lunes, 18 de mayo de 2009

Táctica y Estrategia

"Quién hubiera creído que se hallaba
sola en el aire, oculta,
tu mirada..."
Mario Benedetti


Mario salió al porche en mitad de la noche. Le gustaba salir al porche por las noches y sentarse a leer en un sillón de mimbre que parecía haber sido fabricado para él. Puso el paquete de tabaco al lado del cenicero y dejó su libro en las rodillas mientras se encendía un cigarrillo.

A Mario le gustaban los escritores que bailaban con las palabras. También le gustaban los que disparaban palabras a quemarropa, o también los que eran capaces de conquistarlas y luego hacer el amor con ellas. A Mario le gustaban las historias de borrachos arruinados por haberlo apostado todo, de mujeres que chillaban cuando estaban enfadadas y de ternura apabullante cuando la tormenta pasaba y tocaba reconciliarse, le gustaban las historias de peleas amorosas, de romances imposibles, de odios incurables. Mario no podía evitar imaginarse que él aparecía en todas las novelas que leía. Así había llegado a ser un aventurero cazador en mitad de la sabana africana, o un artista bohemio en el París de las vanguardias, o también un temerario reportero gráfico de conflictos bélicos. A Mario le gustaba oír silbar las balas a su alrededor atrincherado tras una barricada. Le gustaba sentir como sus dedos manchados de pintura acariciaban a su amada mientras dormía, pero sobretodo, lo que más le gustaba era imaginar que él mismo era quien contaba y escribía esas historias. Se imaginaba sentado en la buhardilla de un ático solitario al lado de un ventanuco con un flexo en la mesa, el cenicero a rebosar y miles de papeles por todos lados. Se imaginaba también en una casa con chimenea en mitad de las montañas, perfecta para poder escribir en paz cuando fuera famoso. Y también le encantaba imaginarse recogiendo premios rodeado de fotógrafos y firmando libros con mala cara pretendiendo parecer ajeno a todos esos halagos. Le gustaba especialmente la idea de poder asistir a importantes debates intelectuales para poder dar la nota diciendo tacos y hablando solo de follar y guarrerías por el estilo. Seguro que con solo un par de apariciones así las ventas de sus libros se dispararían. A todo el mundo la gusta odiar o admirar a la gente que tiene los cojones necesarios para decir la verdad. En fin, o sea que a Mario le gustaba leer.

Pero aquella noche cuando se dio cuenta se había fumando el primer cigarrillo sin llegar a abrir el libro. Así que soltó el libro en la mesa de mármol del porche y se recostó en el sillón de mimbre.

Estuvo así un buen rato mirando al vacío.


Luego una idea pasó por su cabeza. Se levantó del sillón para entrar en la casa. Buscó entre las estanterías y encontró un viejo cuaderno de anillas. Le limpió el polvo y buscó algo con lo que poder escribir. Solo encontró un boli bic sin capuchón ni taponcito de arriba. Estuvo un buen rato girándolo sobre el cuaderno y la tinta azul empezó a salir poco a poco. No era gran cosa pero sería suficiente. Salió al porche y acercó el sillón de mimbre a la mesa. Abrió el cuaderno por la primera página con el bolígrafo en la mano. Se inclinó un poco hacia la hoja. Luego levantó la vista y se volvió hacia atrás para buscar el tabaco y el cenicero. Se encendió otro cigarrillo.

Entonces se puso a mirar las estrellas. Había miles, millones. Algunas parecían estar muy cerca, otras en cambio parecían estar infinitamente lejos. Unas parpadeaban, otras no tanto. Las había blancas, azules, rojizas, amarillentas, las había incluso verdes. Mario se sintió entonces muy pequeño. Pensó que nada de lo que él pudiera hacer tendría la importancia que él buscaba, él quería hacer algo importante. Algo que fuera digno. No sabía por donde cogerlo. Las posibilidades eran ínfimas. Entonces pensó que él nunca sería capaz de poder decir esas grandes verdades que había leído en los otros escritores. Tal vez ellos se habrían sentado en ese mismo porche y habrían escrito sus grandes novelas sin apenas esfuerzo bajo las mismas estrellas que a él mismo le derrotaban desde el cielo negro. Todas esas grandes frases memorables e innumerables citas que se sabía de memoria se le antojaban ahora tan lejanas de aquel porche como las estrellas más pequeñas, las del fondo del todo, inalcanzables. Lo único que podía hacer era mirarlas.

Entonces Mario se dijo:

Mirarlas…


Mirar era algo que siempre se le había dado bien hacer. Sabía fijarse en todos los detalles y era capaz de recordarlos por muy pequeños que fueran.

Mi táctica es...
Mirarte


Podía recordar conversaciones enteras que había tenido hacía ya muchísimos años. Podía repetir cada palabra, una a una, con total seguridad de que no se le olvidaba nada.

Mi táctica es...
volver a hablarte
y escucharte


Mario sabía que aquellas cosas que de verdad habían sido importantes no era fácil olvidarlas. Sabía muy bien que todas las heridas dejan huella.

Mi táctica es...
quedarme en tu recuerdo


El siempre había sido sincero. Puede que alguna vez hubiera contado algunas mentirijillas pero en general era siempre demasiado sincero.

Mi táctica es...
ser franco


Entonces Mario sintió que no estaba escribiendo él. Eran las cosas que recordaba, ellas mismas eran las que lo necesitaban a él para ser recordadas, para existir.

Mi estrategia es...
que por fin me necesites



Entonces Mario cogió otra hoja de papel y escribió de corrido:


Mi táctica es
mirarte.
Mi táctica es
aprender como eres,
quererte como eres.


Mi táctica es
hablarte
y escucharte,
construir con palabras
un puente indestructible.


Mi táctica es
quedarme en tu recuerdo,
no sé cómo, ni sé
con qué pretexto,
pero quedarme en ti.


Mi táctica es
ser franco
y saber que eres franca,
y que no nos vendamos
simulacros

para que entre los dos
no haya telón
ni abismos.


Mi estrategia es,
en cambio,
más profunda y más
simple.


Mi estrategia es
que un día cualquiera,
no sé cómo, ni sé
con qué pretexto,
por fin me necesites.


Mario Benedetti (1920,2009)