Cuando me desperté estaba tumbado boca arriba en la cama. Era casi de noche todavía. Serían las siete de la mañana o cosa así, calculé. Me incorporé solo un poco. Tenía su pierna rodeándome los muslos. No quise despertarla, así que me volví a dejar caer hacia atrás. Estaba atrapado, como siempre. Alargué el brazo y palpé mi paquetillo de lucky en la mesita, saqué uno y me lo chusqué recién despierto en la cama. Ella se movió un poco. Aproveché para intentar quitármela de encima pero en vez de eso cerró más la pierna y me atrapó. Tenía la piel del interior de los muslos muy fina y cálida. No había salida. Me declaré culpable y le acaricié la pierna mientras fumaba con las primeras luces de la mañana. Luego apagué el cigarrillo y tardé cuarenta y cinco segundos en volver a quedarme dormido.
― Me cago en la ostia, Rafa.
― Joder, nen, lo siento. He visto tu coche solo y he dicho: voy a despertar a este cabrón, como en los viejos tiempos. ― dijo desde el pasillo.
― Maldito el día en que te enseñé a abrir el postigo de la puerta desde afuera. Me cago en la puta, ¿no sabes llamar?
― Joder, nen ¿cómo coño iba a saber yo que ibas a estar follando? ¡Que pájaro!, si me lo hubieran dicho también hubiera entrado a verlo. ¡No me lo hubiera creído, nen!, jajaja…
― ¿Y este quien es? ¿Cómo ha entrado? ― me preguntó ella enrollada en la sábana mientras se ponía las braguitas de nuevo.
― Nada, es un amigo. No te preocupes, está como una cabra. ¿Has visto mis calzoncillos?
― Yo que sé. Búscalos tú, no te jode. ¡Me ha visto todo el culo!― Encontré unas calzonas viejas de tenis de mi padre y me las puse. Me quedaban bastante chicas. Se me marcaba todo el paquete y se me metían por la raja del culo. Salí al pasillo y me lo encontré sentado en un sillón con esa risa de loco que siempre había tenido. Se levantó de un salto me cogió por los hombros y me dijo al oído:
A los tres paletillos del pueblo de al lado les partió la boca uno a uno en la misma puerta de la discoteca. Yo estaba allí fuera sentado en una fuentecita fumándome un porro y vi como manchaba sus manos de sangre sin inmutarse. Los pobres catetos no se pudieron imaginar que aquel canijo medio loco llevaba desde los catorce años en uno de los mejores gimnasios de boxeo de Barcelona. Cuando acabó con los tres se acercó a la fuente a limpiarse un poco las manos. Me fijé en sus nudillos, tenía callos. Le ofrecí el porro y nos hicimos amigos. Todavía recuerdo como sonaban las ostias que repartió aquella noche. Nunca más lo volví a ver pelear.
― Qué va. En cuanto me han dicho que habías venido al pueblo he subido corriendo a despertarte. He pasado por la tienda y he comprado un pan de esos de kilo. Cómo molan esos panes, nen. Lo he dejado ahí en la cocina para que hagas unas tostadas de esas que tú sabes hacer. Huala, ¡como me alegra de verte!
― La has asustado, capullo.
― Hey, lo siento. Ahora me la presentas, eh. Que culito tiene... No has cambiado nada, tú siempre vas a por los culos.
― Hola ― dijo ella. Se miraron. No dijeron nada. Estaba claro. Se acercó a mí por detrás y me dijo ― Hum, qué bien huele. ¿Qué estás haciendo?
― Tostadas. Siéntate. Tardan un poco pero merece la pena.
― Ya lo creo que lo merecen. Siéntate aquí conmigo y mira al artista, ¿sabías que este hombre sabe hacer las mejores tostadas del sur de …? ― Le dio dos besos y se pusieron a hablar como si se conocieran de toda la vida. Rafa tenía eso que llaman don de gentes. Lo mirabas, se presentaba, y ya te caía bien. Su mirada nunca ocultaba nada. Ni que decir que tal don le había dado gran sabiduría en el campo de las mujeres. De hecho siempre que tenía la ocasión me recordaba aquella vez que me ayudó a perder mi virginidad. Por no hablar de las veces que me invitó a participar en tríos, orgías, bacanales, y un largo etcétera que organizaba en su propia casa. Recuerdo la noche que me convenció de que la mejor manera de esnifar cocaína era colocando las rayas sobre el final de la espalda de una chica a cuatro patas para luego lamer el resto directamente de la piel de la chica. Yo había ido a visitarlo a Barcelona varias veces quedándome temporadas en su casa. Recuerdo que una vez cuando me recogió en el aeropuerto me dijo:
― Chispa, esta semana va a ser la feria.
― ¿Ah, si? No sabía que los catalanes tuvierais feria también.
― Ni puta falta que hace.