domingo, 8 de marzo de 2009

Desde el Campanario II (2ª parte)

Cuando me desperté estaba tumbado boca arriba en la cama. Era casi de noche todavía. Serían las siete de la mañana o cosa así, calculé. Me incorporé solo un poco. Tenía su pierna rodeándome los muslos. No quise despertarla, así que me volví a dejar caer hacia atrás. Estaba atrapado, como siempre. Alargué el brazo y palpé mi paquetillo de lucky en la mesita, saqué uno y me lo chusqué recién despierto en la cama. Ella se movió un poco. Aproveché para intentar quitármela de encima pero en vez de eso cerró más la pierna y me atrapó. Tenía la piel del interior de los muslos muy fina y cálida. No había salida. Me declaré culpable y le acaricié la pierna mientras fumaba con las primeras luces de la mañana. Luego apagué el cigarrillo y tardé cuarenta y cinco segundos en volver a quedarme dormido.

Me volví a despertar boca abajo. Habían pasado unas cuantas horas. Estaba solo en la cama, clavado boca abajo contra el colchón y con la sensación de haber estado aplastado contra él durante un buen rato. Tenía marcas por todo el pecho de las arrugas de las sábanas. Las palpé, tenían un tacto muy extraño. Giré la cabeza y volví a encontrar el paquetillo de lucky en la mesita. Me giré y me di cuenta de que tenía una erección estupenda. Aún después de la larga noche que había tenido la pobre, ahí estaba ella, a primera hora y ya tan insaciable como siempre. Me la estaba palpando cuando la otra ella entró en el cuarto. Venía en braguitas y corriendo descalza y de puntillas sobre el suelo de adobe.

Brrrr, ¡Qué frío está el suelo! Brrr… ― Se metió en la cama de un salto desde la puerta del dormitorio. Levantó las piernas hacia arriba y se quitó las braguitas con una mano mientras con la otra me quitó el cigarrillo de los dedos y le dio dos caladas. Tenía un precioso tatuaje en el culo de una mariposa. La forma de las alas abiertas me recordaba siempre al espacio que quedaba entre sus nalgas. Luego apagó el cigarrillo en el cenicero con una mano mientras con la otra me agarró la polla y en un segundo ya me encontré otra vez atrapado entre sus piernas. Aunque hubiera intentado mostrar algún tipo de resistencia hubiera sido inútil. Era jodidamente rápida. Empezó a besarme por el cuello mientras me susurraba cositas al oído. Estaba diciéndome algo sobre lo que me esperaba cuando me pareció oír de lejos el ruido de la puerta. Estaban llamando, creo. No dije nada. Pensé que alguien habría visto el coche aparcado en la puerta de la casa. Luego ella dijo algo sobre la noche anterior y otra vez me pareció oír un ruido proveniente de la entrada. Pensé: que se vaya al campo el que sea y que vuelva luego. Entonces la cogí por el culo y me la puse encima metiéndosela entre los cachetes del culo cuando la puerta del dormitorio se abrió.

― ¿Chispa?… ― Me giré hacia la puerta y pude ver la cara de mi amigo Rafa y como sus ojos iban desde los míos bajando hasta el tatuaje del culo de ella donde se encontraba tan a gusto mi polla― ¡Huaala, nen! Lo siento ― Cerró la puerta de golpe y pude oír como se reía el muy cabrón desde el pasillo. Ella me miró con los ojos muy abiertos y se bajó de encima mía enrollándose en las sábanas e intentando imaginar hasta donde había visto mi amigo.

― Me cago en la ostia, Rafa.

― Joder, nen, lo siento. He visto tu coche solo y he dicho: voy a despertar a este cabrón, como en los viejos tiempos. ― dijo desde el pasillo.

― Maldito el día en que te enseñé a abrir el postigo de la puerta desde afuera. Me cago en la puta, ¿no sabes llamar?

― Joder, nen ¿cómo coño iba a saber yo que ibas a estar follando? ¡Que pájaro!, si me lo hubieran dicho también hubiera entrado a verlo. ¡No me lo hubiera creído, nen!, jajaja…

― ¿Y este quien es? ¿Cómo ha entrado? ― me preguntó ella enrollada en la sábana mientras se ponía las braguitas de nuevo.

― Nada, es un amigo. No te preocupes, está como una cabra. ¿Has visto mis calzoncillos?

― Yo que sé. Búscalos tú, no te jode. ¡Me ha visto todo el culo!― Encontré unas calzonas viejas de tenis de mi padre y me las puse. Me quedaban bastante chicas. Se me marcaba todo el paquete y se me metían por la raja del culo. Salí al pasillo y me lo encontré sentado en un sillón con esa risa de loco que siempre había tenido. Se levantó de un salto me cogió por los hombros y me dijo al oído:

― ¡Que buen culo te has pillado! Me molan tus calzonas, nen.

A Rafa lo conocí diez años atrás, una noche allí mismo en la discoteca del pueblo. Aquel día se peleo él solo contra otros tres tíos mas grandes y más altos que él. Al parecer se habían pasado de listos con su hermana pequeña. Rafa tenía cuatro hermanas, todas menores que él. Su padre murió cuando él solo tenía dieciocho años. No había acabado el instituto cuando se tuvo que poner a trabajar para sacar la casa adelante. Su madre bebía y de vez en cuando trabajaba limpiando escaleras y poco más. A Rafa no le habían regalado nada en la vida. Todo se lo tuvo que buscar él mismo y conocía muy bien el valor de las cosas. Y también el de las personas.

A los tres paletillos del pueblo de al lado les partió la boca uno a uno en la misma puerta de la discoteca. Yo estaba allí fuera sentado en una fuentecita fumándome un porro y vi como manchaba sus manos de sangre sin inmutarse. Los pobres catetos no se pudieron imaginar que aquel canijo medio loco llevaba desde los catorce años en uno de los mejores gimnasios de boxeo de Barcelona. Cuando acabó con los tres se acercó a la fuente a limpiarse un poco las manos. Me fijé en sus nudillos, tenía callos. Le ofrecí el porro y nos hicimos amigos. Todavía recuerdo como sonaban las ostias que repartió aquella noche. Nunca más lo volví a ver pelear.

― Anda vamos a la cocina. ¿Has desayunado?

― Qué va. En cuanto me han dicho que habías venido al pueblo he subido corriendo a despertarte. He pasado por la tienda y he comprado un pan de esos de kilo. Cómo molan esos panes, nen. Lo he dejado ahí en la cocina para que hagas unas tostadas de esas que tú sabes hacer. Huala, ¡como me alegra de verte!

― La has asustado, capullo.

― Hey, lo siento. Ahora me la presentas, eh. Que culito tiene... No has cambiado nada, tú siempre vas a por los culos.

Rafa se sentó una silla de la cocina mientras puse la cafetera y corté unas buenas rebanadas de pan de pueblo para hacer las tostadas. Yo tenía un tostador de fogón de los antiguos. Eran dos planchas metálicas que se colocaban sobre el fogón de la cocina y las tostadas salían como si las hubieras hecho en el mismo horno de la panadería. Ella entró en la cocina atraída por el olor del tostador.

― Hola ― dijo Rafa.

― Hola ― dijo ella. Se miraron. No dijeron nada. Estaba claro. Se acercó a mí por detrás y me dijo ― Hum, qué bien huele. ¿Qué estás haciendo?

― Tostadas. Siéntate. Tardan un poco pero merece la pena.

― Ya lo creo que lo merecen. Siéntate aquí conmigo y mira al artista, ¿sabías que este hombre sabe hacer las mejores tostadas del sur de …? ― Le dio dos besos y se pusieron a hablar como si se conocieran de toda la vida. Rafa tenía eso que llaman don de gentes. Lo mirabas, se presentaba, y ya te caía bien. Su mirada nunca ocultaba nada. Ni que decir que tal don le había dado gran sabiduría en el campo de las mujeres. De hecho siempre que tenía la ocasión me recordaba aquella vez que me ayudó a perder mi virginidad. Por no hablar de las veces que me invitó a participar en tríos, orgías, bacanales, y un largo etcétera que organizaba en su propia casa. Recuerdo la noche que me convenció de que la mejor manera de esnifar cocaína era colocando las rayas sobre el final de la espalda de una chica a cuatro patas para luego lamer el resto directamente de la piel de la chica. Yo había ido a visitarlo a Barcelona varias veces quedándome temporadas en su casa. Recuerdo que una vez cuando me recogió en el aeropuerto me dijo:

― Chispa, esta semana va a ser la feria.

― ¿Ah, si? No sabía que los catalanes tuvierais feria también.

― Ni puta falta que hace.

En fin, saqué las tostadas y serví el café. Luego tuve que volver a levantarme para hacer otra ronda más de tostadas mientras ellos se reían y se bebían el café metiendo prisa para las tostadas. La verdad es que aquel trasto de tostador era un gran descubrimiento. Cuando me di la vuelta con las tostadas ella ya estaba enseñándole el tatuaje apoyada en la mesa.