domingo, 1 de marzo de 2009

Acto de Fe

Aquel día yo estaba tan tranquilamente sentado en mi silla de dibujo trabajando cuando la oí llegar. Cerró la puerta y pude oír como dejaba sus cosas en la entrada. Se acercó a mí por detrás. Sentí como me agarraba por el respaldo y giró mi silla conmigo encima hasta dejarme de frente a ella. Deslizó su brazo por encima de mi hombro y dobló el flexo de la mesa de dibujo hacia el otro lado de la habitación. Luego simplemente se giró dándome la espalda hacia la luz y abrió la tapa del tocadiscos. Para que os hagáis una idea mejor de lo que ocurrió entonces, lo que empezó a sonar a continuación se parecía bastante a esto: www.youtube.com/watch?v=z9gS404xi7k (pegar en otra ventana y seguir leyendo).


Entonces algo maravilloso sucedió. Sus caderas se mecieron de un lado a otro con los dos primeros acordes combinando violencia y dulzura. Luego todo empezó a moverse rítmicamente en ella. Mi boca debió de abrirse, o mejor dicho caerse. Pero no su culo. Su culo empezó a moverse como por arte de magia. A un lado. Al otro. Y al otro. ¿Cuántos lados había? No lo sé. Infinitos. Se movía irresistiblemente despacio. Suavemente y en constante movimiento. No se muy bien cómo pero mis ojos se clavaron en su culito travieso y ya no se separaron de él ni un segundo. A un lado, y al otro, y a otro más. ¿Esta es la cuarta dimensión, dios mío? Movimiento perpetuo. Perpetua sangre fluyendo por sus piernas arriba y abajo. Entonces se agachó hasta casi rozar el suelo. Y luego se levantó despacio, muy despacio, dejando el culo arriba. Muy arriba. Más de lo imposible. La gravedad solo me afectaba a mí, no podía mover un solo músculo. Tampoco lo intenté, sencillamente no podía. Cuando se giró levemente para mirarme sin darse la vuelta completamente pareció gustarle el efecto que estaba causando en mí. Yo no podía hacer nada absolutamente. Solo mirar. Y vaya si miré. Casi me caigo de espaldas cuando su chaqueta de repente salió volando por el estudio hasta chocar contra algo que hizo ruido. No se contra qué, yo solo miraba y miraba. Luego me dedicó otra fugaz mirada por encima de su hombro mientras sus manos desabrochaban el primer botón de su blusa. Me tenía bajo control. Tragué saliva. Abrí mucho los ojos. Su culo me llamaba sin parar. Me decía mírame, mírame, mírame, … y conseguía despistar mi atención de la blusa. Aquel movimiento de caderas hacía que las líneas de su perfil se plegaran en curvas imposibles en un movimiento armónico indescifrable. Cuando volví a mirarla, a su blusa me refiero, ya estaba abierta. La dejo caer hacia atrás hasta media espalda. Y no llevaba sujetador. Entonces sentí como mi corazón dio todo un bombeo directo hacia mi polla exclusivamente. Tragué saliva. Mi boca debió de abrirse de nuevo para coger aire porque su culo no me dejaba en paz ni un segundo mírame, mírame, … y yo me sentía muy débil. Pero entonces volvió a mirarme a los ojos por encima de su hombro y dejó caer su blusa al suelo.

Entonces la música se aceleró inesperadamente. Eran tambores de guerra. Comenzó a acercarse a mí de espaldas sin mirarme. Recorrí su espalda con mis ojos de abajo a arriba, desde la rajita de su culo que se adivinaba en el borde del pantalón vaquero hasta su nuca. En un solo segundo pude contar todos los pequeñitos lunares que salpicaban su piel siguiendo el brillo de sus curvas bajo la luz de mi flexo. Cuando me pude dar cuenta ya la tenía justo encima. Me buscó estirando sus manos hacia atrás y me encontró justo donde me había dejado. Tuve que echarme hacia atrás para no quemarme. Mis manos no se habían movido de mis muslos, donde estaban apoyadas, hasta que ella misma me las cogió y se las llevó hacia delante rodeando su vientre. Entonces me hizo apretarla por sus pliegues inglinales contra mi cintura con mis propias manos, tal y como yo hacía siempre. Respiré de su nuca y pude sentir como el aire que ascendía acariciando su espalda entraba en mi pecho hasta inundarlo por completo. El dulce oxígeno de este aire entró en mis arterias como un chute de divina heroína . Su culo se acopló contra mi cintura con la precisión de un tente. Y presionó. Presionó más aún. Se me nubló la vista y mis dientes se apretaron. En mis manos sentí una suavidad peligrosamente caliente. Y la presión aumentaba cada vez más. No pude resistir. No pude evitarlo. Me sorprendí dándole un suave mordisco por encima de su hombro derecho. Me acarició la cara y de nuevo me sentí manso como un cachorrito de león. Inofensivo. Luego sus manos guiaron a las mías hacia arriba por su pecho muy lentamente y entonces vi a dios. Cerré los ojos y le vi. Estaba en el cielo riéndose y me dijo: “¿Qué pasa ahora contigo, membrillo? ¿Crees o no crees en el cielo?” Y yo le contesté con el más sincero que he dicho en mi vida. Le dije: ¡Síí! …