hecho de provecho era mirar las fotos pornográficas que su amante cibernética le había mandado en su último email donde salía ella vestida de cuero negro en atrevidas posturas con una frase abajo que decía: Espero que te gusten.

Robe llevaba un sello discográfico de música que a la vez funcionaba como grupo editorial de nuevas promesas de la literatura underground de la ciudad. Tenían su propio estudio de grabación, equipo de distribución, rotativas y todo tipo de contactos para sacar a delante siempre buen material y sobretodo fresco. Robe siempre había tenido buen ojo para los nuevos talentos.

Pero desde que empezó la maldita crisis no habían sacado ni un solo disco ni libro nuevo. Todos los contactos de los buenos tiempos empezaron a cancelar sus líneas telefónicas y los clientes que antes se peleaban por una reunión con él ahora parecían haber sido tragados por la propia tierra. No tenía explicación y lo único que sentía que podía hacer era encenderse otro cigarrillo y esperar.

Volvió a mirar su correo electrónico por cuarta vez consecutiva y apagó el ordenador. Se montó en su coche y paró en el bar donde antes siempre celebraban las firmas de los buenos contratos o la entrega de los buenos proyectos. El bar estaba vacío. Ni siquiera estaba la tele. El camarero le explicó que la tuvieron que quitar porque los habían denunciado por no tener licencia. La gente se estaba volviendo loca. Robe se bebió su cerveza y cuando se disponía a irse entró Iván, un antiguo amigo suyo. Hacía años que no lo veía. Iván le contó que acababa de cerrar su negocio de exportación debido a la crisis. Sus planes eran irse al campo con su novia, a un pequeño cortijo familiar en mitad de la sierra donde tenían huertas y criaban animales. Pero Iván no parecía muy convencido. Cuando salieron por la puerta le confesó que la empresa había dejado numerosas deudas pendientes que le resultaban imposibles de pagar y tenía que desaparecer por una buena temporada o acabarían embargándole el piso y el coche. Robe escuchaba atentamente mientras su amigo desesperado le agarraba del brazo.

― Robe, ¿tú no podrías ayudarme? Necesito dos mil euros para pagar a un tipo que quiere presentarse en mi casa mañana mismo. Este tío es Albanés y está loco, Robe. Yo sabía que nunca tenía que haber hecho negocios con él, pero mi socio se empeñó en que firmáramos con ese tipo y ahora el cabrón de mi socio ha desaparecido. No sé que hacer, tío. Tienes que ayudarme…

― Lo siento Lidi. Lo siento de veras, pero no puedo. Nosotros también estamos fatal. No hay un duro y nadie sabe de donde sacarlo. Está la cosa muy chunga, tío.

― Ya, bueno, está bien. No te preocupes, algo se me ocurrirá.

― Ya, bueno, eso espero. Venga nos vemos. Suerte, Lidi.

― Adiós, Robe.

Robe sí tenía ese dinero, pero sabía que dárselo a su amigo no solucionaría en nada su problema y a la semana siguiente sería él el que tuviera que andar pidiéndoselos a alguien. Se montó de nuevo en su coche henchido de no gloria y pensando, “soy un mal tipo, tenía que haberle dado ese dinero…”. Puso rumbo a su casa donde Rebeca le esperaba para salir a tomar unas copas como solían hacer. Miró en su cartera y apenas contó treinta euros. Bueno, al menos servirían para vaciar la cabeza un poco y poder dormir bien esa noche.

Cuando llegó a su casa pudo oír la música de ella desde el portal. Abrió la puerta y se encontró a Rebeca en el sofá delante de una fila de seis rallas de cocaína y con una cerveza sobre la mesa moviendo la cabeza al ritmo del heavy metal. Rebeca se inclinó sobre la mesa y esnifó una de las rallas hasta el fondo. Luego levantó mucho la cabeza y soltó un aullido:

― sniffff… Diosss… ¡Cuelguen al maldito Papaaa! ― miró hacia la puerta, se encontró con los ojos de su marido y le preguntó ― ¿Quieres un poco, cariño? ¡Está de muerte!

― No, gracias. Tengo que decirte algo, Rebeca. ― ella movía la cabeza sacudiendo su larga melena negra al compás frenético del trash metal casi sin escuchar la voz de él que le llegaba a lo lejos ― Rebeca, escúchame. ¡¡Rebeca!!

― ¡¿Qué?!

― ¡Tengo que decirte algo, nena!

― ¿Qué? ¿Qué me tienes que decir? Huala, ¡esta parte de la canción me encanta!

― Rebeca, te quiero, nena ― Rebeca sacudía la cabeza de un lado a otro gesticulando con las manos durante el solo de guitarra eléctrica abriendo mucho la boca y cerrando los ojos mientras Robe intentaba llamar su atención de pie delante de la mesa cubierta de polvo blanco y botellines de cerveza― Te quiero demasiado, nena.

― ¿Quieres follar? Me puedes estrangular si quieres. Así del cuello mientras me corro, como la última vez. Fue brutal, me corrí dos veces seguidas como una perra.

― Bueno, ahora mismo no sé si podría hacértelo otra vez. ¡Escúchame cariño!

― ¡Está bien, tómatelo con calma, nene! ¡Relájate, estás muy tenso! ― Rebeca hablaba sin parar de bailar sentada en el sofá ― Anda cariño, date una ducha, te dejaré aquí tus rallas, te juro que no las tocaré. Te lo juro― dijo besándose el canto de la mano.

― ¡No es por la coca! ¡Es por el trabajo! ¡Santo Dios! ¡Rebe, me tienes que escuchar a veces! ― robe se sentó a su lado y cogió un botellín de cerveza.

― ¡Está bien, está bien! ¿Pero qué te pasa? ¿De qué diablos estás hablando? Te encanta tu trabajo, naciste para ser un diez por ciento. Es lo que se te da mejor hacer, cariño.

― No, nena, me tengo que bajar del tren, me está matando. ¿Sabes qué? Tal vez tenga que producir algo. No sé, sacar algo nuevo yo mismo. Últimamente no tenemos muchos encargos ¿Me estás oyendo? ¡El sello se va a ir la mierda!

― ¿Qué dices? A la mierda te vas a ir tú. ¡Tú no eres creativo! No has hecho una mierda creativa nunca desde que nos conocemos. Lo que no es algo malo, sabes. Pero tú tienes que sellar, es lo que haces, y lo haces jodidamente bien.

― ¿Y si no pudiera hacerlo más? ¿Y si me pasara algo y no pudiera hacer nada? ― dijo Robe levantándose del sofá.

― ¿Cómo qué? ¿Como terminar en una maldita silla de ruedas? ¿Torcido y deforme? ¿Pero qué mosca te ha picado a ti ahora?

― ¡No me estás escuchando, mierda! ¡Nunca me escuchas, mierda! ― Robe subió las escaleras hacia el baño y la dejó hablando sola en el sofá.

― Te estoy escuchando, nene. Estoy justo aquí… No me he movido de aquí ― dijo Rebeca inclinándose sobre la mesa y esnifando otra ralla.